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En el mundo hay millones de personas que demandan realidades distintas, que a su vez lo convierte en entidades con individualidades arraigadas, nunca sabes cuan diferente es una persona a ti por el mero físico, más si llegases a conocerlo, sabrás cuantas son las actitudes únicas que, aunque sea uno de muchos, lo diferencia del montón. La gente se relaciona por las similitudes y las cosas en común, o al menos eso piensan, pero la verdad es que lo hacen por las diferencias, las pequeñas cosas de los hábitos y respuestas esenciales ante la vida, son las que marcan relaciones, que se compensan en uno lo que le falta al otro. Los seres humanos no somos, ni seremos jamás, lineales. Somos ahora el producto de la segregación de culturas, que desde el inicio quisieron amarrar de alguna forma el comportamiento de las personas para poder controlarlas, guiarlas y gobernarlas, esos rasgos subordinantes que aún persisten por lo cuesta arriba del sistema social para las masas, aun si, no lo lograron, ¿humanos controlando humanos? Eso suena a manadas de animales, donde el más grande y fuerte es el que guía, que acaso ¿no se suponía que somos inteligentes? Y en realidad lo somos, gobernados por un sistema o no, seguimos teniendo diferencias. Y es esa diversidad es la que nos diferencia de los animales.

Es probable que bajo ese concepto tenga cabida la relación de tres jóvenes ingenieros que transitaban una concurrida ciudad, mientras se sumían en conversaciones de interés que los distraía de la sosegadora realidad. Marian, Catalina y Daniel, son personas totalmente distintas. La primera es una mujer con carácter fuerte, homosexual, sincera y decidida, la segunda tiene un carácter más débil, heterosexual en su consciencia, bisexual en su subconsciente, vivaz y proactiva, y el último es un heterosexual caballeroso, inteligente, atento, y cariñoso. ¿Dónde, sino es el mundo de ahora tendría espacio una relación como la de ellos tres?

Maracaibo es una de la ciudad más demandante de Venezuela, tan visitada, tan transitada siempre, en las calles observas vendedores ambulantes, y gente mezclarse mientras caminan hacia sus respectivos trabajos, o pelean por embarcase en microbús que se abarrotan de personas hasta llevarlos pendiendo de la puerta.

La hora pico y el trafico amenazaba como su punto más colapsante, el sol parece haber acortado distancia con la tierra y estar específicamente irradiando para la ciudad.

—Sera que esto se averió—preguntó Daniel golpeando las ventanillas del aire acondicionado en el asiento de copiloto, del 4x4 que conduce Marian.

—Por lo menos no somos ellos—respondió la pelinegra, señalando a un grupo de personas que caminaban por la acera cubriéndose la cara del sol, iban de prisa, casi corriendo, con caras largas y empuñadas.

—Después preguntan porque la gente de Maracaibo, siempre parece estar enojada, es el calor nos vuelve a todos locos—opinó Catalina desde el asiento trasero.

—Avancen—gritó Marian tocando la bocina del coche. El semáforo había puesto verde pero no alcanzó pasar cuando se puso en rojo de nuevo—Mierda—dijo en voz alta.

—Tengo hambre—se quejó Daniel.

—Les dije que debíamos desayunar—advirtió Catalina.

—No podíamos llegar tarde, igual—defendió Daniel.

—Ahora lo importante es encontrar un lugar donde comer, también muero de hambre—secundó Marian.

—Mira ahí. Detente. —

—Estoy detenida Dan—

—Solo cruza y acércate...—

—Pero es un...—hizo una pausa—A quién le importa—cruzó el volante y se detuvo frente a un carrito de perros calientes.

PROYECTO XWhere stories live. Discover now