Part 2 El Viaje

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Salimos al amanecer, los niños emocionados y bien despiertos iban de aqui para alla, con sus mochilas y juguetes fueron los primeros en montarse en el carro.

Nada como la hermosa estampa de pasar el Puente sobre nuestro lago cuando el sol aparece en el horizonte, asomado por la pilas de nuestro coloso de hormigon armado, adornándolo. Ver las piraguas de los pescadores lanzando las redes y los buchones pescando casi en el aire lo que por fuera de ellas queda.

Los tres vehículos en caravana jugando a ser serpientes sobre el negro asfalto, el carro de mi cuñada en el medio; amo viajar por carretera, parar en el camino, desayunar arepitas con queso de mano y carne esmechada, escuchar música viendo el paisaje o conversando, casi siempre, evocando otros tiempos. Siempre un termo de café con leche me acompaña y si no voy manejando, la cámara fotográfica a tiro. Parar en cuanto tarantín de artesanía aparece es maravilloso, cómo disfrutaba esos tiempos.

La carretera Falcón-Zulia en esa ocasión, estaba transitable, recién asfaltada, sin la moda de los reductores de velocidad improvisados que nos amargan hoy dia alargando y haciendo pesados los trayectos; entonces el viaje hasta Coro no duraba más de dos horas y media, y si parabas a desayunar, un poco más.

Es increíble como cambia el paisaje cuando pasas de un estado a otro; el Zulia verde, con potreros de lado y lado, casi plano, casi recto, las vegas de los ríos con vegetación abundante, el ganado bajo las sombras de las viejas laras e inmensos ceibotes, y en aquella fecha los curarires en flor adornando de amarillo aquel paisaje; al llegar a Falcón, mas árido, aparecen las tunas y los cardones, las cabras con sus crías en la vía, la carretera más sinuosa y acercándonos a Coro la hermosa Sierra Falconiana nos avisa junto con la alcabala con su estructura tan particular que ya estábamos cerca de la playa y entonces el ambiente en el carro se cargaba de agitación.

Llegando a Coro, la parada típica en la estación de servicio de la entrada, ir al sanitario, comprar alguna chuchería para los chamos, dulce de leche típico de la zona para las chicas, cargar combustible, etc.

Ese día, deseosos ya de llegar, tomamos la perimetral que conduce de una vez a los hermosos médanos de Coro, y vas curiosa de ver qué forma nueva tendrán, qué tan sobre la vía estarán y por supuesto capturar la belleza del paisaje, del hermoso contraste de ese amarillo ocre sinuoso, con el cielo azul y por algún resquicio el mar con su fuerte oleaje; el viento allí es impresionante, es la garganta de la península y los médanos son los sultanes de la zona, moviéndose a su antojo. Tomar luego la carretera de la península y tener el mar paralelo a ella en todo el trayecto, es espectacular. Los niños se alborotan y solo preguntan - Cuánto falta mamá?-

Llegamos a la casa de la playa que habíamos alquilado cerca del mediodía, algunos no querían esperar más y lanzarse al agua, sobre todo mi sobrina Isabel, que era su primera vez por aquello lares. La casa era sencilla pero muy cómoda: tres habitaciones, dos baños en su interior, un baño en la terraza posterior, una enramada para la parrilla, un porche para colgar chinchorros, una cocina amplia, totalmente equipada, aires acondicionados en las habitaciones, adornada con ingenuidad e informalidad, con colores combinados transgrediendo toda armonía lógica entre ellos, adornada con caracolas y estrellas de mar, de verdad que tenía todo lo necesario para disfrutar del lugar y de la familia; la propietaria, era la dueña del depósito de licores y además de otras 3 viviendas, las cuatro, una en cada esquina, cada una con su encanto, pero a mí me gustaba esa, "Sol, Sal y Mar", así se llamaba...

Pasamos unos días estupendos, de largas tertulias, las chicas con la logística de las comidas, los hombres con la de la parrilla. De cuando en cuando, ya por la tarde, me apartaba del bullicio, tomaba el libro de turno y me iba a la terraza donde colgaba ya mi chichorro amarillo meciéndose al antojo de la brisa, arrullado por el dulce baile de las palmeras y el canto de las gaviotas. Creo que ese es uno de los momentos que se parecen al cielo, desconexión total...

Mis tres hijos, dos adolescentes y uno más pequeño, me regalaban esos momentos de tranquilidad. La playa quedaba a unos 200 más del lugar, así que nos íbamos caminando y pasábamos allí gran parte del día; las mascotas, que también nos acompañaban disfrutaban corriendo de un lado a otro en la orilla, y de cuando en cuando también se daban un chapuzón.

Los chicos jugaban a la pelota y nosotras a charlar, debajo de la sombrilla, fuera de ella, en el agua, en la arena, jajajaja nunca paramos de hablar, por supuesto, también nos tomábamos el tiempo para caminar un poco más allá, de bahía a bahía, buscando tesoros en la arena, tomando fotografías, excusas perfectas para broncearnos de un lado y del otro.

De cuando en cuando, alguna desavenencia, lo cual es normal cuando estas en grupo, pero nada que no pudiera resolver una cerveza bien fría o un whiskey por la noche, mientras ardían los carbones. Recuerdo que esa última noche, sonaba Juan Luis Guerra, un ambiente tan relajado, tropical, caribeño.

AQUEL VIAJE A LA PLAYAWhere stories live. Discover now