Día 418

85 2 1
                                    


Observo el calendario que cuelga solitariamente en la pared, sus espacios tachados con tinta roja marcando el paso del tiempo, Hoy es el día número 418 que despierto en el mismo lugar, 418 veces comiendo en la misma mesa, 418 duchas rápidas, 418 días de visita en el que nadie ha venido a verme. Paso mis días en soledad, dando vueltas en el pequeño cuarto, recordando épocas en las que todo era más fácil. En ocasiones leo, pero mi mente no logra conectarse con las historias, otros días intento escribir, tomo la pluma y el papel y garabateo todo aquello que quiero decir pero no puedo.

Sueño con el reencuentro, con el día en el que vea a mi familia de nuevo, sentir el abrazo de mi madre y las palabras reconfortantes de mi padre, sueño ver a mis hermanos tonteando, idealizo volver a dormir con el pequeño y peludo perro Tobías. Solo cierro mis ojos e imagino el instante en el que pueda dejar de mentir y solo salir al mundo, quiero una hamburguesa y una cobija afelpada.

-¡ROSS¡ -el grito viene acompañado de un golpe en la puerta- Tienes 2 minutos –La guardiana Coleman es una de las menos horribles en este lugar, con su metro ochenta de musculatura puede ser un poco dulce cuando se lo propone.

Extiendo mis pies sobre la litera, buscando deslizarme hasta el piso, me pongo los zapatos y camino hacia la puerta.

-¿Quién es? –pregunto a la guardiana, aferrándome a la esperanza que sea alguien más.

-Tu abogado –odio tener que asimilar lo inevitable, nadie tiene idea de donde me encuentro, excepto mi defensor –sabes cómo es esto nena, abre la boca –obedezco mientras ella inspecciona que no lleve nada que pueda ocasionarme un alargamiento en mi estadía- da vuelta –me giro y pongo mis manos atrás.

-No las aprietes tanto como la última vez.

-Descuida –engancha las esposas en mis brazos – será un paseo al parque.

Salgo con su ayuda de la pequeña celda, dando pasos cortos, mis pies luciendo ridículos en medias y pantuflas.

Camino por el patio 3 de la penitenciaria, alcanzando la puerta hacia el pasillo norte, donde están ubicadas las salas de visitas.

-318 –dice Coleman –No hagas estupideces.

-¿Moverás las esposas hacia adelante? –La miro suplicante- odio tener las manos en mi espalda, es muy molesto.

-No después de lo de la vez pasada- me da un empujón hacia la sala y me rio hacia mis adentros recordando como golpee a Patterson en la cara hasta que no podía respirar, odio a las perras racistas.

Entro a la habitación contemplando al hombre sentado en al lado opuesto de la mesa, camino hasta la silla vacía y me siento.

-¿Cómo se encuentra hoy señorita Ross? –pregunta con cordialidad y casi puedo percibir que siente un poco de pena por mí.

-Mejor que ayer –respondo con total sinceridad.

AGAIN -hasta los huesos. #wattys2018Where stories live. Discover now