Sus pasos eran suaves, delicados y casi sin hacer ruido. En cada paso que daba, las flores soltaban su último suspiro, los árboles se inclinaban y cerraban los ojos para no volver abrirlos, las aves dejaban de cantar y caían al suelo para no levantar el vuelo. Cuando estaba cerca, el viento apuntaba a otra dirección, la brisa se detenía y el cielo lloraba tan fuerte que la misma gente podía sentir el miedo y huir de ahí.
Todos desaparecían cuando sus pasos eran escuchados, cuando los perros ladraban y la oscuridad envolvía aquel pueblo pobre. Cuando el ganado caía seco al suelo, cuando los ríos se secaban y las olas del mar retrocedían. Todos tenían miedo de aquella oscuridad y frialdad de la noche y mañana, cuando se quedaban de pie a mitad de camino al sentir los vellos de su cuello erizarse, cuando sentían miedo y ganas de llorar. Cuando estaban sentados afuera de su casa, sosteniendo entre sus dedos una vieja taza, cuando el café se enfriaba y empezaba a llover. Ellos tenían miedo cuando todos corrían y murmuraban que él estaba ahí.
¿Pero quién era él?
Narcisa podía sentir sus pasos, escucharlo llegar todas las noches y verla con curiosidad, podía sentir las hebras de su cuello erizar, pero no de desasosiego: lo que ella sentía al verlo era esperanza. Porque si estaba ahí, era porque había otra vida después de aquella. La muchacha podía sentirlo en la oscuridad, seguirla y rozar sus huesudos dedos por su piel, pero cada que abría los ojos: ya no estaba. Como si todo fuera un sueño, como si la muchacha lo imaginara, como si solo fuera producto de su imaginación.
Su hermana menor solía decirle que estaba chiflada, que no debía pensar en aquel ser, que debía orarle a Dios e inclinar su rostro cuando lo sintiera. Que aquel individuo no era alguien bueno, que solo tristeza traía, pero Narcisa no lo veía así. Ella no necesitaba orarle al gran poderoso para que aquel ser desapareciera, porque se sentía protegida cada que seguía sus pasos. Como aquella noche.
Aunque aquel sentimiento la hacía sentir inquiete entre su familia y amigos, porque solo ella podía ver la hermosura entre tanta oscuridad, porque solo la muchacha deseaba tenerlo cerca y descubrir el color de sus ojos, la suavidad de sus dedos y su voz para que le dijera que después de esa vida: habían más, que existía más colores y más mundo que recorrer. Que aquellos caminos eran el único de algo grande, algo que ella quería recorrer a su lado.
— ¡Narcisa! Niña, ve y pregúntale a la señora Vero si ya llegó su esposo, y luego ve a la esquina y fíjate si tu padre viene en la carreta —ordenó la mujer de cabello corto y rizado, de piel pálida y de profundas líneas que marcaban lo acabada que ella estaba. Y debía ser así, después de veinte años de casada, con cinco hijos: la vejez había tocado su puerta—. ¡Ve niña, anda cariño!
La muchacha dejó en el suelo a su hermanito de siete años, el pequeño le sonrió y estiró las manos para que su hermana mayor le entregara de regreso su muñeco favorito y así hizo la mayor de las hijas. Tomó su capa color piel y se la puso en sus hombros para después tirar del gorro grande y dejarlo caer en su cabeza. Hacía mucho frío a esas horas, y sería un largo camino.
Lanzó una mirada a sus hermanos y luego salió de la casa, caminó por las esquinas, pasando sus dedos por los carrizos de las casas, tomando de vez en cuando algunas pajas y guardándolas en el bolsillo de su viejo vestido que en sus mejores momentos fue azul cielo.
Se detuvo en el corral de la casa de la señora Vero, empujó la puerta de madera y sonrió amablemente a ver a la señora encendiendo la cocina de palos y colocando una olla de barro encima. Su hija mayor, Amelia, le sonrió cómplice a Narcisa y apretó su mano, para después murmurarle que podrían verse esa noche, en la fiesta por la buena cosecha de ese mes. Aparte, Amelia podría verse a escondida con el hijo del señor que cosechaba arroz.
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EL CORAZÓN DE LA MUERTE (TERMINADO)
Short StoryAquel ser era temido por aquellas personas, los curanderos decían que su presencia malos augurios traía. Todos oraban a Dios porque sus caminos no se vieran cruzados con aquel sujeto que la luz se llevaba y tristeza dejaba. Lo único que lograba caus...