El amor después de la muerte (MiloXCamus)

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Advertencias:

1- Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada

2- Esta historia contiene yaoi

El amor después de la muerte

Han pasado tres semanas desde que la batalla del Santuario cobrara las vidas de muchos de los caballeros dorados que allí moraban: Saga de Géminis, Máscara Mortal de Cáncer, Camus de Acuario, Shura de Capricornio y Afrodita de Piscis. Los caballeros sobrevivientes poco a poco habían tenido que volver forzosamente a una vida más o menos normal, si es que así se le podía llamar. Lo cierto es que cada uno venía sufriendo en silencio los efectos posteriores a la guerra.

Entre ellos estaba Milo de Escorpión. Al igual que los demás, estaba trastornado con la muerte de sus amigos, y en especial, con la de Camus de Acuario. El gélido e inexpresivo caballero de la onceava casa, mal que mal, había sido uno de sus amigos más cercanos, y perderlo fue como una patada al hígado.

Cuando se celebró el funeral para enterrarlos, Milo no había sido capaz de derramar ni una sola lágrima, sabedor de que eso haría daño a su amigo, ya que éste no sería capaz de descansar en paz. Solo procuraba sonreír mientras miraba a las estrellas, preguntándose en cuál de ellas estaría ahora mismo Camus.

«Camus... quizás todos te hayan tildado de frío, pero yo no. Yo si sabía lo que tenías por dentro... »

Tiempo después vinieron unos hombres para restaurar los templos que estaban en ruinas, tanto de los caballeros que habían sobrevivido como los que no habían tenido suerte. Realizaban trabajos día y noche para arreglar los millares de escombros que había por allí regados.

Milo había tenido que soportar el ruido. Durante los días interminables de martilleos y el estruendo de los taladros, se imaginó los rezongos de su amigo Camus si hubiese tenido que pasar por lo mismo. Sonrió ante la idea, pero con cierta tristeza. Lo extrañaba, y mucho. Milo podía ser un cabrón, pero no con Camus, hacia quien de paso, sentía algo desde hacía mucho tiempo, pero jamás se lo había confesado.

«No puedo olvidarte... Camus» era lo que pensaba durante las interminables horas mirando al vacío.


Camus despertó en una soleada mañana. Su templo estaba en silencio sepulcral; sólo se oía el trinar de los pájaros.

Recordó la batalla contra Hyoga con toda claridad. Había estado enseñándole a su alumno el cero absoluto a fin de hacerlo crecer como un caballero. Sin embargo, luego de eso no recordaba mucho más. Y ahora había despertado sano, intacto y sin rastros de batalla.

Al comienzo Camus estaba sorprendido y también confundido. Recordaba a muchos de sus compañeros que habían muerto. De hecho los había sentido mucho antes de siquiera encontrarse con su alumno por segunda vez. Había sido trágico, de hecho. No era fácil perder a sus compañeros de armas.

Mientras se ponía en pie, todavía rodeado de ese silencio, se comenzó a preguntar si algo no iba bien. No sentía ni un cosmos cerca, y eso le resultaba perturbador.

Muchas preguntas rondaban su mente, pero ninguna respuesta. Para no encerrarse en pensamientos macabros, Camus resolvió salir a tomar aire fresco. Así sabría qué había sido de los otros, en especial de Milo.

Sin embargo, para su desconcierto, halló el santuario solo. Ni rastro, NADA. Era como si de repente todos se hubieran esfumado.

— ¿Qué haberr pasado aquí? —inquirió en voz alta, con su griego imperfecto todavía.

No veía a nadie. Pasó por Sagitario, Piscis, Capricornio, ¡y nada! Jadeando corrió hacia Escorpio, y tampoco vio a Milo. Se llevó la mano a la boca, mientras que de la estupefacción pasaba a la tristeza a velocidad trepidante. Sintió los ojos escocerle por las lágrimas que pugnaban por salir de ellos.

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