[•5•] Paraguas.

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Afuera estaba lloviendo. No era una tormenta o un huracán, para nada.
  A penas caían gotas, pequeños pedazos de cristal que dejaban huella en el suelo, en las hojas verdes de ciertas plantas y árboles. Incluso, estas caían ‘a la andaluza’ sobre las mejillas pálidas de un chico de rasgos albinos.
  Yacía de pie sobre el pasto verde que adornaba el jardín de su hogar. Sus ojos, azules como el mismo reflejo del cielo despejado sobre el mar, conectaban con el color gris y marchito de las nubes sobre su cabeza.

  Desde que tenía uso de razón, ese fenómeno natural había sido el objeto de su emoción, asombro, y amor. Bueno, ya tenía a alguien que amaba más que a la lluvia, tres más. Pero, en todo caso, el agua celestial tomaba el puesto 4 de inmediato.

—Está lloviendo. —Tras él, otro chico de aspecto joven y con aires primaverales (Y eso a pesar de que estaban en pleno otoño, su cabello de por sí tenía toques verdes, y ni hablar de sus ojos ámbar relucientes) indicó, viéndolo de forma directa y con una pequeña sonrisa pintada en sus labios pálidos y rotos por el frío. Llevaba puesto un suéter beige que le cubría hasta el cuello, pantalones holgados, al parecer, bastante cálidos; un par de pantuflas, y, finalmente, un paraguas rojo en la mano derecha.

—No lo había notado. —Declaró Killua, el de cabellos blancos, con cierto deje sarcástico. Ante la queja de su adverso, soltó una pequeña carcajada y se volteó hacia su persona.— ¿Qué sucede?

—Te vas a mojar. —Señaló mientras relajaba el semblante y extendía el objeto.— Toma, no quiero que te enfermes después.

—Quizá pase, quizá no. ¿Qué tiene de malo un poco de gripe? —Juguetón, el mayor caminó en su dirección y tomó la sombrilla en manos.— Tú me cuidarás, y eso no me parece mala idea, de hecho.

  Aquello provocó una dulce sonrisa más, por parte de ambos incluso.
  Llevaban siendo pareja por 9 años, desde que tenían 16. Gon y Killua siempre habían sido los mejores amigos, tan inseparables y humildes.

  “Son como uña y mugre” La tía de Gon decía eso cada que podía. También lo hacía Alluka, hermana del ojiazul.

  Y era verdad. No habían dos personas iguales a ellos. Se complementaban de la misma forma.
  Eran el Yin y el Yang presentados como almas humanas y de cuerpo. Era tanta la coincidencia, que uno tenía el cabello negro –Ignorando las puntas verdes– y el otro blanco.

—Ponte bajo la sombrilla. —Rogó Gon, el menor. Abrió el paraguas de toque carmesí y lo puso sobre los dos, impidiendo así que la lluvia los mojara. Aunque, de hecho, estaban bajo el pequeño techo del zaguán.

—Tú tienes mi corazón. —Soltó de repente Killua provocando sopresa en el otro. ¿A qué venía eso? No le molestaba, a decir verdad le gustaba mucho que dijera esas cosas, pero... ¿Por qué ahora?

—Claro. Y tú el mío. —Respondió el azabache con aires de confusión.— ¿Y eso?

—Y nunca seremos mundos a parte.

  Con ello, la mente de Gon hizo ‘focus’ y logró reaccionar ante los vocablos.

  Era su canción, la canción que su pareja le había tocado, en piano, cuando se le declaró ante todo el colegio.

  ¿Cómo olvidar ese día? Cuando en un concurso de talentos, tu mejor amigo, el chico que te gusta, dice esto antes de tocar las notas preparadas:

“Bueno, sé que no todos tomarán en cuenta esto. Y en realidad no me importa, solo quiero que él lo escuche, porque preparé esto especialmente en su honor. ¿Quién no hace eso por la persona que le gusta? Bien, Gon, no te cubras los oídos después de esto o serás el responsable de mi suicidio.”

Relatos empapados en lluvia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora