Capítulo 8.

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Me desperté con un dolor de cabeza insoportable y la luz del exterior lastimaba mis ojos

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Me desperté con un dolor de cabeza insoportable y la luz del exterior lastimaba mis ojos. Tenía hambre, pero a la misma vez, quería vomitar a consecuencia del dolor tan fuerte en la sien. No recuerdo cuándo fue la última vez en la que me desperté tan mal luego de una fiesta; y todo eso sabiendo que anoche no había tomado tanto, ni siquiera había llegado a emborracharme de manera tan horrible. Me acordaba perfectamente de todo lo que había pasado. Sí, me acordaba de todo, hasta del beso que Michael y yo nos habíamos dado. O mejor dicho, el beso que él me había dado (y que yo había aceptado y correspondido sin poner ningún pero).

Estaba boca arriba, mirando el techo blanco de la habitación. Puse la palma de mi mano en mi frente buscando consuelo, pero ella no estaba tan fría como me esperaba.

Cada vez que cerraba los ojos, revivía lo que había pasado anoche, hasta la más pequeña sensación que había sentido sobre mi piel. Y volvía a estremecerme de sólo pensarlo. Deseaba que hubiese una forma de olvidarme de todo, pero sabía que no iba a ser posible. Tenía que afrontar que el beso me había gustado, ya que de otra manera, me haría vomitar el solo pensamiento de volver a hacerlo. Eso no significaba que me gustaba ni nada parecido, ¿verdad?

Nunca había besado a un chico antes. Ni tampoco había pensado en hacerlo. Si Michael no lo hubiera hecho, dudo que yo mismo me hubiese acercado de esa forma. Quizás alguna vez había pensado que un chico era atractivo; no niego que la primera vez que lo vi fue lo primero que se me vino a la mente, además de que se veía bastante elegante. Pero de ahí a estar sexualmente atraído a una persona de mi mismo sexo, era un asunto diferente. No sabía cómo sentirme en ese momento.

Necesitaba alguna pastilla para el dolor. Le pediría a alguno de los trabajadores una vez que me diera una ducha. De ninguna forma pensaba pedirle a Michael. No, de ninguna manera.

Toc, toc, se escuchó en la puerta y yo me congelé.

Me debatí a mi mismo si debía abrir la puerta o fingir que estaba dormido. Ni siquiera estaba seguro de que quien estaba detrás de esa puerta era él, pero mi corazón había empezado a latir de forma desesperada de todos modos. Me senté rápido en la cama y una pequeña sensación de náusea apareció, por lo que coloqué mi mano sobre mi estómago.

Toc, toc, se escuchó nuevamente, pero esta vez había golpeado la puerta con un poco más de fuerza, como pensando que eso me despertaría si estaba profundamente dormido. Me levanté dudoso y me fui acercando lentamente a la puerta. Conseguí una camiseta que se encontraba tirada sobre el sofá y me la coloqué. Mi mano estaba ahora sobre el picaporte, sin saber si girarlo o no.

Exhalé pesadamente antes de, finalmente, dignarme a abrir la puerta. Michael se encontraba como nuevo, a pesar de que ayer estaba peor que yo.

No sabía qué decir, sólo me quedé en silencio esperando a que fuera él quien rompiera el hielo. En sus manos traía un vaso de agua y un pote de pastillas.

Mis reglas, Alexander Mison ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora