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Hoy tuviste una recaída muy fuerte.

A pesar de que me mantuve fuerte para ti, mientras tú descansabas, te agarré de la mano y no te volví a soltar.

Y lloré.

Lloré en silencio por el miedo que me inundó al creer que ya había llegado tu momento.

Mis lágrimas recorrían mis mejillas sin rumbo fijo hasta caer y perderse en algún lugar de aquella habitación que se había convertido cómplice fiel de todo lo hermoso que hemos vivido.

Lloré porque no me contuve más.

Porque quería ocupar tu lugar y que dejaras de sufrir.

Aunque hay un pequeño detalle que había olvidado...

La vida es injusta.

El último abrazo (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora