EDCLAIR

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Cuando ella iba a caer al suelo, él la sostuvo entre sus brazos y la apegó a su pecho. La palidez en su rostro fue más evidente ante la luz de la luna que ahora alumbraba aquel bosque. Se sentó aun sosteniéndola en sus brazos, pasó sus escuálidos dedos por sus mejillas que por lo normal tenían un color escarlata y ahora solo un blanco tan triste como la piel del individuo. Estuvo por largo tiempo ahí, abrazándola, mirando los lunares en su rostro, sus largas pestañas y los pequeños labios que perdían calor. Le estaba robando su brillo, pero no podía evitar estar cerca de ella.

Se deslizó con suavidad por las calles, con mayor facilidad al ver que el pueblo en si estaba desesperado y gritando sobre la desaparición de una muchacha. Aquel ser aprovechó aquella distracción para depositarla en el camastro y encender la única vela que había en su pequeña habitación de carrizo y de dibujos colgados por todos lados. A unos metros de distancia estaba él, viendo el color regresar en sus mejillas y su respiración normalizar. Caminó alrededor, deteniéndose frente a la ventana cubierta por un mantel blanco bordado de flores de colores, esas que aquel sujeto no podía tocar porque las dejaba sin vida.

Desprendió el dibujo con lentitud, haciendo un sonido irritante pero que se camufló ante el silbido de los árboles. Sostuvo la hoja y se sorprendió al verse ahí, de pie y de espalda. Su cabello largo, oscuro cayendo en sus hombros y al final de este con un lazo dorado, como adorno que solía utilizar. Su saco largo, de piel cayendo con suavidad arrastrando y sin ensuciarse. No se veía su rostro, ni el color de su piel, ni el tesoro que llevaba oculto entre sus manos.

Soltó el dibujo cuando la puerta de carrizo se abrió e ingresaron los padres de la muchacha, la madre se acercó y sostuvo su mano llorando y tratando de despertarla. Aquel sujeto de larga cabellera oscura se sentó en uno de los bancos y se camufló ente la oscuridad. Narcisa abrió los ojos, parpadeó y se llevó los dedos a la cabeza gimiendo en voz baja, para después buscarlo con la mirada y sorprenderse al encontrarlo aun ahí; frente a ella.

— ¡Narcisa! ¿Hace cuánto estás ahí? —su madre abrazó a su hija y su padre se quedó de pie observándola, más cansada que nunca y sin el brillo que siempre tenía —. ¿Narcisa?

—No lo sé, ¿Ya terminó el festejo?

— ¡Hija, se han robado a Amelia! Y tampoco está Pelan, sus padres están buscándolos y no saben de ellos —tartamudeó el padre de la muchacha, sentándose en el catre y tomando la mano de su hija—. Creímos que tú también te habías ido, tus hermanos están buscándote hija. ¡Que susto nos has dado!

—Estoy aquí. Estoy muy cansada..., yo quiero dormir —su madre besó su frente con ternura, y su padre giró su rostro, buscando la causa de su miedo y porque sentía aquel cosquilleo en su espalda, como si alguien lo estuviera viendo. Regresó a ver a su hija, y le sonrió para después soplar la vela y salir de ahí.

Todo quedó en silencio y ella se removió en el catre, envuelta en sabanas calientes y sintiendo su mirada. Aquel individuo sonrió con tristeza y caminó hasta ella, sentándose a su lado y viendo como sus ojos se cerraban con lentitud, como dejaba de brillar y su piel volvía tener ese color tan pálido que empezaba a detestar. Así que hizo lo que nunca había hecho antes: rompió las reglas. Encendió la vela con un chasquido y sopló en su dirección. Narcisa abrió los ojos y lo miró.

— ¿Cómo te llamas? —inquirió con la voz ronca, agotada. Aquel sujeto miró sus labios resecos, sus ojos entre cerrados y escuchó como arrastraba las palabras.

—Edclair —contestó con suavidad, viéndola.

—¿Por qué ellos no pueden verte, Edclair?

—Porque no ha llegado su hora —cuchicheó el aludido, pasando sus dedos largos por las mechas que caían en su rostro. Aquel hombre era bello, como aquellos ángeles que solían contarle su tía Nieves. Decía que los ángeles tenían una belleza que dejaba a cualquiera atónicos, que eran poseedores de unos ojos magnéticos y de una voz aterciopelada.

EL CORAZÓN DE LA MUERTE (TERMINADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora