Sangre rebelde

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Al alba, empezó la batida. Seiji ordenó a los guardias y a algunos de los soldados para que partieran temprano y se adentraran en el bosque. Era un grupo reducido, pues el nuevo emperador no quería que, en caso de que su hermano estuviese vivo, alguien lo ayudase y lo escondiera. Prefería mantener la búsqueda en secreto y anunciar públicamente que tanto su padre como su hermano "lamentablemente" habían fallecido.

Al mediodía, el grupo ya había batido el perímetro del pueblo y se disponían a avanzar un poco más. Si el prófugo estaba herido, no debería haberse alejado mucho así que si no lo encontraban por ahí, desistirían. Se habían dividido para ir más deprisa, pronto sería la hora de comer y estos hombres no querían perdérsela, o los demás compañeros ajenos a ello se lo zamparían todo.

Kise Ryouta se preguntaba qué hacía ahí, entre esos buitres lameculos de un tirano. Él no pertenecía a la guardia personal del rey, tan sólo era un soldado. Pero alguien le había dado su nombre a Seiji, y éste lo juntó con los otros para buscar al heredero huido. No sabía quién había sido, pero si se entera de quién habló de él, le caería una buena pues Kise no quería tener nada que ver en eso. Le sonaron las tripas, y se avergonzó; no podía hacerse ver ni escuchar. Pero de sólo pensar que Aomine se lo iba a comer todo, le entraban muchas ganas de irse de ahí.

Al llegar a un claro, Kise se tensó al escuchar un resoplo. Paró bien la oreja, tratando de adivinar de qué se trataba. Al poco tiempo, divisó un manchurrón blanco entre el follaje. Era un caballo, pero no uno cualquiera; era el del príncipe Seijuuro. Kise se acercó rápido y pudo calmar al caballo, que se veía claramente perdido. Por ahí, no había rastro de Akashi.

–¿Qué te ha pasado...? –murmuró el soldado, viendo las heridas que tenía el pobre animal. Debía de habar deambulado por el bosque sólo y se habría hecho daño con ramas, hierbajos o algún otro animal. –Pobrecito. ¿Dónde está tu amo...?

Aunque lo supiera, el caballo no podía contestar. Kise lo acercó al claro, sacándolo de entre los árboles. Bien podía dar por finalizada la batida: habían encontrado al caballo y al príncipe no. Quizá se cayo del corcel, si es así se habría hecho bastante daño, lo suficiente para que no se pudiese defender de algún animal. Además, el rubio soldado ya estaba harto y quería que, al menos, el pobre caballo descansara.

Justo cuando Kise se disponía a tomar el camino de vuelta, escuchó otro ruido: una rama rompiéndose. ¿Será alguno de sus compañeros? Pronto descartó la idea, por sus alrededores no había nadie. Kise suspiró, deseando que haya sido algún animal no peligroso. Pero no, no fue un animal. Una persona saltó desde lo alto de un árbol y aterrizó delante de él.

–Vaya, vaya... – dijo, alzándose para contemplar al rubio. Se trataba de un chico de salvajes cabellos grises, con una larga cicatriz en la cara que le dejaba un ojo ciego. –¿Qué tenemos aquí?

Kise se tensó, y palpó su espada, listo para atacar si ese hombre resultaba peligroso.

–Eres un desterrado – observó Kise, viendo la cicatriz. Normalmente, a los desterrados se les castigaba al nivel de sus crímenes. Un 'ojo por ojo' que al joven proscrito le habían aplicado literalmente.

–Y tú estás en mi bosque. –el desterrado empezó a avanzar, mirando de arriba a abajo al soldado. –Bonita armadura..., siempre quise una espada como esa.

Kise se aferró al mango de la espada al mismo tiempo que decía eso. Lo que faltaba, se había topado con un bandido. Pero Kise estaba confiado, él era soldado y estaba entrenado para la batalla y uno contra uno es mucho más fácil que con un ejército enemigo al completo. El bandido sacó un puñal al mismo tiempo que Kise desenfundaba su espada.

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