Érase una vez, hace no tanto tiempo, un reino condenado a ser liderado por reyes presumidos y egoístas, que se mantenían de la producción de sus súbditos, sin dejar nada para los trabajadores.
Todas las noches de luna llena, una vivaz bruja que velaba por el bien del reino, seleccionaba a la persona más necesitada del pueblo para obsequiarle tres valiosos deseos.
El afortunado contaba con una hora para meditar sus deseos ya que, una vez pronunciados, no podía deshacerlos. Pero no todo era color de rosas para ellos, porque la condición para el cumplimiento de los favores, era el sacrificio de un ser amado que alimentara el alma inmortal de la hechicera. Gracias a esta pauta, muchas personas se negaban a aceptar las bendiciones. Pero una noche, cuando la luna brillaba más fuerte que nunca, la misteriosa bruja salió hacia la casa de un anciano humilde a concederle sus tres deseos más preciados. Allí, sin meditar siquiera, el hombre soltó sus anhelos:
"Deseo ser joven."
Y así obedeció la maga, convirtiendo al anciano en un muchacho de cabellos negros y silueta alta y esbelta.
"Deseo que se enamoren de mi las mujeres más bellas del reino."
Y así fue, al otro día las muchachas más preciosas caerían rendidas a los pies de aquel hombre.
"Deseo ser más rico que el rey."
Así concluyó la bruja con sus favores. El anciano era ahora un apuesto muchacho, rodeado de mujeres igual de hermosas y una cantidad estrafalaria de bienes materiales.
Cuando la astuta maga preguntó por el sacrificio que haría, el anciano le entregó, sin mucho dolor en su expresión, a su mujer. Ella tenía la cara de un pálido enfermizo y yacía en un mortal sueño. El joven, con una mirada de superioridad, le comentó que su mujer llevaba semanas enferma y no viviría mucho más.
La inteligente bruja logró ver a través de la mirada orgullosa del hombre. Era un anciano sin ningún tipo de sentimiento más que la ambición. Ya no tenía ni una pizca de amor, bondad o misericordia. A pesar de esta actitud traicionera, la parte benévola de la hechicera le permitió permanecer con sus deseos.
Los años comenzaron a pasar y la avaricia del rico muchacho aumentaba con cada minuto que transcurría. Un día, intimidado por el poder del rey, el joven acabó con él y se apoderó de toda su fortuna. Pero, en lugar de distribuir el dinero justamente entre todos los ciudadanos, se guardó todo para sí al igual que todos los reyes que lo habían antecedido.
Con un manto de traición y enojo cubriéndola, la justa bruja decidió cobrar venganza sobre el asesino. Tomó a la vieja mujer del anciano, la despertó de su profundo sueño y la atribuyó con una belleza y juventud digna de envidiar hasta por las diosas del mismo Olimpo. Lo que antes había sido una cara enfermiza, era ahora una cara llena de color; unos labios rojos como la sangre y ojos celestes, cual cielo matinal, capaces de encandilar a cualquiera que los mirase.
Cuando hubo terminado, se detuvo en la entrada de la mansión. Allí, condenó al nuevo rey a vivir enamorado de aquella doncella que nunca lo amaría. Incluso aunque se marchase del reino, ella volvería a aparecerse en su camino recordándole su egoísmo. Luego de imponer justicia, y sin darle la oportunidad al miserable rey de responder, la bruja desapareció aunque su desprecio por el egocéntrico seguía presente.
Desde aquel día, el supuesto afortunado se pasaba sus días torturado, rodeado de mujeres hermosas y todo lo que un hombre pudiese desear, pero eternamente enamorado de quien había sido suya. Todas las noches de luna llena, el rey gritaba al cielo en busca de la cumplidora de sus deseos, en un intento de que lo desencadenara de toda esa tortura, prometiendo reinar con justicia... Pero sus plegarias no tuvieron respuesta.
Tan grandes eran la pena y el arrepentimiento, que el anciano decidió quitarse la vida. Si no podía tener a la hermosa doncella, no tenía sentido seguir viviendo. Ningún sentido tenían ahora sus deseos y largas fortunas.
La bruja de cabellos violáceos volvió a la mansión para concluir con su venganza al enterarse de su fallecimiento. Rompió todos los deseos que le había concedido al miserable. Lo que hace segundos había sido una mansión, ahora volvía a ser una humilde choza; las muchachas que antes perseguían al traicionero, volvían a sus vidas sin recordarlo siquiera; la bella doncella antes casada con el anciano, era ahora la esposa de un hombre que la valoraba como lo merecía; la fortuna que había pertenecido al rey, fue repartida equitativamente entre los ciudadanos. Y para terminar de restaurar la paz en el reino, la maga seleccionó al más humilde de sus hombres para que finalizara con la desigualdad del pueblo, guardando la esperanza de que no siguiera los pasos de los reyes que lo antecedían.
Antes de desaparecer de una vez por todas, la bruja colgó una placa de oro en la puerta de la casa, en memoria del rey torturado y como recordatorio de la delicadeza de lo que se desea. La chapa rezaba:
"Yace aquí el rey de los miserables, traicionado por sus propios anhelos."
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Historias Cortas
General FictionHistorias cortas escritas en noches de interminable tristeza o días de inmensa alegría; inspiradas por distintas personas, sensaciones o una simple taza de café. Espero que las disfruten.