(I. Convivencia) III.

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Wild Miracles† 
(Milagros Salvajes)

He de admitir que nunca contemplé mi propio desastre como un hoyo directo a la perdición, porque esta vida que llevo se supone, a pesar de cualquier eventualidad, está en el lado amable de la sociedad; con el chico en mi presencia, alucino las puertas del infierno y una mínima escotilla hacia el cielo.

Parece que mis acciones los últimos días se resumen en un obtuso remolino de causas perdidas entorno al chico, que tienen oportunidad de mutar hacia un cambio, siempre y cuando la fe me permita algo más que solo confiar para ver el milagro suceder.

El chico deambula por los estrechos pasillos de mi lugar con sus pies descalzos, la ropa a medio poner y el cabello sujeto en una moña apretada que le arranca mechones dejando pistas de sus pasos. Hace ruidos con los labios cuando está aburrido durante el tiempo que no le dedico, y las páginas de los libros que lee al estudiar han colmado el límite en cuanto a la legalidad del ruido que emiten las hojas unas contra otras; lo hace a propósito, igual que su vicio de dormir sobre el suelo al pie de la gran ventana del salón principal.

Se levanta temprano, igual que yo, y silencioso enfila a la ducha; tras de sí una hilera de prendas: Medias, pulseras, short de pijama y alguna de mis camisas usadas en el día. Prepara café y pan tostado para mí mientras permanece completamente desnudo y salpicando agua de su cabello, después murmura alguna palabra terriblemente adictiva a mis sentidos antes de regresar hasta la cama, dónde cae dormido a los pocos minutos.

Él estudia, yo trabajo. Respiramos, nos alimentamos, rozamos la piel y miramos. Eso, sobre todo, sucede con regularidad; encontrar su mirada entre los pequeños detalles de una rutina nueva es fantástico y aterrador en niveles fluctuantes para mi mortalidad.

El chico empieza a desesperarme, con todo su silencio y sobre entendimiento hacia mis acciones; se siente de toda la vida, cercano y familiar y yo lo estudio con atención, empapándome de su esencia, igual que lo hace el mobiliario con las gotas dulces que resbalan por su piel.

Es un completo desastre en su singularidad, un manchón de personalidad explícito en sus mínimas expresiones. Me lo quedo, tal y como si de elegir el veneno con el cual seré asesinado en pequeñas dosis se tratara; entonces sonríe o prepara café de sorpresa y parece que el veneno es en realidad algo más azucarado que me empuja a desear vivir de un modo desconocido.

—Buh —dice a mi oído, enroscándose en mi torso entre el suéter—. ¿Te asusté?

—No lo creo —sacudo el cuaderno de pasta dura que tan caro me costó, con figuras a colores y esos emoticones burdos para pegar en las hojas—. Termina con esas ecuaciones de una vez.

—No me gustan, Isaac —se queja—. Me gustas más tú.

—Y por supuesto, eso me halaga —bebo café del termo y señalo al cielo—. Lloverá. Deberías terminar antes de eso.

— ¿Por qué? —mira en la dirección de mi rostro—. ¿Vamos a salir de casa?

Ah. Ésta pegajosa sensación de hogar improvisado a la que uno termina acostumbrándose.

—No. Hoy no.

— ¿Qué hay de mañana? ¿Saldremos por ahí mañana?

Miro sus ojos. Es imposible que unos ojos posean tal color; hay verde, café, azul y unas manchas grises nadando alrededor de un pequeño punto oscuro como el ónix. Encuentro en ellos reflejado las esperanzas, sueños y rencores de un joven chico que apenas y puede sostenerse con sus piernas, llevando al hombro un puñado de valores humanos ganados a pulso. No sabe qué hacer con ellos y yo no sé qué hacer con ambos.

Wild Miracles | l.s | PARA EDITARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora