Seguramente estaréis preguntándoos como lo he resuelto y que ponía en ese mensaje. Pues veréis. Resulta que un día, durante su turno, mi padre oyó unas voces que venían de una de las calles en obras. Esas calles estaban cerradas, así que le pareció raro, y fue a mirar. Eran el joven director de la biblioteca y un hombre corpulento con aspecto de guardaespaldas.
Sin querer, escuchó su conversación y oyó que hablaban de contrabando. No entendió mucho de que contrabando hablaban, pero si oyó como el director llamaba al gorila. Le llamaba “blazer”. Cuando la conversación terminó, se fueron juntos. Guillem intentó seguirlos, pero los perdió.
Como papá tenía muchos amigos, fue a hablar con John, su amigo policía, y le pidió que investigase el sobrenombre de “blazer”, y lo que su amigo encontró que el propietario de ese mote era Vladímir Grövich, un criminal extranjero con múltiples cargos contra el gobierno y acusado de contrabando de materiales ilegales mediante el mercado negro. Se fugó hacía ya cinco años y era uno de los individuos mas buscados.
Resulta que mi padre, por muy pobre y desgraciado que fuera, tenía acceso a todas las calles del pueblo y se las sabía mejor que un taxista de Londres (una de las ventajas de ser barrendero). Con esa memoria, le sería fácil registrar y memorizar todas las calles donde se reunían el director y Grövich.
Estuvo tiempo investigando el caso y descubrió los libros sin lomo. Enseñó su contenido a su amigo y resultaron ser documentos importantes de distintos países que Grövich y el director vendían por el mercado negro. Antes de que pudieran llevar el caso a juicio, John fue asesinado en extrañas circunstancias. Y aterrado, Guillem alquiló (o más bien robó) un coche y intentó marcharse del pueblo. Poco después, se le encontró muerto, pues los frenos del coche estaban cortados.
Antes de morir, como se esperaba que no sobreviviría, escribió el mensaje de la botella donde lo explicaba todo, para que alguien de su familia lo encontrase y llevase el caso a juicio por él.
Fui a casa corriendo, y redacté un informe que lo explicaba absolutamente todo. Cogí un trabajo temporal como cartero para ganar lo suficiente como para mantenerme y sobrevivir, hasta que pudiera contratar a un abogado, enseñarle el informe e irme al tribunal.
Y así fue, contraté a un abogado llamado Johan Joshua, y llevamos al director y a Grövich a juicio. Al principio nos fue fatal, pero la cosa solo acababa de empezar.
- ¡Nos faltan pruebas! - dijo Johan.
- ¿Qué pruebas? ¡Si ya tenemos toda la historia! - contesté.
- Eso no es suficiente - insistió Johan - verás, no hay pruebas de que tu padre haya visto todo esto, si estuviera vivo y lo tuviéramos como testigo, valdría, pero está rotundamente difunto.
- ¿Y Grövich? ¡Su tapadera es ser el supuesto guardaespaldas del director! Entonces, no tendrá más remedio que asistir al juicio. ¡Entonces le destapamos y ya está! - continué, con cara de preocupación.
- Pero no tenemos pruebas de que realmente sea él. Con simplemente declarar, no nos creerán. Necesitamos una prueba de su ADN, como un pelo, o un trozo de uña, cualquier cosa que provenga de su cuerpo; aun que dudo que podamos conseguir tal cosa a estas alturas.
- ¿Y qué podemos hacer?
- Lo ideal sería conseguir uno de esos libros sin lomo - propuso Johan.
- Pero a mí no me dejan entrar en la biblioteca, tienen una norma ya registrada des de mucho antes de que yo entrara que dicta que un ex empleado ya despedido anteriormente no puede volver a la biblioteca.
- Ese director es muy astuto… - balbuceó Johan, con dientes apretados.
- ¿Y si vas tú a la biblioteca? ¡A ti no pueden decirte ni hacerte nada porque no trabajaste nunca allí y si te mataran el juicio anterior desviaría todas las sospechas hacia ellos! - dije yo, con voz brillante y vista iluminada.
- No es mala idea… - contestó Johan, con voz sugerente.
Y así fue como la vida nos llevó a intentar una peligrosa misión con contacto a través de un pinganillo donde un abogado se colaría en una biblioteca sin ser visto, sabiendo que el peligroso asesino Grövich vigila la entrada a cuerpo entero.
“¿Me recibes?”
Dice Johan por el pinganillo. Le contesto con un “sí” y se dispone a entrar. Se oyen unos pasos que de repente se ven interrumpidos por un paso aún más fuerte. Grövich se ha puesto delante de Johan, interponiéndose entre él i la entrada.
“Me suenas… ¿Quién eres tú?”
“S-Solo un s-señor que q-quiere coger un l-libro…”
Johan está tartamudeando. Se vuelve a oír un paso fuerte y los pasos continúan. Parece que Grövich se lo ha tragado y Johan ha entrado.
“Uf, menos mal que no me ha pasado nada… ¡Yo no estoy hecho para estas cosas tan tensas, maldita sea!”
Los pasos siguen hasta que se oye el inconfundible sonido de un libro fregando con los otros libros al ser sacado de una estantería. Se oye como Johan saca dos o tres libros más y luego un suspiro de sorpresa.
“¿Qué pasa, Johan?” - pregunto, alarmado.
“¡Los libros sin lomo no están! ¡Los habrán sacado durante la noche al ver que tenían que ir a juicio!”
“¡Maldita sea! ¿Y ahora que hacemos?”
“Creo que lo mejor es que lo meditemos en casa… ¡Ay dios! ¡Creo que me han visto!”
“¡Corre, Johan, Corre!”
Entonces, la conexión se cortó.
Estuve esperando unos veinte minutos infernales hasta que alguien llamó a mi puerta. Poco a poco, muy pero que muy asustado, me acerqué al pomo y me dispuse a abrirla. No sabía quién estaba detrás… ¡Siempre había querido instalar una mirilla, con lo bien que me habría ido en aquella situación! No sabía qué hacer… ¿y si era Grövich, apuntándome con un arma preparado para disparar? Por otro lado, si era Johan, podrían matarlo a él si no abría… ¡Qué dilema!
Con la mano temblando, giré el pomo y abrí la puerta con un gesto rápido. Era Johan, sudando y respirando como un poseso. Le dejé pasar, cerré la puerta y le ofrecí una infusión de hierbas, para que se relajase un poco. Yo también tomé una.
- ¿Y bien? ¿Qué ha pasado? - pregunté, un poco más calmado.
- Resulta que vieron que buscaba la tercera filera de libros escondidos y Grövich me cogió por la espalda, como si fuera un juguete, me quitó el pinganillo y lo aplastó con sus dedazos descomunales. Me llevó fuera y me apuntó con un revólver y empezó a amenazarme y a hacerme un montón de preguntas.
- ¿Y qué hiciste para escapar? - continué, intrigado.
- Cogí una lata que tenía al lado, se la lancé y le dio en el ojo. Retorciéndose de dolor, Grövich se frotó los ojos y yo aproveché para salir corriendo.
- Vaya… - murmuré, nervioso y lleno de sudor.
- Creo que lo mejor que podemos hacer de momento es alejarnos de esa zona por ahora.
- Pero ¿y los libros escondidos? Si ya no están, ¡no tendremos pruebas para incriminar a Grövich y al director! - exclamé.
Johan estuvo meditando con mirada perdida pero pensativa un buen rato hasta que su mirada se encendió.
- ¿Eso es el mensaje que te dejó tu padre? - preguntó, señalando a un papel de encima mi mesa.
- Pues si… ¿es que tiene algo raro?
- déjame verlo un momento…
Le enseñé el mensaje y Johan se lo miró y remiró detenidamente.
- ¿Ves esas líneas y puntos de decoración que hay alrededor del papel?
- Si… vaya, están muy detallados, se ve que a mi padre le encantaba decorar cosas… que extraño… - contesté.
- Demasiado detalladas, diría yo… verás, esto es Morse, el código basado en líneas y puntos que utilizaban los soldados de la guerra para comunicarse. Lo estudié y me lo aprendí cuando se me apareció un caso de un soldado desaparecido.
- Me suena que Jimmy me contó que Guillem había ido a la guerra… entonces, ¿Qué pone? - pregunté, intrigado otra vez.
- A ver… “Calle Baker número Seis”… ¡Es una dirección!
- Entonces, ¿A que estamos esperando? ¡Corre, al Coche! ¡Puede que obtengamos una prueba para inculparlos!
Rápidamente, subimos al coche de Johan y nos dirigimos a la calle indicada. El número seis de la calle Baker era una pequeña casa de un solo piso que parecía un poco mal cuidada. El jardín estaba horrible y las paredes húmedas. Llamamos al timbre. Tardaron en contestar. La puerta se abrió un par de centímetros y un ojo nos espió desde la pequeña apertura.
- ¿Quienes sois? - dijo una voz oxidada con tono de pocos amigos.
- Yo soy Roy Ricky y él es Johan Joshua. Venimos de parte del mensaje del difunto Guillem Ricky.
La puerta se abrió por completo. Detrás había un señor mayor con cara seria. Nos invitó a pasar. Al cabo de un rato ya estábamos sentados en un sofá vintage, tomando una taza de té.
- Veréis - explicó el señor - Yo era un viejo amigo de Guillem. Un día vino a verme, me contó todo el follón en el que se había metido, y me entregó una caja cerrada con cinta adhesiva. Me dijo que se la entregara a un familiar que había mencionado en su mensaje. Y veo que ya ha llegado.
Nos entregó la caja, le dimos las gracias y nos fuimos a casa. Una vez allí, la abrimos y su contenido nos sorprendió.
- ¡Un libro sin lomo! - exclamé, eufórico.
- ¡Ya tenemos prueba! - añadió Johan.
Le di las gracias a Johan, nos felicitamos, nos dimos un abrazo y cada uno volvió a su casa hasta que llegó el gran día, el día en que enviaríamos a Vladímir Grövich y al director Roger Mustang a la cárcel por sus graves crímenes contra el gobierno.
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Una Botella Debajo de la Mesa
Mystery / ThrillerRoy Ricky es empleado de una pequeña biblioteca de su ciudad. Su vida da un giro inesperado cuando descubre por accidente una tercera fila de libros sin lomo escondida entre las dos de los lados de las estanterías de la sección infantil. Sorprendi...