Epílogo: Nuevas generaciones

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Una joven terminó de escribir las memorias de su querido abuelo. Dejó la pluma en el

tintero y estiró los brazos sobre su cabeza. Su abuelo sonrió débilmente. Se apartó un rizo de

la frente. Mucho tiempo antes su pelo había sido de un precioso rojo intenso, pero con la edad

se había vuelto de color perla. Por el contrario sus ojos grises no habían perdido la intensidad

de la juventud.

-¿Ya has terminado?

-Creo que sí, tendré que pulir algunos párrafos, dárselo a tío Theatu para que lo corrija y

conseguir que papá acepte decorar las páginas.

El anciano miró hacia la ventana. Su nieta se levantó para ponerle una manta sobre los

hombros.

-Gracias, Seilene.

La joven sonrió dulcemente.

-Me gustaría haberlos conocido.

-¿A quienes?

-Al abuelo Kaín, la abuela Lenia, tía Yanira y tía Aeolian.

El ancianó respiró hondo.

-Hoy es luna llena. Podrías ir al bosque para intentar encontrarlos.

-Nunca me dijiste cómo murieron los abuelos.

-En batalla, defendiendo Tisymir. Kaín fue superado por diez rivales y Lenia luchó por

defender su cuerpo. No eran tan jóvenes, pero tenían el espíritu para pelear hasta su último

aliento. Las Princesas les convirtieron en águilas para que siguieran defendiendo su apreciada

isla.

Seilene ahogó un jadeo.

-Yo he visto esas águilas. Fueron las que me ayudaron cuando me perdí.

Los ojos grises de ambos se cruzaron. Cada vez que miraba a su nieta, Iareid veía a sus

padres reflejados. Estaba orgulloso de que el color de los ojos de su padre Kaín hubiera

permanecido en sus descendientes. De su madre Lenia tenía la actitud y el pelo, aunque fuera

del negro de la esposa de su hijo. Seilene era la niña de sus ojos, la única descendiente directade los legendiarios Guerreros y Princesas.

-Ellos siempre cuidarán de nosotros porque somos su familia.

-¿Quieres... venir conmigo esta noche, abuelo?

-Me encantaría, pero solo sería una molestia. Ya no soy tan ágil como antes...

-Siempre serás ágil, abuelo. Fuiste tú quien me enseñó a pelear.

Iareid sonrió recordando aquellos momentos cuando su nieta era todavía una niña y estaba

aprendiendo a manejar una espada. Ahora, a sus veinte años, era la portadora de Orquídea de

Hielo, el símbolo de su familia, y era tan mortal con ella como con cualquier otra arma.

La puerta se abrió despacio y Euryad se asomó. Suspiró tranquilo cuando encontró a su

padre despierto y alerta y a su hija recogiendo el manuscrito que llevaba meses escribiendo.

-Seilene, tu tío acaba de llegar.

Ella saltó emocionada y terminó de recoger a toda prisa.

-Justo a tiempo, acabo de escribir las últimas líneas.

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⏰ Última actualización: May 05, 2018 ⏰

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