1. Omiai

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Sonrió. Frente a el solamente estaba su reflejo, mostraba aquel notorio puente entre sus dientes, ese que años de ortodoncia habían prometido solucionar. Pero estaba ahí, muy cerca del lunar sobre su labio. Sonrió otra vez, intentando esconder que estaba nervioso.

 — Diosito santo.

Su madre lo había hecho despertar aún más temprano que en aquella ocasión cuando fue seleccionado para decir la efeméride de Benito Juárez durante la asamblea matutina del colegio. — El benemérito de las américas nació un día como hoy, veinticuatro de marzo de mil ochocientos... ¿Cinco? Su cabeza se perdió en ese día, también estaba nervioso y  recordó como hasta los niños de primer grado se había burlado de el. ¿Sería una maldición? — ¿O solamente soy muy pendejo? Siguió con su pregunta en voz alta.

Parado frente al espejo de su habitación podía escuchar los pasos apresurados de su madre, las risas de su hermana menor y hasta a su padre que intentaba tranquilizar a mamá Elena sobre el hecho de que ¿Como chingados podía no estar ella invitada a un acontecimiento tan importante? Si no era la vecina. Se trataba de su familia, de su nieto. — Por favor, Mamá. Ya sabes cómo son los gringos... Aunque creo que esta reunión se trata más de su cultura china o algo así. Miguel acomodo un poco su cabello por septuagésima ocasión. Japonenses. Corrigió su madre con una mueca, una de desaprobación, sin embargo la tenía en su rostro desde unas semanas atrás. — Claro, claro, como los cacahuetes. Ahora si, no lo olvido, amor. Le contesto su esposo a Luisa.

¡Migueeeeel! ¿Estas listo? Brinco un poco cuando escucho su nombre, ocultando tras de el su celular. Al notar que se trataba de la primera advertencia y nadie vendría a querer elegir otra camisa diferente o peinarlo con limón, volvió a mirar la pantalla iluminada, la imagen de una chica la ocupaba toda. Parecía de estatura algo prominente, aun que claro, no mas que Miguel, que era bastante alto después de la primavera en que acabara de cumplir diecisiete años y que ya había dado el famoso "estirón". Su piel, lo poco que se apreciaba de ella, de un color pálido que podría bien hacerla parecer enferma. Sus ojos rasgados, profundos. Y ese extraño vestido que la cubría por completo, debía tratarse de alguna tradición o eso suponía el. — ¡Migueeeeel!

Bajo a toda velocidad hasta los últimos escalones. En la estancia mamá Elena seguía en una discusión con todos, aunque nadie parecía muy preocupado. Y eso era mucho decir. Suponía entonces que no se trataba de nada serio. 

De seguro piensan que si yo no voy, los términos serán diferente. Pero claro que no, Enrique. Quiero que estés alerta en todo momento. Se que ellos son aliados desde hace muchos años, pero eso no quiere decir que no tengan también sus propios intereses. Quiero que toda una cuadrilla los acompañe. Por seguridad, mijo. 

Socorro se colgó de su brazo cuando más concentrado en escuchar la discusión se encontraba. Con un traspiés quedo frente a su padre y abuela, que aun que no se habían escondido ni un poco para tener esa platica, siempre quedo explicito el hecho de que nadie debía ni escuchar, ni interrumpir sus conversaciones. — Hablando del diablo. ¿Estas listo? Le pregunto su padre, dándole una palmada a mamá Elena en el hombro, una bastante tranquilizadora. — Sera mejor que lleves a tu hermana a la troca. Sabes que no le gusta su sillita. Hazlo por mí. Dándole ahora a él un empujón para que obedeciera. — Sabes que mi familia siempre será lo primero, mamá. Esto es lo que necesitamos. Nosotros. Y Miguel también. El lo comprende, el deber a su sangre.. Y sin poder seguir escuchando, Miguel tomo a Coco por la mano.

Un nudo le apretaba la garganta con fuerza. Miraba desde el asiento trasero la fachada de su hogar. La enorme residencia de color blanco que enmarcaba los detalles clásicos de una hacienda, una bastante reformada, con altos arboles de un siempre verde. Un par de autos lujosos se encontraban frente a una de las entradas que también podía mirar, lo que significaba que algunos de sus tíos, si no es que todos se encontraban por ahí. Pero como no, ese sería un día importante al fin y al cabo. Por qué esa tarde, el cartel más grande del país uniría sus fuerzas con la organización más temida de la nación vecina. Y todo eso, a base de un matrimonio. Su matrimonio, con el ahora único miembro de la antigua familia Hamada.

Amor o Plomo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora