VI

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- ¡Por favor no me dejes caer!...
-¡Perdón!
-¡Ayuda!
Comencé a caer y caer en un hueco que parecía no tener fin.
Caía, caía y caía.
...
Desperté con una horrible sensación de vacío en el pecho, intenté moverme y ver hacia el costado, pero me dí cuenta de que mi cabeza estaba medio enterrada y el pasto crecía largo a mi alrededor. ¡¿Cuánto tiempo llevaba dormida?!

Me levanté con un esfuerzo terrible y casi me desmayo cuando vi mis piernas completamente enterradas hasta la mitad del muslo, había sobre ellas césped y algunas flores. Era imposible saber cuánto tiempo llevaba así, tanto como saber en dónde estaba.

Estaba intentando desenterrar mis piernas cuando escuché un ruido, eran pisadas, a lo lejos, de algo muy pesado. Instintivamente cerré los ojos y me acosté lentamente en el hueco que mi cuerpo había ocupado. Sentí ese algo pesado pararse a mi lado respirando cansadamente y muy fuerte, gruñó y me olfateó desde la cabeza a los pies. Me fijé en como se helaba mi sangre solo para no pensar en lo que sea que haya estado cerca mío, un sudor frío me empapaba entera y tenía mucho miedo.

Luego escuché los pasos alejándose y perdiéndose a lo lejos, esperé un rato prudente sin moverme y después me incorporé. 

Intenté buscar al animal que había pasado a mi lado viendo a lo lejos pero no lo encontré, aunque por las huellas era algo que podría haberme sacado la cabeza de un zarpazo.

Luego de calmarme decidí que ya era hora de desenterrarme, se hacía de noche y necesitaba encontrar algún refugio para pasar la noche sin tener algún encuentro desagradable con animales que podrían degollarme. No me había dado cuenta de cuanto me dolía el cuerpo hasta que me puse a sacar la tierra de mis piernas, mis brazos punzaban con cada movimiento y casi no podía mover los dedos, pero era preferible aguantar ese dolor a enfrentarme con algún animal hambriento.

Después de un rato que pareció un milenio, ya había desenterrado mi pierna derecha y la mitad de la izquierda. Calculé unos diez minutos para terminar de liberarla. Solo. Diez. Minutos. 

Mi mala suerte decidió no darme un respiro ese día. Faltaba liberar solo mi pie cuando escuché un aullido seguido unos segundos después por otros tres o cuatro más, parecía que estaban a unos 500 metros, era obvio de qué animal eran. Traté desesperadamente de liberarme pero no fui lo suficientemente rápida, la tierra estaba muy compacta y mis uñas no eran suficiente para romperla en poco tiempo.

Un sudor frío me corrió por la espalda por segunda vez en el día y me paralicé, era como si se hubiera activado una especie de sexto sentido que me decía que estaba por pasar algo horrible. Verdaderamente no se equivocaba, un gruñido rabioso me sacó de mis pensamientos, cerré los ojos esperando lo peor. Los lobos se acercaban lentamente a mí, aunque estaban a mis espaldas los escuchaba perfectamente. De pronto, uno de ellos se acercó a mí y comenzó a gruñir más fuerte, supuse que ese debía ser el líder.

¿Saben lo que se siente una mordida de lobo? Bueno, yo lo averigué ese día. Sentí los dientes del lobo penetrar mi piel, pero no el dolor. Sentí gotas de sangre recorrer mi brazo y caer al pasto pero no las sentí pasar por mi mano.

Luego de morderme, el lobo empezó a arrastrarme hacia adelante pero al hacerlo me dobló el pie que quedaba enterrado y quedó en un ángulo raro. Quizás me querían llevar a la cueva, pero nunca lo voy a saber, porque la maldita luz en mi muñeca apareció otra vez.

Como la vez pasada, fui absorbida por el túnel extraño pero esta vez no llegué a una cueva. La luz decidió que era mejor dejarme en una playa. Caí abruptamente sobre la arena húmeda y sentí como si todo lo que había pasado en el día me cayera sobre el cuerpo, los lobos, la tierra y el bicho extraño que pasó a mi lado.

Estaba totalmente agotada después de los nervios y de cavar como loca para desenterrar mis piernas pero sabía que si me quedaba ahí era posible que la marea subiera y me ahogara. Con un esfuerzo impresionante me senté y con uno diez veces peor me puse de pie, se me aflojaron las piernas y caí de nuevo. El esfuerzo se multiplicó por treinta y logré pararme y caminar hasta la sombra de una palmera datilera, me senté y rompí una tira de tela de mi pantalón para hacer un torniquete en mi brazo sangrante. Necesitaba buscar algo para que no se me infectara, no hay que olvidar que fue un lobo el que me mordió, si no lo trataba rápido se me infectaría.

Me quedé un rato viendo las olas romper en la costa mientras pensaba ¿qué hago ahora? bueno, lo primero sería buscar un refugio, alimento tenía arriba de mi cabeza y por lo que veía los dátiles estaban en su punto justo.

La verdad es que no me podía quejar de mucho, había caído en una playa linda, el clima era templado y tenía montones de dátiles para comer, el único inconveniente era que tenía una mordida de lobo que sangraba en mi brazo y amenazaba con infectarse. Genial.

A lo lejos se veían unas montañas, quizá hubieran cuevas en las que pudiera refugiarme y además tener un mayor campo de visión del lugar pero debía caminar mucho para llegar, entonces decidí empezar en ese instante y cuando se hiciera de noche armar un refugio de ramas y hojas, después de todo esa playa tenía un clima agradable.

Mientras caminaba no pude evitar preguntarme sobre la luz naranja de mi muñeca ¿cómo funcionaría?, ¿desde cuando la tendría? y sobre todo ¿se puede controlar?. Quería llegar ya a la montaña para experimentar con ella, quizás si pensaba mucho en algún lugar se activara.

Pensando en esas cuestiones el tiempo pasó mucho más rápido y antes de darme cuenta estaba anocheciendo. Armé una choza apresurada y me senté al abrigo de las hojas a experimentar con mi muñeca.

Me concentré con todas mis fuerzas en un punto cerca de una palmera, lo miré concentrada unos diez minutos y nada. Ni siquiera apareció la maldita luz. Grité mientras señalaba:

-¡Allá!

-¡Aparece!

-¡Transporta!

Y nada.

Enojada y cansada me acosté sobre la arena, había tenido un día muy extraño y estaba agotada; tenía sed, sueño, hambre y me dolía el cuerpo. Pensé en la casa, en el bosque, en el gigante, en la cueva y en como me gustaría estar allí y poder ahorrarme la caminata. Me imaginé cómo sería por dentro, las paredes, los huecos, las piedras, todo; y como por arte de magia (o por suerte) la luz en mi muñeca se encendió, pero esta vez en vez de ser anaranjada era azul. Rápidamente agarré algunas ramas de dátiles y al instante me transporté a la cueva.

...

Cuando llegué, la luz en mi muñeca parpadeó dos o tres veces y se quedó prendida emitiendo una haz mucho más potente, era como una linterna adentro de mi cuerpo. Inspeccioné el lugar y después de sacar algunas arañas el lugar era "habitable", hice una pequeña almohada con las ramas de dátiles e inmediatamente me quedé dormida al apoyarme en la improvisada almohada.

...

Al día siguiente, decidí que era hora de explorar mi supuesto poder para teletransportarme.

Necesitaba saber cómo funcionaba con exactitud, y si podía, sacarle algún provecho. Entonces comencé a imaginar, pero el único lugar que se me ocurría (y que conocía bien) era lamentablemente, la casa de Los Monstruos.

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⏰ Última actualización: Jan 07, 2019 ⏰

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Cuando Las Bestias DuermenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora