El Bar de Jimmy

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Ya eran las doce de la noche y llevaba ya unas dos horas aproximadamente vagando por las calles de mis vecinos, conocidos y amigos buscando algo de información, sin apenas encontrar su edad. Lo único que pude hallar fue su nombre: Guillem Ricky.
Aún así, seguía con infinitas preguntas dentro de mi cabeza. ¿Por qué nadie le conocía? No entendía nada hasta que empezó a llover.
No tenía ni paraguas ni chubasquero, así que entré en el local que tenía más cerca. Ni siquiera lo conocía, simplemente entré para resguardarme. Se llamaba “El Bar de Jimmy”; era un local de aspecto antiguo donde lo único actual que se distinguía de entre sus mesas y bancos, era la cafetera de detrás del puesto del encargado.
Me senté al lado de la barra y pedí un café. Me sorprendió ver que el encargado puso cara de sorpresa cuando me vio. Se frotó los ojos y se fijó mejor en mí. Su mirada se volvió tranquila, echó un suspiro y con un gesto de vagancia, puso en marcha la cafetera.
Mientras el ruido de motor sonaba de manera continua como un percutor perpetuo, el encargado (y propietario, o eso creo) miró el entorno de su establecimiento, con cara pasiva. Sus ojos se volvieron tristes al ver que ya llevaba tiempo sin recibir ni un solo cliente. Parecía que estuviera llorando por dentro.
La cafetera pitó y él retiró la taza y me la dio a mí. Mientras me la bebía, el silencio se hizo insoportable. Sentí la absurda necesidad de romper el hielo, y decidí intentar comenzar una conversación con el encargado, aun que ni siquiera le conociese.
- Te llamas Jimmy, ¿verdad? - dije yo, con un tono un poco tímido.
El hombre se giró y tardó en contestar.
- Sí… oye, tú eres familiar de Guillem Ricky, ¿verdad?
Mi mirada se iluminó.
- ¿A caso usted lo conocía? - pregunté, con tono brillante.
- Bueno, resulta que éramos viejos amigos. Ese maldito yanqui me hizo pasar muy buenos años durante la época dorada de mi bar… pero des de ese accidente del demonio, los clientes bajaron en picado y ya me ves tú aquí, detrás de la barra de un local desierto que pronto me veré obligado a cerrar después de tantos años de prosperidad.
Jimmy parecía estar ahogado en lástima. Primero pierde su amigo, luego sus clientes y ahora está perdiendo su vida. Me fijé más en él y me di cuenta de que ya tenía una edad. Un hombre así no merecía esa clase de vida.
- Verá, yo he perdido a mi padre, mi trabajo y prácticamente mi vida, pero no parezco peor que usted… de hecho, si le sirve de consuelo, realmente no existe ninguna razón para estar así en ninguna situación posible, o eso me gusta pensar a mí… normalmente, cuando lo pienso, al menos las cosas ya no van a peor. - dije en tono misericordioso.
Le di un sorbo a mi taza y me di cuenta de que ya casi estaba vacía. Fuera ya no llovía y, de hecho, ya era bastante tarde; pero por alguna extraña razón, disfrutaba hablando con ese hombre, y no quería irme. Compaginábamos bien y nos entendíamos el uno al otro, o al menos eso creíamos.
Pedí una cerveza y seguimos hablando. Le conté mi historia de cómo había llegado aquí y él accedió a contarme la historia de cómo mi padre y él se habían conocido.
- Todo empezó un día como cualquier otro en los setenta. Por aquél entonces, yo era joven y mi local era uno de los más populares del pueblo. Estaba a rebosar de clientes, hasta que tocaron las doce y llegó la hora desdicha. Aquella hora era una hora muy especial: era la hora en que empezaban la mayoría de horarios de trabajo nocturno (que, por cierto, haba muchos por aquí en aquella época), y perdía una importante cantidad de clientes; era la hora en que muchos tenían fijada su cena en casa para levantarse mañana temprano e ir a trabajar, otra cantidad perdida; pero lo que más influenciaba de entre la cantidad de cosas que pasaban en esa hora era que abrían el casino de en frente de mi bar, y los clientes que quedaban se largaban allí. En resumen, que el bar se quedaba desierto y yo me quedaba solo.
- Vaya… debió de ser muy duro quedarte sin clientes cada día justo a esa hora… - le dije, con voz compareciente.
- No creas, durante esos tiempos, mi bar era tan próspero que no necesitaba el dinero de ese par de horas sin clientes para poder vivir feliz, y tampoco le daba importancia al asunto… eso sí, yo me tomaba en serio los horarios de abrir y cerrar (no quería perderme ni un maldito euro), así que me encendía un cigarrillo y leía un poco el periódico, sentado en la silla de detrás de la barra.
Me extrañó oír que se encendía un cigarrillo cada día, y no porque en esa época no fuesen comunes (todo dios fumaba por aquel entonces), sino porque Jimmy no tenía para nada pinta de fumador. Bueno, es un hecho que hasta yo de joven me he echado alguno, pero no uno por día, eso os lo puedo asegurar.
- Y yo estaba allí, cumpliendo mi rutina, hasta que para mi sorpresa, un hombre de vestimenta pobre entró por la puerta de mi local - continuó Jimmy - y se sentó delante de la barra. Aún un poco distraído a causa de lo poco inusual que era lo que estaba pasando, me liberé del shock con un par de parpadeos y le atendí. Pidió una botella de whiskey de malta, un pedido muy común por aquellos tiempos, pero cuando estaba a punto de sacar una botella mediana, justo en aquél momento, el desconocido vio que medida iba a coger y me dijo que quería una grande. Le dije que no le sentaría bien tanto alcohol tan tarde hacia la noche, pero él dijo que no tenía la intención de acabársela. Pocos clientes se llevaban botellas para  casa por aquellos tiempos, así que me extrañó, pero igualmente dejé a parte mis dudas y le di la botella, sirviéndole una copa. Me pago lo justo y empezó a beber. Parecía disfrutar de manera exagerada de su whiskey, como si no hubiese bebido alcohol des de hacía mucho tiempo.
- ¿Ese extraño hombre era Guillem? - le interrumpí, con voz curiosa.
- Si señor, veo que tiene una buena intuición, caballero - dijo en tono de burla. Añadió una pequeña risita y continuó - como el ambiente estaba demasiado tenso, empecé a lavar la vajilla para entretenerme. Miré al hombre, que seguía disfrutando al máximo de su preciado líquido dorado, y decidí intentar empezar una conversación para calmar un poco el ambiente. Él aceptó la oferta y estuvimos un rato charlando. Resultó ser un humilde barrendero que terminaba su turno a aquella hora. Había estado ahorrando aún teniendo un sueldo tan bajo para poder comprarse una botella grande de whiskey y beber lo mínimo cada día para que esa botella le durase hasta que pudiera comprarse otra. Después de oír eso, pensé que sería absurdo beber una botella enorme a vasitos minúsculos utilizando un vaso por día, y él, para mi sorpresa, adivinó mis pensamientos con tan solo viendo mi cara, respondiéndome que ese plan era mejor que no tener nada para beber. Estuve de acuerdo con ese razonamiento, pues no había tiendas donde se pudiera comprar alcohol por allí cerca, así que seguimos charlando y poco a poco nos fuimos sintiendo bien el uno con el otro, y el sentimiento incómodo de su presencia en mi local se fue marchando y esfumando durante la conversación.
- Entonces… ¿se hicieron amigos así, sin más? - pregunté, un poco extrañado.
- No te confundas, amigo, que la amistad no era tan fácil por aquel entonces, simplemente desapareció la incomodidad, la amistad vino luego. Antes de que se fuese de vuelta a casa, me hizo una pregunta que nunca olvidaré: “verá usted, resulta que iba a llevarme el whiskey a casa, pero mi casa es muy fría y no quiero que se pierda el gusto de el primer día, así que me gustaría pedirle un favor. Ya sé que es mucho pedir, pero ¿podría usted asegurarse de que nadie toque la botella que dejaré debajo de esta mesa?”. Me fijé en la mesa a que se refería, y se trataba de la mesa más aislada de todo el local. En circunstancias normales le habría dicho que no, puesto que no quería tener más cosas de que preocuparme, pero la extraña amabilidad y honradez de ese hombre me hizo decir que sí. Antes de que se fuera, le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Guillem, Guillem Ricky. Y así fueron yendo las cosas, Guillem empezó a venir puntual cada día justo a la hora desdicha y a tomar un pequeño vasito de su preciada botella de whiskey y luego a charlar conmigo. Al principio charlábamos un ratito, luego media hora, luego una hora, y así fuimos alargando el tiempo de charla diaria sin darnos cuenta hasta llegar a charlar hasta la hora de cerrar. Poco a poco se fue forjando una valiosa amistad.
- ¿Y nunca hubo ningún inconveniente en medio de vuestra amistad? - pregunté con voz curiosa.
- La verdad es que lo único malo que pasó des de que nos conocimos fue aquél fatídico día en que no le volví a ver. Todo empezó cuando vino a una hora fuera de lo común. Vino mucho antes, cuando se suponía que aún estaba cumpliendo su turno. Estaba muy nervioso y sudado. Respiraba muy fuerte. Me dijo que se tenía que ir del pueblo, que alguien muy peligroso le estaba buscando y que  no era seguro quedarse allí. Me dijo que había venido por última vez a despedirse de mí y a darme las gracias por todos los buenos ratos y por ser su amigo. Me dijo que había dejado algo en su botella, algo importante, así que me pidió no la quitara hasta que un familiar suyo la encontrase. Me dio un abrazo largo y antes de que pudiera reaccionar, salió corriendo de la puerta del local. “¿Oye Jimmy, quién era ese?”, dijo un conocido de mi lado; “Un viejo amigo…” contesté yo, con voz perdida y aún dentro del shock para asimilar todo lo ocurrido en tan poco tiempo. Poco después de aquello, salió un artículo en el periódico donde se explicaba que se había encontrado el cadáver de Guillem Ricky en un accidente de coche. Se ve que el coche no era suyo, y los frenos del coche estaban cortados. Y esa fue la última vez que volví a saber de él. - concluyó Jimmy, con cara triste.
- Lo siento mucho, no quería hacerte recordar todo aquello… - me excusé yo, un poco avergonzado y arrepentido de haberle hecho explicar tal barbaridad.
- Je je, - sonrió Jimmy, con cara triste - sois igual de educados, me recuerdas a él. ¿Ves? Me has dado un motivo para pasar la noche sonriendo.
- Toma, quédate el cambio - dije yo, dejando un billete de diez sobre la mesa.
- No, no, tranquilo, invita la casa - me interrumpió Jimmy, devolviéndome el dinero - verás, tu padre me cambió el carácter, ¿sabes? Me hizo cambiar hasta el punto de pasar de ser un propietario rácano de un local de mala calaña a ser un hombre honrado que solo quiere ser feliz. Y os doy las gracias a los dos por este regalo tan maravilloso.
Una pequeña lágrima rodó por mi mejilla.
- Una última cosa; por casualidad, ¿no sabrá usted en qué mesa guardaba su botella mi padre? - pregunté.
- Verás, resulta que la guardaba donde tú estás ahora mismo.
- ¿En la barra? - dije, sorprendido.
- No, en la mesa de dónde has sacado tu silla.
- ¡Ah! - exclamé, sacando la botella.
Dentro de la botella había un mensaje. Lo saqué cuidadosamente como si de un mapa del tesoro se tratara y lo leí detenidamente y mi cara se iluminó. Le di las gracias a Jimmy, cogí el mensaje y me fui pitando a mi casa.
Había resuelto el misterio. Ya sabía por qué me habían echado de mi trabajo. Ya entendía los documentos de los libros sin lomo. Ya sabía quién era el hombre que hablaba con el director. Ya sabía quién y por qué habían matado a mi padre usando ese método. Y la respuesta estaba en ese mensaje.

Una Botella Debajo de la MesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora