II. 11/1

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Vuelve a terminarse esa estúpida canción.
Pero la vuelve a poner, le recuerda demasiado a su estúpida situación, esa que hunde a la vez que salva, como aquél complejo método de tortura en el que agarraban al condenado de la cabeza y lo hundían en agua hasta confesar.
Quizá necesitaba eso mismo, esa tortura continua, hasta no poder más, hasta no poder contener todo lo que guardaba dentro, hasta confesar(se).

Todavía no se la ha aprendido, aunque mira a su alrededor a través de su perspectiva rocambolesca y su prisma cosmopolita y halla su contexto en cada una de sus frases.

Una y otra vez la dichosa canción y, sin embargo, el estribillo es lo que mejor retiene su mente. Una fragua en la que forja deseos. Lejanos, quizá.

¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? Se pregunta.

Ya había olvidado lo que jamás perdonaría, ya enterró el hacha y se dio a la mar en busca de no menos que su esencia real, ya había asfixiado sus deudas con el amor, ese sentimiento que se había prohibido y, aún así, todo le parecía tan complicado. Tan complicado.

Un golpe rápido en el hombro y desde el anonimato simuló devolver aquél espíritu soñador a la realidad. No busca quién ha sido ni siquiera le importa, pero consigue desprenderse de su delirio parpadeando y sigue buscando una respuesta en el cielo. Aunque sabe que será en vano.

Y su mente vuelve a coaccionar sus actos.
O al menos su voluntad de actuar.

Toda posibilidad se ve sesgada por experiencias anteriores y vuelve a sentir el trágico abrazo de aquella espiral púrpura y punzante de la que parece no poder librarse jamás.

Quizá no sería en vano, pero su mente se ha vuelto adicta durante el paso del tiempo a la coacción. Y parece encontrar confort en esa peligrosa alianza.

DESVIVIENDOWhere stories live. Discover now