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Había pasado ya un mes desde que había quitado el primer trozo de mármol. Ahora, la figura ya parecía enteramente un humano en cuerpo. Y no un humano cualquiera; la persona de piedra era increíblemente bella. La tela que se posaba encima de su piel era ya visible, dejaba una caída natural hacia el suelo y cubría um poco más de la mitad de su rostro, pasando por el centro de su pecho, se extendía hacia el lado izquierdo y hasta una parte de su pierna, cubriendo totalmente su brazo mientras su mano eran suavemente tocada por la seda.

Su cuerpo era firme, con definidas piernas, un abdomen plano de músculos ligeramente marcados y brazos fuertes. No, no era para nada la imagen de un hombre fortachón; más bien era de complexión pequeña, de finos rasgos y de apariencia frágil.

El escultor se ocupaba de moldear los músculos de sus brazos, estos hacia abajo dejando una elegante caída de sus manos, con sus dedos finamente abiertos. El cincel con punta diamante se encargaba de hacer aquellos detalles que le modestudio.los músculos, copiando con precisión la figura que era real en sus sueños.

Una vez terminó de afinar cada porción de piedra en los brazos, continuó con las manos. Éstas eran pequeñas, por lo tanto, requerían sumo cuidado al tallarlas. Un movimiento en falso y todo el trabajo que con tanto esfuerzo había realizado se echaría a perder.

Tomó el raspín con punta de uñeta para ahondar en la superficie de sus dedos. Con sumo cuidado moldeaba hasta el más fino detalle de los falanges; desde la cutícula de las uñas, los pliegues de las articulaciones y la tenue curva de los nudillos. Con un cincel rayador, de una punta tan delgada como la de un lapicero, afinó los más mínimos rasgos de sus extremidades; era como ver uma mano humana cubierta con pintura blanca.

Damián tomó una la mano derecha de la estatua, mirando ésta con detenimiento; después, pasó su mirada al pobre rostro al cual aún necesitaba de basto trabajo para ser tan hermoso como el onírico hombre. Pronto, una sensación de calor envolvió sus falanges, él no entendía nada. Volvió la mirada hacia su mano y se encontró con aquella extremidad de mármol abrazando la suya. En sus ojos se veía una clara expresión de sorpresa y desconcierto. No obstante, a pesar de la peculiar situación, entrelazó su mano a la de la escultura.

Inconcientemente sonrió ante la extraña sensación recorriendo su cuerpo. ¿Qué estaba pasando justo en ese momento? ¿Un objeto claramente inerte acababa de moverse? ¿Por qué no sentía miedo?

En su cabeza no había cabida para alguna respuesta coherente, y la verdad era que él prefería no centrarse en encontrar una. En cambio, se concentró en el grato efecto que la extraña suavidad de una mano de piedra le hacía sentir.

Soltó la mano de la estatua rompiendo el mágico momento y suspiró; no tenía idea de que había pasado, pero estaba seguro que daría lo que fuera por volver a repetir la situación.

Sonriente después de la agradable experiencia, se sintió con más energía para seguir laborando en su escultura.

En ese instante, prosiguió a modelar con punta de diamante los músculos de las piernas y glúteos, dejándolos con una apariencia todavía más torneada. Lo siguiente en cincelar fue su parte genital, con una punta menos cuadrada, cuidadosamente moldeó la zona central del cuerpo, para después utilizar el cincel rayador para crear los finos bellos púbicos y detallar cualquier surco que le hiciera parecer más humano.

La última extremidad en cincelar fueron sus pies, para los que también tomó un raspín y una escofina de punta espatular pequeña y así, tallar mejor los dedos de sus pies. Utilizó su punta de rayador para hacer las uñas y las diminutas arrugas de los dedos.

Habiendo terminado el tallado de las extremidades, se sentó frente a su escultura. Miró el reloj en la pared que marcaba la seis de la tarde, sabía que estaba trabajando sin descanso, que en algún momento la falta de sueño le pasaría factura, y, a pesar de eso, sólo tomó un descanso de cuarenta minutos en los que dio una pobre comida y tomó un baño.

En menos de una hora, el castaño estaba de vuelta en su estudio. Ahora se centraría en una parte delicada, que le daría un toque exquisito a la pieza; la tela de seda.

Con una gubia mediacaña comenzó a profundizar en los pliegues de la seda que se posaba sobre su piel; era sin duda un trabajo arduo, puesto que debía trazar una a una las curvaturas que se formaban. A él le encantaban ese tipo de finos detalles en las esculturas; representar un elemento tan suave y delicado, como lo es una tela de seda, con mármol era impresionante. Era demostrar una pura ternura sobre una superficie sólida y resistente, era el contraste, el balance entre lo dulce y lo amargo de una obra. Y que mejor que su más preciada y etérea pieza para demostrarlo.

El hecho de que su modelo estuviese utilizando tan fina prenda le daba cuerda a la imaginación, le permitía imprimir ese sello de dulzura que el hombre irradiaba; representaba la paz, la ternura, el amor todo lo bello y anhelado por el artista y, a la vez, lo que a sus ojos parecía inalcanzable. Probablemente él no lo percibía de esta manera, no pasaba por su mente la idea de que el precioso ser no era más que su efímero sueño de el amor que deseaba. El hombre tenía esa fachada de necesidad de ser protegido, de ser amado, y esto también reflejaba los deseos que el soñador maquinaba, él quería, necesitaba sentirse amado y protegido; era por eso que idealizaba darle a alguien lo que, tristemente, él no recibía.

Siguió detallando la porción de tela, utilizando gubias de todo tipo; desde punta de cuchara hasta la tricanto. Usó escofinas, talló con rayador, cinceles de punta redonda o hexagonal, raspines, y todo lo que fuese necesario para dar ese acabado de caída natural que requería la seda.

No fueron dos ni cinco horas. Ni siquiera un día, sino dos días y medio tallando en la piedra la suavidad de la seda y las porciones de piel que se transparentaban en ésta, afinando minuciosamente cada detalle de la parte izquierda por donde pasan la tela, como lo fueron su mano, brazo, hombro y cuello.

Y por fin, cuando la tierna parte de la estatua estuvo hecha, suspiró con agrado. Se veía tal como su mente lo había proyectado, incluso la increíble minucia de la mano siendo dulcemente tocada por la seda. De lo lejos admiró la belleza del escultural cuerpo; sólo faltaban los detalles del rostro para que su sueño estuviera completamente materializado.

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⏰ Última actualización: May 13, 2018 ⏰

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