[•3•] Recuerdos en papel.

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Al amor se alude el color rojo o el color carmín, esto, claro está, que es por el coloreado de nuestro corazón: la fuente de vida del hombre. Dicho color es universal, como todos, como los sentimientos.

   Yo recuerdo, que en los entramados de mi ahora procelosa mente, el carmín asentó en algún lugar en realidad importante sobre mí, y que hasta ahora, no sale del mismo.

   Era un paraguas rojo bañado en lluvia.

   Para ese entonces yo tendría... ¿Cuántos? 6, 7, ¿8 años? La edad no importaba antes y no lo hace ahora. Lo que sí sé, es que era un niño, uno bastante hiperactivo y curioso –Por palabras de mi madre– y lleno de sorpresas. Pero... Estoy seguro de que aquel día, la sorpresa me la llevé yo.

   Trataré, entonces, de escribir mi guión mental en papel.

                       [~•~•~•~•~]

   “En regiones tropicales del continente ubicado al este del mapa, la lluvia suele desencadenarse y soltar su falda entre los ricos meses de mayo y junio, comenzado así una larga temporada de chubascos. Cuando niño, mi actividad favorita del día era despertarme con dos o tres mantas cubriendo mi pequeño y canelo cuerpo, tomar chocolate con galletas finamente preparadas por mi madre, y pasarla todo el día, o al menos, en su mayoría, jugando entre gotas y charcos.
   Ese día en especial, mi bella Mito compró para mí un nuevo impermeable, el cual, me mostró cuando di el primer parpadeo de la mañana.

—Gon, Gon.~ —Canturreaba ella mientras yo, recuerdo, tallaba mis ojos con pereza y exceso de flojera.— Ya es de día, pequeño.

—Mito-San... —Susurré yo mirándola con una sonrisa boba. No estaba acostumbrado a decirle mamá, puesto que, al ser ella en serio alguien increíble, sentía pena, y no creía que era oportuno tal llamado. Aunque, después de años, ella aclaró que le hubiese gustado oír aquello. Desde entonces, he de decirle “Mami”.

—Mi pequeño, ya es de mañana, vamos, ¿No quieres ir a jugar con tu nuevo impermeable? —Agregó ella tan dulce como siempre.

  Después de haberle agradecido por ese bonito regalo, mi madre me llevó una taza de chocolate y un platito con galletas. El día comenzaba muy bien.
  Me despedí de mi buena Mito con la mano derecha, pues en la izquierda llevaba enredada la correa de mi paraguas verde. Las botas de hule amarillo que protegían mis pies del agua encharcada se estampaban contra ella, provocando un pequeño sonido chicloso. El lugar a donde iría no estaba ni siquiera lejos: El parque Dope de la calle Tseb. En ese lugar, situado tras la casa vecina a la mía, podía jugar con los riachuelos que se formaban entre las grietas de la tierra y con los sapos que salían de entre las piedras.
  Mis ojos avellana brillaron al ver el vaivén que en ocasiones utilizaba para jugar, pero esta vez, no estaba vacío. Fue cuando lo ví.

  Era un niño al igual que yo, se notaba por su tamaño pequeño. Su cabeza y parte de su espalda estaban celosamente escondidas tras un enorme paraguas rojo, un rojo inusual, uno radiante. Curioso, recuerdo haber caminado un par de pasos hasta pisar la tierra de aquel casi abandonado parque. Sin embargo, antes de acercarme más, el niño dió un respingo y saltó fuera del vaivén, cayendo en el acto. Me preocupé, pensando que tal vez el culpable de su accidente era yo por haberle asustado, así que llegué en breve a su lado para ofrecerle ayuda.

  Su rostro pálido y, según yo, terso en demasía, estaba manchado con tierra, era triste. Su cabello también tenía rastros de suciedad. Era tan blanco como su piel.
  Los orbes azules que observaba estaban a punto de reventar en lágrimas y miraban constantes al paraguas rojo que había sido lanzado hacia las resbaladillas. Me preocupé aún más, y procuré verificar si se había hecho daño.

—¿Estás bien? Perdón por haberte asustado.— Yo estaba cohibido, pero de seguro aquel albino le sufría aún más.

—Yo... Yo... —Él balbuceó un par de veces antes de que su rostro se pintara de salmón y las lágrimas delinearan sus mejillas. En mis recuerdos yo le tomé y ayudé a ponerse de pie.— Mi... Mi paraguas.

  Musitó. De inmediato, giré la cabeza en dirección a las resbaladillas para contemplar dicho objeto sobre una de ellas. Le señalé, y, ante la afirmación del niño, corrí a por él para traérselo de vuelta. Cuando se lo entregué, el sonrió contento y agradecido.

—Gracias... Gracias por ayudarme.— Tartamudeó.— M-Me lla-llamo Killua.

  Alzó la mano en mi dirección esperando a que yo la estrechara y así lo hice, feliz de que ahora el de piel lechosa se encontrara bien. En ese momento, era un pequeño y no sabía la razón por la cual el rostro de Killua me había cautivado tanto, creo que después de años sin verle más que en películas creadas por mi mente, aseguraría que me enamoré con solo conocerlo.

—¡Yo soy Gon!

  Y así, fue como hice mi primer amigo. Aquel pequeño tartamudo que no volví a ver después de ese día entero de juegos.
  Me marcó, quizá, por el beso en la mejilla que me dió al despedirnos.

  Los años pasaron, y seguí soñando con él, incluso, ahora lo sigo haciendo. ¿Quién podría olvidar a alguien tan... Perfecto, como el niño del paraguas rojo?”

                      [~•~•~•~•]

  Después de tanto, decidí publicar el libro que escribí sobre Killua, una parte extensa sobre los sentimientos revueltos que los niños ocultan bajo sus impermeables en días lluviosos. Fue tan famoso, que pronto hubo copias en todo el país, países vecinos, y el continente colindante. Me alegro mucho de haberle publicado, porque siento que con eso... Quizá, algún día... Killua lea ese libro y se acuerde de mí, quizá me llame, quizá me vea.

  O quizá en definitiva se haya olvidado de mi nombre.

  Soy fan de los clichés porque no me gustan las historias tristes... Así que, espero volver a ver sus ojos zafiro otra vez.

  Espero ver nuevamente su paraguas rojo manchado de tierra.

Relatos empapados en lluvia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora