III. 21/1

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Obstinado. Es el acuerdo que firmó consigo mientras escupía los restos de pasta de dientes al verse en el espejo.

Deseaba volver a intentarlo. Aunque en ese intento residiese también el freno. Comprendió que más pronto que tarde aborrecía la gente y que le sería tremendamente difícil reabrir el portal sellado.

<<No importa, ya cambiará.>>
Era su mentira favorita.

Qué injusto ese caminar lleno de dudas para quien siempre había intentado obrar el bien y aparcar la maldad, tratando de dar el máximo de sí por obtener la felicidad de su(s) ser(es) (más) querido(s) aun cuando la vida le daba la espalda.

El tiempo transcurría más rápido de lo que sentía y otra noche más se mantuvo en velo cómo quién teme dormir, descansar, soñar: para dejar de vivir.

Estaba dejando de vivir con ese pensamiento errático que no podía evitar.
Una mala época la tiene todo el mundo, pero no era solo una mala época. No existía el desapego. No se desprendía aquella voz, aquella  suntuosa imagen que prometía gloria en sus adentros, una satisfacción que en el fondo, anhelaba.

Después de tanto, y tantas co(s/p)as.
Llegó a darse asco por no poder avanzar, llegó a odiar una porción de su ser, a abrazar la terquedad, huir de la confrontación real, todo por pánico a la posibilidad de volver a naufragar.

Y para sí se decía que obraba bien, su consuelo, su pañuelo de terciopelo que limpiaba de sus mejillas y corazón todos los problemas, pero no borraban sus ojeras.

Sus ojeras eran el regalo de su sufrimiento, ese que todos temían abrazar.

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