Horas, no minutos

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Horas, no minutos

Dejé que Louis y Jenna siguieran de amigos en la piscina, en cuanto a mí, fui directo al bar del hotel y pedí el trago más fuerte que tuvieran. Escoció mi garganta como si me estuvieran fusilando en ese preciso momento, pero no era nada comparado con la vergüenza que sentía.

Se suponía que era mi luna de miel con Jenna, no entendía por qué Louis tuvo que venir a arruinarlo todo. Era mi amigo, gracioso y un chico estupendo, pero no era el momento más adecuado para venir a "animar las noches", de eso me podía encargar yo sin la ayuda de nadie.

De pronto, mientras bebía, sentí una mano delicada en mi hombro. Supe de inmediato que no era Jenna, ella sólo iba y me gritaba, o me golpeaba en el hombro o cualquier tipo de cosa infantil que por más años que pasáramos juntos, nunca dejaría de hacer como si fuéramos los mismos niños de ocho años.

Giré mi cabeza lentamente y me encontré con una chica rubia, más o menos de la misma estatura que Jenna, pero con unos ojos azules muy profundos y bonitos. Sin embargo, era muy femenina y seductora, no tenía la gracia y simpatía que desbordaba mi esposa.

—¿Qué hace un chico como tú bebiendo a estas horas? ¿Quieres que te acompañe? —debía tener más de veinte años, se le notaba en la mirada y en la voz. Además, parecía dispuesta a todo por que la invitara una copa.

No me apetecía hablar con ella, pero tampoco estar solo bebiendo como un condenado horas después de bajarme de un avión, así que no reclamé cuando ella se sentó en la silla que estaba a mi lado.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó. Me miraba de arriba abajo, analizando la ropa cara que la madre de Jenna me había regalado para el viaje. Seguro pensaba que era su día de suerte.

—Alex —mentí—. Alex Brown.

Brown era el segundo apellido de Jenna, no creía que se enojara si tomaba prestado su apellido para burlarme de una cualquiera por unos minutos. Estaba seguro que si fuera por Jenna, me hubiese regalado encantada toda su identidad, le fascinaban este tipo de bromas.

—Yo soy Jane Smith —traté de disimular mi asombro lo mejor que pude, a veces para esas cosas era bastante bueno, para ocultar mis sentimientos.

Me dijo su nombre sin habérselo preguntado, y de saber que se llamaba Jane, tampoco lo hubiera hecho. ¿Acaso era posible que se tuviera tantas similitudes con Jenna?

—¿No eres de aquí, Alex?

—No, soy de Australia —cada vez se acercaba más hacia mí y recargaba todo su pecho sobre el mesón del bar, su escote resistía todo lo que podía por no reventar frente a mí.

—Yo soy de Inglaterra, de Londres —comencé a odiarla tan rápido como hablaba. Me contaba cosas que no preguntaba y eso era desagradable.

Entonces, cerca de la entrada al bar, divisé la melena rubia de Jenna. Ya no estaba con Louis y parecía algo perdida, seguramente no sabiendo a dónde ir o qué hacer.

Deseé que dejara de lucir como una niña extraviada para que me fuera a rescatar de esa bruja que tenía a mi lado, que se las arreglaba para seguir hablando de sí misma sabiendo que no la estaba escuchando. Pero Jenna no era así, ella era una chica todavía.

Y no sabía si amar u odiar esa parte de ella.

Finalmente, me vio. Y agradecí la distancia que nos separaba, porque pareció que un aura oscura la rodeó de repente y que todo su rostro se ponía pálido. Ni siquiera esperó o esquivó a las personas que se le cruzaban, caminó a toda prisa y con decisión hacia mí. Le sonreí como nunca cuando estuvo lo suficientemente cerca como para distinguir las expresiones de mi rostro, le dediqué la sonrisa más inocente y a la vez burlona del mundo. No planeé causarle celos, pero era una pequeña venganza por lo de Louis.

Cásate ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora