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La luz del sol entraba por la cortina blanca de encaje. Me removí entre las sábanas.

Los recuerdos de la noche anterior llegaron de nuevo a mí. Entonces mi corazón se volvió a encoger y ese peso que tenía en el pecho volvió a sofocarme. Aún estaba en shock por todo lo que habíamos hablado, pero más aún por la indiferencia con que ambos habíamos tratado el asunto. Fue como si hubiésemos hablado sobre vender algún mueble o devolver algo que sencillamente no funcionó. Sí, fuimos así de fríos y distantes, ambos.

De cierta forma era inevitable que llegáramos a este punto. Años en estancamiento y rutina, los cuales nos arrinconaron a esta situación.

Lo sentí removerse entre las sábanas, irónicamente no compartíamos más que la misma cama, e inmediatamente se levantó. Como habían sido todos estos años, con la diferencia que ahora éramos oficialmente dos desconocidos. Lo escuché abrir el ropero y buscar sus cosas, tomó su toalla y se encerró en el baño.

Con prisa me levanté, doble mi manta, y arreglé la parte de mi cama. Busqué la ropa que llevaría a la oficina y me cambié.

Mis pensamientos no se detenían y no era capaz de pensar en solo una cosa. Me sentía extraño, como si algo dentro de mí se hubiese perdido. Quizás eran los recuerdos que me pusieron nostálgico y no era nada más que eso.

Caminé de nuevo a la habitación y lo vi salir. Entonces nos detuvimos uno frente al otro. Los últimos meses apenas si intercambiábamos palabras o podíamos mantener una conversación que no requiriera respuestas cortas y precisas. Esta quizás sería la última vez que nos hablaríamos frente a frente, porque hacía muchísimo tiempo que no lo hacíamos.

─¿Puedes llevar los documentos al abogado?─ Me pregunto. Vi cada uno de sus movimientos, a pesar de todo, lo conocía tan bien que podía interpretar sus gestos y ahora buscaba algo para distraerse y evitar mirarme porque estaba, al igual que yo, incómodo con esta situación. ─Te toca hacerlo.─

─Claro─ dije con una leve sonrisa.

Entonces, como siempre, ambos callamos.

─Gracias.─ susurró. No entendía por qué se sonrojaba al darme las gracias.

─Es lo que me toca hacer.─ respondí secamente.

─Si─ dijo bajando la mirada. Entonces me perdí, no pude interpretar ni el sonrojo ni porqué bajaba la mirada. Inmediatamente se recompuso y volvió a sonreír.

Desde que nos casamos, siempre repartíamos lo quehaceres del hogar, tú haces esto, yo aquello, esta es tu parte, está la mía, a ti te toca hacer esto, a mí esto. Y en esta ocasión, a mí me tocaba ir a dejar los documentos del divorcio de común acuerdo que la noche anterior habíamos firmado. A solas, sin la multitud que alguna vez nos había acompañado al inicio de todo esto.

─En cuanto encuentre un buen lugar para mí, me iré. - dijo mientras salía.

Me quedé por unos minutos mirando la puerta, sin pensar en nada. Mi celular vibró al recibir un mensaje.

Kyu, apresúrate, vamos tarde.─

Entonces recordé que Hangeng, mi compañero de trabajo, me esperaba para llevarme al trabajo. Tomé mi saco y salí corriendo.

Hubiese sido agradable contarle a Hangeng lo que estaba pasando, pero Hangeng no era Zhoumi, mi único y mejor amigo. Hangeng era solo el típico compañero buena onda del trabajo que pasaba por mí todos los días. Lo cual me ahorraba el pasaje del metro.

Al recordar a Zhoumi, anhelé volver a hablarle, pero hacía once años que había roto contacto con él, desde que se fue a Seúl, al poco tiempo de habernos graduado de la universidad. Me había sentido muy feliz porque mi amigo había encontrado un buen trabajo, pero muy en el fondo le tenía envidia. Zhoumi se iba y yo me quedaba en Busan. Desde entonces no lo llamé ni lo busqué y la amistad se deterioró hasta olvidarse, al igual que había sucedido con Ryeowook.

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