1.

1K 67 32
                                    

Tú nunca fuiste un santo.Nunca nos mentimos al respecto.Yo tampoco era un ángel.

Cuando los dos estábamos juntos el cielo y el infierno se juntaban, ya no existían barreras, las chispas saltaban.No podíamos hacer nada cuando el sentimiento nos embargaba y nos sumergía en profundas aguas, cuando ambos naufragamos sin conciencia del tiempo que trascurría.

Tuvimos todo, lo tuvimos todo, amor.

–Te amo, Lee Sun.

El eco de tus susurros en medio de la noche aún sigue en mi oído, cuando nuestros cuerpos se abrazaban en medio del sudor y la oscuridad.Los sonidos que provenían del exterior de tu apartamento y la luz ultravioleta, con la que te habías encaprichado por poner en tu habitación, eran nuestra única compañía.Aún recuerdo la manera en la que tus dedos se marcaban a fuego en mis caderas, como tus labios se deslizaban en húmedas caricias por lugares que solo tú parecías conquistar como si se trataran de tierras vírgenes, como si nadie nunca antes me hubiera tocado.Todo parecía mi primera vez junto a ti.Cuando los dos estábamos juntos nadie se interponía, ni los problemas en nuestras vidas ni las angustias, ambos bailábamos junto al fuego y reíamos haciendo tonterías.Nos emborrachábamos y jugábamos a saber todo de la vida, practicantes de una filosofía que a nadie más nos atrevíamos a prodigar.La gente nos miraba con ojos extrañados cuando corríamos tomados de las manos, gritando y perdiéndonos en las calles durante calurosas noches.

Aún recuerdo el olor de tus sabanas, su textura, la manera en la que tus frías manos le hacían un monumento a mi cuerpo como si fuera la cosa más hermosa que hubieras admirado.El pecho me dolía cada vez que tus profundos ojos rasgados me atesoraban cuando creías que dormía, como tus brazos me resguardaban en las noches.

Mi madre solía decir que si te enamorabas de un artista, quedarías inmortalizada por siempre junto con tu amor.Pero jamás mencionó que amar a uno doliera tanto, que te arrastrara hacia tierras inhóspitas y hasta tu propio límite.

Bailábamos entre luces hipnotizantes, matábamos y moríamos por el otro.Noches de bailes eternos, de roces en la pista de baile, ambos vestidos como si aún viviéramos en una época disco o retro.No encajábamos en la multitud, ninguno de los dos.Pero eso no nos importaba porque las personas parecían alejarse de nosotros, los cuerpos calientes y sudorosos a nuestro alrededor desaparecían cuando mordías mi cuello mientras sacudía mis caderas.

Tú y yo eramos correr o morir.

No nos importaba que el dinero no sobrara, ni que durmiéramos en un colchón en el suelo, rodeados de todos tus grafittis y tus pinturas.El departamento nunca estaba limpio: tus instrumentos de trabajo, aquellas latas y pinturas, toda la ropa tirada por todo el lugar.Nuestro santuario, donde nos escondíamos del resto del mundo, donde rendíamos culto al otro de una manera que nadie nunca entendería.Eramos felices en nuestra propia burbuja.Tú estabas loco y yo amaba tu locura.Siempre fuiste un loco lindo, E'Dawn.Y yo te acompañaba en cada uno de tus pasos sin dudarlo.

Es decir, ¿quién más hubiera colocado un espejo en el techo? Nadie más que tú, que comprendías el mundo al revés.Pero yo lo adoraba, porque cada vez que abría los ojos nos encontraba a ambos enredados entre las sabanas.Mis ojos recorrían tu espalda desnuda, decorada por tatuajes, brillante por el sudor y tu rostro mirando hacia mi dirección.Resguardaba tu sueño como una fiel guardiana, contando tus profundas respiraciones, hasta que Morfeo me abordaba y caía profundo entre sus redes.

A la mañana siguiente, me despertaba para encontrar el otro lado de la cama vacía.Pero por aquel entonces ya sabía donde buscarte, no me preocupaba ni me alteraba.Despacio, muy despacito, me apoyaba sobre mis codos y elevaba mi mirada hacia adelante.Justo allí te encontrabas tú, sin camiseta y los jeans irremediablemente manchados de pintura, con un pincel entre tus dedos.

Rush » HyojongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora