[•1•] Frente a la ventana.

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Estás acostado sobre la gran alfombra de felpa carmesí que adorna nuestra habitación. Desde aquí, desde mi punto, puedo observar entretenido cómo tu rostro es embellecido de forma cálida por la tenue luz que se filtra a través del cristal de la ventana frente a tí. Las cortinas salmón que la adornan están pulcramente recogidas en moños, dejando a plena vista el paisaje que se alza tras ellas; tú lo miras casi como si de una maravilla se tratase, anonadado, ido, con los labios apenas separados por unos cuantos milímetros. Yo, por mientras, solo puedo pensar que la única maravilla existente en el mundo eres tú.

Como si deseara desencadenarse, pero no tuviera motivo ni razón, la llovizna que cae sobre nuestro hogar hace sonar las tejas sueltas de este: Hace mucho que no le damos atención, pues lo único que queremos atender es el amor que nos ata firmemente, esa cadena de oro que rodea nuestros corazones, y que amenaza con romperlos si alguno de nosotros se aleja vagamente y se pierde entre la neblina fantasmal del bosque.

Tus ojos siguen firmes sobre el follaje de las enormes ceibas que ocultan miles de historias en sus largos tiempos de vida, aquellas vivencias grabadas en la madera gruesa de su tronco, esas que afilaron sus espinas y pintaron sus hojas. Esta región ubicada en el sur, una región tropical regida por la selva caducifolia más extendida en el mundo, es la que nos dió posada amablemente y sin pedir nada más que admiración a cambio. Por eso la amo. Claro, pero no más que a ti.

Tú le haz de pagar mientras yo deseo que tú me pagues a mí por verte con estos ojos brillantes de amor. Quiero que me pagues con abrazos, con besos, con caricias.

Cualquier moneda es buena si se trata de ti.

El aire frío penetra tus huesos, puedo verlo. Tiemblas y te haces capullo rápidamente; relames tus labios rotos y me dan aún más ganas de mojarlos con la lluvia de los míos.

Entonces, me acerco a gatas hacia tí con una manta amarrada en la mano izquierda, me miras por el rabillo del ojo y sonríes de esa manera tan genuina, de esa manera en la cual tus mejillas se manchan de carmín, y tu rostro termina convirtiéndose en la pintura mejor hecha que la naturaleza misma pudo haber creado.

-Killua. -Te oigo farfullar mientras te cubro en un abrazo y paso la manta celeste entre tu abdomen.- Pensé que estabas dormido.

Y era cierto, lo estaba. Hasta que oí llover.

¿Algo tan sencillo y ligero pudo sacarme del más pesado sueño?

-De verdad te gusta la lluvia. -Agregaste como si estuvieras respondiendo a mi pensamiento y me soprendo de lo impredecible que llegas a ser.

-Me sentía muy solo en la cama. -Mentí, puesto que habías dado en el blanco.

-Puedes dormir en mis piernas si quieres. -Sugieres con un tono endulzado a la par en que tus ojos ahora están fijados en mis manos que cubren las tuyas.- Así puedes ver la lluvia conmigo...

Sonrío.
¿Cómo es posible que alguien como tú haya nacido de unas simples células, y no de la misma mano de un dios?
Porque no soy muy religioso, y sé que nadie ha tomado un pedazo de tierra para crear al hombre... No obstante... Estoy seguro de que eso mismo ha pasado contigo.

Recuesto mi cabeza sobre las almohadas canela que me ofreces, unas almohadas de fina y tersa piel que han sido mis favoritas desde siempre.

¿Desde siempre?

Sí, porque juro que mi vida comenzó desde que te amé, y me amaste. Desde la primera vez que me dejaste dormir en tus piernas.

Tus manos pasean por el disfraz de monte nevado que me adorna la cabeza, tan sutiles y cariñosas que espero jamás las quites de ahí. Y mi cresta, mi cabello, se sienten felices de recibirte.

Vuelves a mirar la lluvia y todo lo que conlleva: Arroyos diminutos agrietando la tierra mojada, aves escondidas en sus nidos, acurrucadas esperando a el astro rey; la neblina que se levanta sobre las hojas de los gigantes de madera, y, como más importante, los truenos y rayos que alumbran el horizonte.

Te he mentido todo este tiempo...

Puesto que... Yo no amo la lluvia.
Yo amo verte cuando ella existe, porque tus ojos toman un brillo diferente... Porque en tu rostro se dibuja el asombro de descubrir "un nuevo mundo".

Y graba esto en tus párpados morenos:

No adoro lo que está tras la ventana.

Adoro lo que está frente a ella, a ese rostro. Tu rostro que me hace sentir de mil y una maneras.

Relatos empapados en lluvia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora