3

30 4 0
                                    

Tom empezó su rutina habitual. La idea del día de hoy era revisar los lugares marcados en el mapa que podrían ser de utilidad para el viaje y que ya no habían sido visitados. Hace ya 6 meses que venía haciendo esto de carroñar, y la verdad que aunque todavía quedaran muchos lugares por verificar, ya no quedaba mucha comida por ningún lado. Pero esto no era debido a que el ya había consumido todo. Una ciudad como Buenos Aires, aunque la zona de Tom solo abarcara el centro, debía tener comida como para alimentar millones de personas al día. No, el problema es que el no estaba solo, y era muy consiente del hecho.

Cuando la sucedió el ataque Tom sabía que no podía ser el único sobreviviente. Casi la mitad de la población del país vivía en la capital, las probabilidades de que hubiera sobrevivido mucha mas gente era bastante alta. El problema realmente erradicaba en que Él se encontraba en el epicentro del problema, justo en el microcentro de la monstruosa ciudad. De un lado tenía el Río de la Plata, que desemboca en el atlántico y del otro lado 20 kilómetros de ciudad. Nadie desearía estar en el lugar que estaba él. Por lo tanto nadie estaba ahí, o al menos los sobrevivientes del ataque ya se habían ido hace mucho tiempo. O no.

Tom pasó por algunos lugares que tenía memorizados y que no había visitado, como supermercados pequeños, los famosos "chinos" y algunos kioscos que ya habían sido vandalizados hace tiempo. Ya había recorrido 4 lugares y por ahora su inventorio se basaba en una lata de atún barata abollada y algunas pilas que había encontrado por ahí milagrosamente. Frustrado de su búsqueda actual, se sentó en el cordón de la vereda y abrió su mochila para tomar un poco de agua.

- Genial, me olvide la botella de agua. Ves Finn, no se para que te traigo si no te vas a acordar ni del agua. - Dijo mirando a su muñeco.

Todavía mas frustrado que antes, se dispuso a contemplar el panorama silenciosamente por un minuto hasta que tomara las fuerzas psicológicas para seguir buscando comida. Observó que adelante, a una cuadra de distancia, había una de las viejas estaciones de Subterraneo de la línea B. Oscura, silenciosa. Siempre que podía evitaba esas entradas. De pronto, de adentro de un contenedor de basura con tapa, justo al lado de la entrada, empieza a emerger una figura casi completamente humana, cubierta con unos trapos todos desgarrados, cojeando y mirando nerviosamente en todas direcciones. Un deforme. Así había decidido llamarlos Tom. Los deformes eran personas las cuales habían sobrevivido al ataque, pero igualmente habían sido expuestos por un breve periodo de tiempo al gas. Eso les causó quemaduras en la piel, perdida de cabello, fallas en ciertos miembros del cuerpo y hasta algún tipo de trastorno psicológico, aunque esto último Tom no sabía si había sido culpa del gas o del descuido constante que tenían que sufrir estas personas. Generalmente no salen a la luz, ya que su piel quemada es muy sensible al sol, y en verano, junto con el calor, les debía arder como el infierno mismo. Estos deformes no suelen ser violentos y prefieren no ser vistos, pero cada tanto Tom lograba divisar alguno, como en este caso. La figura salió corriendo hacía el otro lado de la calle e ingresó en un local, en el cual de seguro se quedaría allí en busca de algunos restos de comida. - Genial, un local menos para revisar, yo no me meto con el deforme ni en pedo.- Dijo con cierto tono de frustración en su voz. De pronto, el deforme volvió a salir corriendo del local en el cual se encontraba y se a metió en la boca del subterraneo. - Que extraño, o es un deforme con mucho coraje o definitivamente desea morir -. Tom no dijo esto porque el deforme se animó a exponerse a la luz solar de verano dos veces seguidas, lo cual era bastante impresionante, sinó porque estaba ingresando al subterraneo. Dentro de este lugar suele vivir una tercera clase de personas, si es que se puede denominarlas de ese modo. Los mutantes. Estas son personas que estuvieron expuestas al gas como los deformes, pero sin embargo este llegó a atacar su sistema nervioso, sin matarlos, pero causando estragos dentro de su cerebro. La piel de estos suele estar completamente quemada, lo cual les imposibilita recibir cualquier tipo de graduación de luz solar sin provocarles un dolor intenso, causando que empiecen a emitir unos chirridos insoportables y macabros mientras se retuercen. Su cerebro ya no funciona de la misma manera que el de una persona en sus completas capacidades. Son como animales salvajes, se dejan llevar por su instinto de superviviencia, por lo tanto suelen ser extremadamente violentos. Salen al exterior únicamente por las noches, y se alimentan de lo que puedan, incluyendo personas, deformes e incluso otros mutantes. Si uno llegara a recibir una mordida o un zarpazo de una de estas criaturas, debe desinfectarlo inmediatamente, ya que debido a las condiciones horripilantes en las cuales se encuentran y los lugares que frecuentan, es muy alta la posibilidad que se infecte la herida de gravedad, y sin antibióticos para combatir la infección, uno puede perecer a los días con dolores extenuantes en todo el cuerpo. Esto último, Tom lo había aprendido por las malas.

La PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora