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—¿Qué te parece?

—Está quedando muy bien. Demasiado diría yo, tienes pocos días de haberla comenzado para el gran avance que llevas.

—Gracias.

—Hacía tiempo no esculpías en mármol. ¿Cuál es el motivo?

—Digamos que es una ocasión muy especial.

—Ya veo, ¿para que empresario es esta escultura?

—Para ninguno.

—¿Eh?

—Es para mí.

—Bien, esto me impresiona aún más.

—Y eso que no te he contado de dónde salió la idea.

—¿Y qué esperas? —dijo sonriendo— soy todo oídos.

Damián se detuvo un momento. Observó la figura y sonrió ligeramente.

—Un sueño. Hace meses sueño a este hombre y me ví en la necesidad de sacarlo del mundo onírico.

—Entonces salió de un sueño... extraño, pero posible.

—Tal cuál lo escuchas.

—Pero vaya ojeras tienes. ¿No has dormido bien?

—Sólo necesario.

—¿Y cuánto es lo necesario para un loco artista?

—Una hora o dos.

—¿Qué? —Damián se volvió hacia él, deteniendo un momento el cincel, para después mover los hombros con desinterés— A este paso realmente serás un loco. Dormir poco no es bueno para tu salud.

—Ser mi amigo tampoco es bueno para tú salud, sin embargo, aquí estás.

—Que cosas dices —dijo riendo un poco, para después retomar su mirada seria—. Lo digo en serio. Necesitas descansar más, si no esa mente de artista se va a secar de ideas.

—En cuanto termine lo haré.

Su acompañante negó con la cabeza y pareció pensar un poco.

—¿Qué tiene de especial ese hombre para que mi amigo se viera en la "necesidad" de esculpirlo?

—Es... es demasiado hermoso.

—¿Hermoso? —cuestionó levantando una ceja, como asegurándose de haber escuchado bien— Explícame eso.

—No hay nada que explicar, solamente... él tiene una belleza tan etérea que me parece injusto que nadie más la pueda apreciar. Creo que todos deberían de admirarle.

—Juicio de artista después de todo.

—Supongo. Cuando lo veas sabrás de lo que hablo.

Siguieron hablando de temas triviales, todo el día hasta que, nuevamente, la noche comenzaba a caer.

—¿No irás a dormir?

—No lo creo. Esto va viento en popa, y si me detengo me temo que perderé concentración.

—¿No servirá de nada que insista, cierto?

—Me conoces muy bien.

Isaac sonrió y le dio dos palmadas en la espalda. Pasó por su lado y se encaminó hacia la habitación que le había preparado con anterioridad.

Entonces, nuevamente solo, Damián miró su obra. Con la silueta que aún le faltaba por ser terminada, unas dimensiones pobremente humanas se observaban, y la tela que le cubría el desnudo cuerpo era cada vez más visible.

MerakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora