Capítulo 4.

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—¡Ya despierta! —exclamó una voz que venía desde la puerta

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—¡Ya despierta! —exclamó una voz que venía desde la puerta. Michael me había despertado nuevamente en mi segundo día en la casa. Qué irritante.

La noche anterior Sophie y yo nos entretuvimos bastante, por lo que terminó volviendo a su casa a altas horas de la madrugada. Me sentía bien; el sexo había sido bueno, y al parecer nadie se había percatado de que había llevado una visita a la casa. No tenía ganas de levantarme, aunque sabía que tenía que asistir a la escuela. Unos minutos más descansando con mis ojos cerrados no me harían daño...

De repente sentí mi cabeza y cuerpo humedecerse, como si me hubiese caído un chaparrón encima. Inmediatamente me levanté de la cama y lo fulminé con la mirada, obteniendo la misma expresión de su parte.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —le espeté mientras miraba mi ropa completamente mojada. Me acerqué a la mesita de luz rápidamente y levanté mi móvil, al cual le habían caído unas gotas de agua sobre la pantalla.

—Fui claro cuando dije que tenías que despertar —aseguró en un tono serio que no hizo más que aumentar mi enojo hacia él—. Cámbiate rápido y baja a desayunar, no tengo todo el día.

Me metí en la ducha de mala gana; lo último que quería en ese momento era bajar y hablar con él, pero tuve que hacerlo una vez que estuviera listo. En esa época del año estaba cálido, mas no podía evitar temblar del frío mientras me quitaba la ropa mojada, ya que todavía tenía el descaro de tirarme agua helada encima.

Me alisté rápido y me dirigí hacia la cocina.

—¿Qué me impide golpearte en la cara? —fue lo primero que pregunté cuando llegué.

—Podría preguntarte lo mismo —dijo, con el semblante serio.

—No puedes ir por la vida tirando baldes de agua fría a las personas cuando no quieren levantarse —expliqué lo obvio con indignación, levantando mis manos en el aire.

—Y tú no puedes traer chicas a mí casa sin mi consentimiento como si esto fuera un hotel —contraatacó con razón. No lo había pensado de esa manera, pero sin duda alguna no había actuado bien. Aún así, no creía que lo que él había hecho estaba justificado. ¿Cómo se había enterado?–-. Creo que estamos a mano.

—Púdrete.

Aquel fue el final de nuestra conversación.

Ese día él no me llevó a la escuela, sino su chófer, con quien hablamos durante todo el viaje pues me preguntó muchas cosas sobre mi vida en Estados Unidos. Su nombre era Alfred, y no pude evitar sonreír al escuchar ese nombre, ya que pensé inmediatamente en el mayordomo de Batman. Sin dudas a Michael le quedaba de maravilla el papel de un millonario engreído y solitario como Bruce Wayne, aunque no estaba seguro de la parte de que fuera un superhéroe.

El día transcurrió con normalidad hasta que fue el momento de volver a la casa, donde, aunque pensé que tendría que confrontar a Michael, eso no pasó, puesto que no se encontraba en la propiedad. No parecía haber nadie en la casa más que el chófer, quién me había traído de vuelta una vez finalizada mi última clase del día.

Mis reglas, Alexander Mison ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora