Capítulo 1. Como una única gota de agua."Hay algo que me gusta en la agonía,
y es que sé que es verdad;
los hombres no simulan convulsiones,
no imitan el dolor.
Unos ojos se vidrian, y es la muerte.
Imposible fingir
las gotas de sudor sobre la frente
que la inhábil angustia va ensartando."
— Emily DickinsonOleander se dejó caer sobre el césped, con el pelo todavía húmedo. La lluvia había cesado, y el olor a petricor recorría el ambiente como un jarra de agua fría. A su lado, Lark se deslizó también, observando el cielo, mientras aspiraba el perfume de las hojas recién bañadas en tormenta. Oleander se estiró un poco, esperando tal vez que Lark dijese algo, pero ambos permanecieron en silencio.
—¿Estás bien, Ollie? —susurró Lark de improvisto, girándose para poder mirar a Oleander a la cara. Se fijó en la herida en su mejilla derecha, que destacaba sobre el resto de su piel, pálida, y su pelo del color de las espigas, recogido en una trenza que él mismo había peinado aquella mañana. —¿Te duele?
—No pasa nada, se curará rápido. Tu has tenido heridas peores, como aquella vez que te rompiste el brazo, ¿Recuerdas?
—Si, pero eso fue por mi culpa. Siento haberte hecho daño. —al ver que Oleander no respondía, Lark se puso todavía más nervioso, sintiendo como sus mejillas se sonrojaban. —¡No lo hice adrede, te lo prometo!
—¡Tranquilízate! No estoy enfadado, solo cansado.
—Oh. —se limitó a responder, mientras Oleander se giraba también para mirarlo. Por la expresión en su rostro, sosegada, Lark supo que no pasaba nada. Le había perdonado, y puede que ni siquiera hubiese hecho falta.
—¿Tienes miedo?
Lark no comprendía a que se refería, pero le llamaba la atención el tono desperdigado de su voz, como si fuese un tema muy importante para él, y a su vez, lejano.
—¿A qué te refieres?
—¿No tienes miedo de que, pronto, ya no estemos juntos?
—Pensaba que habíamos quedado en no hablar del tema. —admitió Lark, pasándose la mano por la cabeza, para después incorporarse. Oleander le siguió a desgana, mientras marchaban rumbo al castillo.
—Creo que ya es el momento, no falta mucho para que lo que debe suceder... Suceda.
—No importa quién sea el héroe, eso no significa que... Ollie, pase lo que pase, siempre seremos hermanos. Para mi siempre serás Ollie, y para ti, Lark. No hay ninguna otra posibilidad.
—Cuéntale eso a Ganon. —masculló Oleander por lo bajo.
Pronto llegaron al castillo, en el centro de Hyrule. Se extendía en todas direcciones, con varios puestos de comida, propios del marcado. Algunos guardias estaban posados en los puentes alrededor del foso, y otros, se paseaban por las calles exteriores, contemplando el paisaje y el ambiente relajado y entretenido. Oleander y Lark se adentraron, dados de la mano, en la plaza principal. Se detuvieron a observar, de reojo, y como solían hacer, la estatua de Link, el salvador que había derrotado a Ganon hacia ya dos siglos. Desde entonces, Hyrule había sido reconstruida, hasta el punto de unirse con el resto de razas y sus dominios.
—¡Lark, Ollie, venid aquí! —un grito exaltado y furioso les sacó de su sueño. Ensimismados como estaban, no se habían percatado en que su tío había aparecido detrás de ellos. —¿Dónde estabais?
—Dando una vuelta por el bosque, ¿Por qué...?
—La reina os buscaba, ha... Ha habido un problema muy grave, debéis acompañarme de inmediato.
Oleander y Lark se dedicaron una mirada atemorizada, pero siguieron sin rechistar a su tío. Este, como guardia de la corte, pudo pasar sin mayor miramientos a través de la puerta principal. Allí pocos podían pasar sin chequeos previos, pero desde su llegada, ocho años atrás, cuando solo tenían cinco años recién cumplidos, Oleander y Lark, al igual que el resto de su familia, tenían mayores privilegios. Sin embargo, con la mirada apesadumbrada que llevaban en ese momento, nadie se atrevió a saludarles y perturbarles. Lark quería preguntarle a su tío de que problema se trataba, pero temía que la respuesta fuese evidente. Oleander, por su parte, ya creía aventurar la razón. En especial cuando su tío se detuvo, recobrando el aliento, y sudoroso debido al estrés, ante la puerta de los aposentos de la reina.
Abrió la puerta de golpe, con un manotazo limpio, y se adentró en el lugar. Lark y Oleander le siguieron, encontrándose pronto ante la reina, que lloraba desconsolada, con un bebé inerte entre los brazos. Su tío indicó a unas pocas mujeres que acompañaban a la reina que abandonasen la sala, y así lo hicieron, todas ellas con las manos en la boca, ahogándose las lágrimas.
—Mi reina, le traigo a Oleander y Lark. —y, después, abandonó la sala. La reina, tras escuchar la puerta cerrándose tras ellos, levantó la mirada, observando a los niños.
—Creo que ya os habéis percatado de la situación, mis pequeños.
—¿Está...? —comenzó a decir Oleander, pero Lark le golpeó en el costado, deteniéndole. La reina, con suma tristeza, asintió.
—Es la octava que nace muerta, la octava pequeña que sostengo entre mis brazos. Siempre es igual de hermosa, como si se repitiese una y otra vez, tratando de alcanzar la vida. —acarició el rostro del bebé, envuelto en una manta rosada, con el símbolo que todos conocían. —Y, en esta ocasión, no solo se ha llevado nuestra esperanza junto a su vida, pero me ha dejado inválida.
—¿Inválida? —preguntó Lark con la voz quebrada. —¿Qué quiere decir?
—Mis pequeños, ya no puedo dar a la luz más pequeñas. Mi cuerpo... Ya no es el que era, no después de esta última vez. Sabéis que lo intenté, oh, lo intenté. Pero lamento haceros saber que, sea quién sea el héroe, deberá enfrentarse solo a la profecía.
—Pero sin Zelda... Nos falta...
—Encontraréis la manera, sé que la encontraréis. Por esa misma razón uno de vosotros fue marcado al instante de nacer. Y por ello, debo pediros que marchéis ya mismo a la sala del trono. Hoy es el día.
—¿Hoy? —Oleander abrió mucho los ojos, con el corazón en un puño. Notaba su corazón latir desbocado.
La reina se lamió los labios, apesadumbrada, y asintió. Dirigió entonces la mirada más allá de la ventana, al sol brillante, rodeado de azul, sin ninguna nube capaz de cesar su esplendor.
—Así es, hoy es el amanecer de la guerra.
—De acuerdo, mi reina. Marcharemos ahora mismo. Le prometo que cumpliremos nuestro destino.
Pero Oleander, abrazado todavía a su hermano, solo deseaba regresar al tiempo en que él y su hermano habían descansado plácidamente el uno junto al otro. Cuando todo estaba todavía bien.
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El héroe perdido de Hyrule
FantasíaEl primero nacerá en la noche, cuando el buho cante. El segundo morirá en la mañana, cuando la guerra acabe. Dos hermanos gemelos nacen marcados como el héroe de Hyrule, sin embargo, solo uno de ellos se convertirá en el verdadero héroe, en Link, e...