CAPÍTULO 2

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                    Abro los ojos lentamente y siento una fuerte jaqueca, como si me estuvieran agujereando la cabeza. Poco a poco me va volviendo la conciencia. En el momento en que mis ojos recuperan la visión divisan una oscuridad espeluznante que no me permite ver el sitio donde me encuentro.

Me levanto para indagar el lugar y en ese instante siento algo que no me permite caminar.

Recorro con la mano qué objeto obstaculiza el movimiento de mis piernas. Para mi desconcierto estoy atado por una cadena oxidada en uno de mis tobillos. Comienzo a forcejear incansablemente sin alcanzar mi objetivo. Me dispongo a vociferar para pedir auxilio al no conseguir liberarme.

—¡Socorro! ¿Hay alguien ahí? ¡Por favor, ayúdenme! Estoy completamente encadenado. ¡Ayuda!

Nadie me socorre. En ese preciso momento en el que me hallo, escucho un crujido que proviene del portón, observo que tiene un aspecto de madera vieja y pesada. De repente, accede una persona encapuchada, de fisonomía voluminosa. Mientras camina hacia mí, me percato que arrastra la vestimenta. «¿Quién será este ser?», me pregunto.

—Deje de dar voces —responde enfurecido.

—¿Quién es usted? ¿Por qué me tiene encadenado? —pregunto confundido.

—Todo a su tiempo, señor Michel. Todo a su tiempo.

Sujeta unas llaves alrededor de los dedos y rebusca una a una hasta topar con ella. La inserta en el candado que tiene la cadena atada a mi tobillo, la gira y noto que se desploma quedando libre de ella.

—Levántese y muévase, ¡pero ya! —me ordena.

—¿Adónde me lleva? —cuestiono acobardado.

—Y ¿qué tal si deja de hacer tantas preguntas?

Me arrastra por el cobertizo. Contemplo un pavimento mugriento cuyas paredes permanecen revestidas de unas redes de minúsculos arácnidos transitando por ellas.

Nos adentramos por una de las galerías que he percibido en el trayecto. Llegamos a un salón inmenso decorado por unos candelabros. Capto una galería distinta a la anterior que ignoro adonde conducirá. De frente ojeo el presbiterio. Hallo un individuo con una capucha, pero no logro identificar su semblante.

El sujeto que me ha arrastrado hacia ese hombre me inserta un golpe en la espalda, caigo al suelo del impacto y me desplomo de rodillas.

—¡Por fin, señor Michel! Nos volvemos a tropezar —palmea sus manos. Se mofa.

—Pero ¿quién es usted? —me empeño en averiguar, mientras permanezco atónito.

—Aquí quien interroga soy yo, no usted, ¿comprende? Usted no se acuerda de mí, pero yo de usted sí. Ansiaba poder disfrutar de su presencia nuevamente. ¡Diablos! que gozo es tenerle aquí, Michel, Michel, Michel... —desata una exorbitante carcajada—. A lo largo de estos siglos he planificado este encuentro como si mi subsistencia se me fuera en ello —aclara con una voz brusca.

—¿Siglos? —indago extrañado.

—Sí, señor Michel, siglos, ¿le asombra? ¿Al menos sabe de dónde proviene? ¿Cuál es su misión en esta tripulación? ¿O recuerda por qué causa despertó en esa costa? —cuestiona severamente.

—Llevo días meditando concretamente por dichas preguntas, y la verdad es que solo he descubierto que he tropezado en un año al que no correspondo —reflexiono apesadumbrado.

Marte y la llave secreta. Ventas En Físico: www.celebreeditorial.esDonde viven las historias. Descúbrelo ahora