Para Violette, con montones de amor.
Death by water
"Son of man,
You cannot say, or guess, for you know only
A heap of broken images, where the sun beats,
And the dead tree gives no shelter, the cricket no relief,
And the dry stone no sound of water."
Cuando Damian tiene cinco años y su abuelo muere, es la primera vez que habla con Lázaro. A Ra's le dispara cinco veces uno de sus hombres de confianza y, aunque sólo una bala llegue a tocarlo, es suficiente para abrirle el pecho. Damian recuerda estar en su habitación dentro de la fortaleza, dibujando aves en uno de los pocos momentos libres, cuando el sirviente anuncia que se le espera al lado de su madre.
El sirviente, un hombre alto vestido de blanco —el color del círculo interno, de los sirvientes nacidos para el trabajo—, le guía por pasillos a los que no se ha concedido acceso hasta el momento, varios metros bajo la tierra. Damian sabe que no debe preguntar, así que camina con confianza, pese a la incertidumbre.
Al final de un corredor estrecho e inclinado, el espacio se abre a una caverna de muros pulidos. Desde su posición, Damian puede ver los símbolos inscritos en las paredes con oro, pero la caverna, en comparación con el resto de la fortaleza, carece de ostentosidad. De inmediato nota que nadie es permitido allí. Le hace sentir especial y un poco incómodo —Damian no va a mencionar nada de eso, por supuesto, los sentimientos son infantiles y a Madre le disgusta tal despliegue de idiotez.
Por varios segundos, Damian no nota más que el espacio. Eso hasta que el sirviente le apresura a pasar de la puerta y pararse junto a una pared. Entonces es cuando ve al resto de gente dentro de la habitación —Damian se excusa con que los sirvientes no son dignos de atención—, hay tres personas en atuendos verdes que Damian nunca ha visto en ninguna de las propiedades Al-Ghul. Un velo de verde chillón —no un color que él elegiría para algo serio—les cubre de cabeza a tobillos, los brazos libres por la ranura que divide la tela y cubiertos por un buzo en un tomo menos asaltante.
Los tres personajes rezan a los pies de un rectángulo que abarca la mitad de la habitación. Es demasiado profundo para ver lo que hay dentro desde su posición, pero Damian supone que es otro rito supersticioso de su abuelo. Hay que creer las pequeñas mentiras, Damian se repite, aunque no entienda bien el uso de creer en algo falso. Su abuelo dice que es importante, porque así es más fácil creer en las más grandes. Damian evita preguntarse qué pasará ahora que está muerto.
Pasan varios minutos antes de que haya otro ruido aparte de los murmullos de las personas. Varios pares de pasos se escuchan alto desde la entrada —la única entrada, Damian cataloga la información— y, demasiado lento para su gusto, una a una, más personas vestidas de verde entran en el recinto. En total, son seis. Todas tienen la misma altura y el velo no deja entrever ninguna información más allá. Tras ellas, más sirvientes blancos cargan una tableta con el cuerpo de su abuelo. O eso supone Damian, el cuerpo está cubierto en una manta de hilo de oro y debe pesar demasiado como para que los hombres avancen cómodamente.
Y, al final de todo, su madre entra con paso firme. Talia Al-Ghul no les dedica una sola mirada a los sirvientes en el cuarto, sin embargo, Damian no duda que está al pendiente de cada movimiento. Sus pasos la llevan al otro lado del pozo, frente a Damian. Ella le mira fijo y Damian debe luchar contra el impulso de pararse más derecho, de alzar más el mentón. Eso sería un símbolo de debilidad tan grave como esconderse de su escrutinio.