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Una semana después, en mi coche y con las maletas hechas, pongo en el GPS la dirección de casa de mis padres, en el pueblo donde me crie. Necesito despejarme. Lo último que pasó con Eduardo no me gustó nada. Me ha hecho darme cuenta que la monotonía nos ha comido. Que no me siento cuidada, ni mimada. Que él ahora mismo tiene una vida que está a un hilo de romperse y que sea diferente a la mía. Después de una bronca descomunal con mi marido decidí irme a mi pueblo natal. Él lugar donde la inspiración me encontró y escribí mi primer libro que tanto me ha dado. Tengo que volver a tener la misma vitalidad que la chica que hace 7 años se fue del lugar donde nació para construir su vida con un proyecto en la cabeza.

Eduardo y yo nos hemos dado un tiempo para reencontrarnos otra vez a nosotros mismos. O eso es lo que quería hacer yo para no mandarlo todo a la mierda sin pensármelo ni una vez. Lo que mas me jode es que cuando le pedí ese tiempo, lo único que salió de su boca fue un mísero "vale". Ilusa de mi, creía que me pediría que no lo hiciera, que cambiaría y lucharía por lo nuestro, pero me equivoqué.

***

Después de instalarme en casa de mis padres vuelvo a sentir la calidez de mi familia que tanto echaba de menos. Pasan varios días en los que sigue sin ocurrírseme nada y empiezo a desesperarme, decido darme un respiro por un momento e invito a mi hermana pequeña a cenar en un restaurante que han puesto nuevo en mi pueblo.

-Vale, pero luego he quedado con mis amigos para tomar unas copas. ¡Vente con nosotros!.- me dice con su habitual alegría. La idea de salir con chicos de 24 años no me llama mucho, aunque solo sean 4 años de diferencia lo que me llevo con ellos, me da la sensación de que voy a ir de niñera.

...

Cuando terminamos de cenar y degustamos unos platos riquisimos, nos reunimos con sus amigos en un pub del pueblo que ahora mismo está de moda. Según mi hermana, toda la gente joven va a estar allí. Y tenia razón.

Me tomo varias copas para olvidarme de lo que tengo en casa y me permito disfrutar por un día de mis 28 años. Ahora me alegro de haberme arreglado antes de salir. Una bonita falda de tubo azul que me llega por encima de las rodillas y una blusa negra de tirantes con un poco de encaje en el escote. Los amigos de Lucia son muy simpáticos. Me río, bailo y bebo y me aceptan como si fuera una mas de su pandilla.

Mientras disfruto de una canción que a mi se me queda demasiado moderna, un cuerpo choca con mi espalda. Cuando me voy a girar para pedirle disculpas me quedo de piedra al ver quien es.

-¿Amaia?- me pregunta.

-Hola Matias- le digo un poco alto para que me oiga por encima de la música. El me da un abrazo. Su calor corporal hace que se me caliente el cuerpo.

-¡Cuanto tiempo!- me dice con alegría- Estas guapísima- y me coge de la mano para que me de una vuelta delante de él. Eso me hace sonreír y noto como el calor sube a mis mejillas.

-Pues la verdad es que si.

Matias siempre ha sido mi amor platónico en el instituto. Ese amor de adolescente que nunca te has atrevido a decirle lo que sientes por miedo a que esa amistad se vaya a la mierda. Y aunque siempre hemos sido buenos amigos, no hemos pasado nunca de un coqueteo indefenso. Lo miro de arriba a abajo y está guapo a rabiar. Es como un buen vino, mejora con los años. Y esa camisa azul que se le ajusta al cuerpo y que se le marcan sus músculos bien trabajados hace mella en mi.

-¿Que haces por aquí? Llevo sin verte... buff demasiados años- me dice mientras me come con los ojos. Noto que hay alcohol recorriendo su sistema y su mirada hace que me sienta poderosa y sexy, así que decido no hablarle de mi marido.

-Pues nada, que la inspiración parece que se ha venido aquí de vacaciones y yo he tenido que seguirle- y nos reímos por mi frase. Yo le doy un trago largo a mi copa para mitigar el calor que está creciendo en mi interior por solo notar como me mira.

Volviendo a mis Raices  "COMPLETA"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora