Carta 5

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Noviembre 8, Gibosa menguante.

Mi querida Luna:

No te he escrito estos últimos dos días porque he llegado muy agotado, de todas formas no he dejado de pensarte y buscarte en la noche.

El lunes estuve todo el día ofreciéndome para tocar en restaurantes, bares y clubes nocturnos. El dueño de un restaurante dijo que estaba buscando alguien que tocara en el cumpleaños de su hija, trabajo que acepté, por supuesto. La fiesta será este domingo en la tarde.

Ayer y hoy me fue muy bien tocando en la calle. Ágata pasó por ahí está tarde a eso de las cinco y me invitó a cenar en su apartamento. Ella vive en el sur de la ciudad. Debiste haber probado la pasta que preparó, le quedó deliciosa, tal vez te habría gustado, tiene una sazón única. Hablamos de diferentes temas, entre ellos, hablamos de ti; sí, de ti y de la fascinación que te tengo, parece que a ella también le gustas bastante, otra cosa que tenemos en común entre tantas; pero es que, ¿a quién no has de gustarle?

P.D: Si estás por allá arriba, es porque quien te puso ahí sabía que merecías un lugar especial, uno en donde todos pudieran admirar tu inigualable belleza.

Por siempre tuyo,

Manuel.

En ese instante, Víctor abrió la puerta de la habitación sin pedir permiso.

—Manuel, aquí estás, al fin te encuentro. No hemos tenido la oportunidad de hablar mucho desde que llegaste. No me gustaría que te fueras y hayamos pasado desapercibidos, sin habernos conocido un poco el uno al otro —dijo con sarcasmo—. ¿Por qué pones esa cara? ¿A caso interrumpí algo importante? Yo espero que no, ¿eh? Me he enterado de que hablas mucho con Ágata, bueno, sólo quería recordarte que ella es como diez años mayor que vos, aparte de que no me gusta mucho que salgas tanto con ella. —Su voz se tornaba odiosa, Manuel pudo notar el enojo de Víctor en su tono al hablar, y es que él sólo quería dejarle claro que no debía meterse con ella—. Por otra parte, quería saber cuánto tiempo has pensado quedarte acá.

—Bueno, a mí tampoco me gusta que abra la puerta sin golpear primero—respondió algo molesto. A Manuel no le agradaba para nada que le interrumpieran, mucho menos que entrarán a su cuarto, aunque no fuera realmente suyo, sin pedir permiso—. Mire, muy amablemente le quiero aclarar que Ágata es mayor que yo por siete años, algo que ya sé y no necesito que nadie me lo recuerde. Sea como sea, tengo el derecho de hablar con ella las veces que quiera, siempre y cuando ella me lo permita. Con su permiso, tengo mucho qué hacer, por lo tanto, le agradecería infinitamente que se retirara —pronunció con una amabilidad bastante sarcástica. Víctor accedió a la petición de Manuel y se fue.

Manuel quedó pensativo y un poco abrumado por aquella inesperada e entrometida visita, pero sin darle muchas vueltas en su cabeza, se fue a dormir.

Cartas a la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora