Scott no daba más del estrés que sentía. Llevaba días sufriendo de dolor de cabeza, el constante parloteo de quienes se encontraban compartiendo espacio con él no ayudaba.
Estaban ayudándolo con un trabajo que les había pedido, algo muy personal, que él les había dicho que no dijeran a nadie. A Mitch específicamente.
Él estaba recortando unas letras mientras que uno de sus acompañantes pintaba algo en un trozo de cartón de tamaño considerable. Otro del otro lado acomodaba unas flores en un envoltorio de color blanco y una chica acababa de entrar con un montón de bolsas.
—Kirst, ¿son necesarias tantas bolsas?
—Ah, ¿obvio sí? No inventes Scott, claro que son necesarias. No piensas hacer un gran show vestido y arreglado como un vagabundo, ¿verdad?
Los chicos habían vuelto hacia unos días con adelanto, pero Mitch no estaba enterado, pues lo estaban ayudando con algo y él no podía enterarse e interrumpir.
El rió y rodó los ojos a la vez que un chico mas bajo y con barba le pedía su opinión sobre el arreglo que estaba haciendo con las flores.
Su plan era grande, y elaborado; pero valía la pena.
No notó la vibración de su teléfono a causa de un nuevo mensaje.
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—Chicos, creo que debemos apresurarnos, ya casi está oscureciendo.
—Parece que el invierno está ansioso este año, apenas son las 19:07.
Scott miró por la ventana y efectivamente así era. Se levantó de donde estaba sentado, específicamente en el suelo junto a una mesa de café, y se estiró. Soltó un suspiro de satisfacción al sentir sus huesos descontracturarse, y bajó los brazos.
Cuando hubieron salido ambos chicos del apartamento de Kirstin, se dispuso a ayudarla con el desastre que habían hecho, juntó los papeles y quitó las cosas de la mesa. Tras terminar con todo sacó su celular del bolsillo y vio un mensaje.
Mitchie♡
"Ven a mi cuarto a las 19:35.
Por favor, no llegues tarde, es urgente"Miró alarmado la hora, viendo que eran 19:23. Tomó rápidamente su chaqueta pues afuera hacía un frío considerable y sin dar explicaciones ni tienpo de preguntar a Kirstin, salió rumbo al auto que estaba estacionado frente a la casa.
Esta situación no le daba buena espina, para nada.
Pisó con fuerza el acelerador y a tan solo unas calles de la casa de Kirst se cruzó con unos hombres con chaleco cerrando la calle.
—Alto ahí, señor.
—¿Qué sucede?
—Hubo un accidente hace apenas unos minutos, debemos pedirle que de la vuelta, hay un desvío a unos kilómetros.
¿Unos kilómetros? ¿Cuanto era eso? ¿2? ¿15? Revisó la hora y vio que eran ya 19:29.
«Demonios, demonios, demonios.»
Dio la vuelta a todo lo que el motor le permitía y rogó porque fuera tan solo una exageración de Mitch como casi siempre.
Estaba a unas 6 calles de llegar cuando escuchó una alarma detrás de sí.
«¡Esto no puede ser cierto!»
Maldijo por lo bajo viendo la hora: 19:34. Vio por el espejo retrovisor como un nombre con chaleco, al cual se dio cuenta odiaba sin saber exactamente desde cuando, avanzaba con parsimonia hacia él.
—Señor, ¿sabe a qué velocidad iba manejando?
Se frotó las sienes.
—Mire, realmente no tengo tiempo para esto, es urgente y-
—Lo lamento ¿qué le hace creer que puede hablarme así?
Soltó un bufido y bajó del auto azotando la puerta. Ignoró los gritos y reclamos del inspector.
—¡Deje la multa en el parabrisas! ¡Ya la pagaré!
Salió corriendo lo que sus piernas le permitían. Tenía una rara y para nada grata sensación en el estómago, y su cuerpo entero cosquilleaba de lo nervios que traía.
Cuando llegó a la puerta se detuvo a recobrar aire, y miró el reloj.
«¡M🍓ierda!»