La invitación

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Lía:

Me desperté alterada como todos los días por las pesadillas, al mirar para todos lados con algo de miedo me di cuenta de que estaba en mi habitación, me sentí más tranquila, mire la hora en mi celular y eran las 11:30 me levente y me di ánimos pues hoy tenía que ir a entrenar al gimnasio, me cambie de ropa con un simple buzo, una camiseta holgada, unos tenis y me peine con una cola alta.

Me encamine a la cocina, tomé un pocillo coloque cereal dentro de este y luego la leche lo comí rápidamente y Salí de casa apresurada, camine hacia la motocicleta aparcada en la entrada me monte en ella y comencé a buscar las llaves, pero no las encontré luego busque las de la casa para sacar las otras llaves pero tampoco las tenía, demonios este era un día horrible, resignada comencé a caminar rápidamente hacia mi destino, como por la mitad del caminó yo iba maldiciendo a mil demonios y sin darme cuenta mi cara impacta contra con un pecho duro al levantar mi cara un perfume inunda mis fosas nasales lo observe brevemente, su pelo color azul como el océano caía desordenado sobre su frente, sus ojos hipnóticos del mismo color con una pisca de molestia, su mandíbula definida y tensa, sus labios ni gruesos ni finos perfectos ,la magia acabo cuando hablo, menudo imbécil.

-joder podrías tener más cuidado dios como no miras por donde caminas- jodido imbécil.

La tensión en el aire era palpable, como si las palabras se hubieran convertido en espadas invisibles. El encuentro con aquel desconocido había sido un choque de voluntades, y yo no estaba dispuesta a ceder terreno. Mi corazón latía con fuerza, pero mi determinación no flaqueaba.

El misterioso hombre, con su mirada desafiante, no parecía dispuesto a admitir su culpa. Sus ojos, oscuros y penetrantes, me escrutaban como si intentaran descifrar mis pensamientos. A pesar de mi nerviosismo, no iba a dejar que me intimidara.

—No fue mi culpa —respondí, manteniendo la mirada fija en la suya—. Si tú hubieras estado atento, tampoco habrías chocado conmigo.

Él gruñó algo ininteligible y se apartó para dejarme pasar. No esperaba que admitiera su error, pero al menos me abrió el camino.

Seguí mi camino, sintiendo cómo las piernas me temblaban por la adrenalina del enfrentamiento.Brent me esperaba en el gimnasio para nuestro entrenamiento.

Corrimos en las máquinas, sudando y esforzándonos al máximo. Luego, en el ring, practicamos defensa y ataque. El cansancio se apoderó de mí, y le pedí a Brent un descanso. Me senté en una de las bancas, bebiendo agua y tratando de recuperar el aliento.

Fue entonces cuando vi a Asher, mi mejor amigo, acercarse. Alto y con el pelo negro desordenado, sus ojos verdes brillaban con una mezcla de emoción y nerviosismo. La cicatriz en su ojo, recuerdo de una pelea callejera, le daba un aire rudo y misterioso. Le llamábamos "Scar" en broma, como el personaje de una película.

—Hola, buenos días, tomatito —me saludó con una sonrisa.

—Hola, buenos días, Scar —respondí, usando el apodo que él mismo había aceptado.

Su entusiasmo era contagioso. Me contó sobre un concurso de bandas en el que participaría. El ganador tendría la oportunidad de hacer una película o documental sobre su banda. Asher amaba la música, y verlo tan emocionado me alegraba el corazón.

—Te felicito —le abracé—. Ojalá ganes. Estoy feliz por ti, Scar.

Pero luego cambió de tema. Habló de su banda y de cómo yo me negaba a conocerla. La verdad era que me asustaba conocer gente nueva. Pero Asher merecía que lo complaciera, así que acepté.

—Claro que iré a conocerlos —dije, intentando sonar segura—. Aunque me da un poco de miedo.

—No te preocupes, tomatito —me tranquilizó—. Hablaré con ellos. Ya los convencí.

ClemenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora