En cada pueblo y ciudad sobresaliente hay una casa de la que no existe registro oficial, y cuyas ventanas han estado entabladas por más tiempo de lo que cualquiera podría recordar. No hay rastros de los antiguos inquilinos, si alguna vez hubo, y ninguna organización o individuo reclamará la propiedad del terreno sobre el cual se sostiene.
Al irrumpir en la residencia (siempre por la parte trasera, a través de una ventana corrediza de planta baja, pues nunca debes tocar las puertas exteriores) distinguirás de entre el polvo señales de que ha permanecido inhabitada por mucho tiempo. Una caja de cartón aplanada, el catre de un niño dado vuelta, una alfombra desgastada... Invariablemente, siempre habrá un colchón doble en el dormitorio principal. Pero lo que no verás serán ratas y cucarachas o desperdicios de animales. Las plagas saben bien que no tienen permitido estar ahí.
Estos son Sus espacios sagrados.
La primera vez que vayas, lleva solamente lo que necesites para poder entrar en la casa. Luego, ubica el dormitorio principal, ponte en el centro y dibuja un círculo continuo en el polvo alrededor de tus pies. Hazlo de al menos un metro de diámetro para estar seguro.
Mira hacia la entrada, y di en voz alta: «Deseo hacer un sacrificio. ¿Aceptarás la ofrenda?».
Entonces sal de ahí tan rápido como sea posible. No debes regresar hasta la siguiente noche.
Esta vez, lleva clavos, un martillo, una botella vacía de un litro de capacidad, un cuchillo grande y afilado, y una antorcha. Entra de la misma manera que la vez pasada. ¿Recuerdas el colchón en el dormitorio principal? Alguien estará durmiendo allí. No tienes que preocuparte con que se despierte; Ella se ha encargado de eso por ti. Gira al durmiente hasta ponerlo boca arriba y córtale su vena yugular, asegurándote de recoger tanta sangre como sea posible.
Tendrás que derramarla en el piso de cada habitación, incluyendo esta, con el cuidado de que te quede un poco al final. Cuando hayas terminado, sal de la misma manera en la que entraste y pon de vuelta los tablones (para esto necesitas el martillo y los clavos). Ve a casa caminando; no hables con nadie en el camino. Cuando llegues, vierte en tu mano derecha un poco de la sangre que queda y embárrala sobre la manija de tu puerta antes de entrar. Luego acuéstate.
Si aún te ha quedado sangre, tendrás que derramarla en cualquier pavimento de la ciudad sin permitir que caiga por algún desagüe. El cuchillo no debe ser usado nunca más, y debes enterrarlo. No te molestes en cubrir tus huellas. Cuando salgas de tu casa al día siguiente, la sangre en tu puerta habrá desaparecido y el homicidio que has cometido no tendrá repercusiones. Desde el momento en que abandones Su templo, ninguna evidencia de ADN podrá inculparte nunca más; la ley bordeará tus pisadas sin tocarlas. Ante las cámaras, tu cara será una mancha borrosa.
Ahora estás bajo Su protección.
Solo asegúrate de encontrar la casa correcta.
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