El cielo era azul sobre la isla de nombre Tisymir. Las gaviotas jugaban con las olas del
océano a los pies del acantilado donde se edificaba la pequeña mansión. La isla estaba
compuesta por un paisaje casi idílico. Las playas eran de arena dorada con grandes palmeras
que daban sombra en los bordes y un hermoso bosque tropical con infinidad de plantas y
animales tanto terrestres como aéreos.
Grandes aves de todos los colores cantaban a sus parejas, los monos aullaban cada amanecer
en su ritual vespertino y las bestias felinas acechaban a sus presas desde la cobertura de los
arbustos. Los insectos tampoco se quedaban atrás, había infinidad de ellos por todos lados. Los
más destacables de ellos eran unas preciosas mariposas con alas luminiscentes, la última
aportación a la fauna isleña.
Los arrecifes cercanos a las playas también estaban llenos de peces de todos los colores y
tamaños imaginables. Los bosques de algas se movían con las mareas y los corales eran toda
una explosión de belleza submarina.
Yanira estaba en el amplio balcón de la mansión, disfrutando del aire salino tan diferente al
gélido mordisco del viento en el norte. Observaba la playa, donde su hermano Kaín se había
empeñado en capturar unos pequeños cangrejos para la cena. La última Princesa del Hielo
vestía cómodamente con unos pantalones cortos y una camisa suelta, un atuendo perfecto para
las temperaturas húmedas de Tisymir. Su pelo estaba recogido de forma rápida, con algunos
mechones haciéndole cosquillas en el cuello por la brisa.
Su hermano ya no era el rígido Guardián de la Ciudadela. Todavía se despertaba antes del
amanecer y hacía sus ejercicios diarios en la playa, pero era parte de su personalidad. Antes de
enamorarse de cierta guerrera pelirroja y convertirse en padre jamás habría ni siquiera pensado
en hacerse un tatuaje como las tribus nómadas de las estepas del norte. Ahora la tinta negra
destacaba sobre su corazón con dos nombres: Lenia e Iareid. Yanira ni siquiera se molestó en
pensar que su nombre no estaba allí, sabía que su pequeña familia era lo primero para él.
Una mano suave rozó el brazo de Yanira. Ella se giró con una sonrisa dedicada al amor desu vida: Aeolian.
La Princesa del Desierto también había renunciado a su Reino del Sol. Ella había
establecido un gobierno similar, pero donde uno solo era libre de crear leyes que eran
aprobadas o revocadas por todos los ciudadados en conjunto.
La mujer de ojos oscuros vestía una falda corta y un top negro con el pelo recogido en una
trenza suelta.
-Te veo distraída.
-Solo pensaba. Parece que fue hace una eternidad que nos conocimos por primera vez en
aquel mercado.
Aeolian sonrió al recordarlo.
-Estabas preciosa entre la multitud. Tus ojos brillaban.
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Historia de dos Pricesas
ContoExisten dos Reinos, el del Sol y el del Hielo, cada uno tan diferente del otro que están separados por casi medio año de viaje. Pero en ambos las Princesas, mujeres de una misma línea real, han sido depuestas por hombres ambiciosos. En el Reino del...