Prólogo

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Sus iris celestes no dejaron de centrarse en aquella gran cantidad de hidromiel que le dio el tabernero a cambio de nada.

La posada en la que estaba y vivía se caracterizaba por ser ruidosa y albergar criminales. Por supuesto, estaba situada en un barrio pobre, donde a nadie se le ocurriría pasearse de noche, ya que su muerte estaría casi asegurada.

—¿Mala cacería, señorita Strange?—preguntó el tabernero con un palillo entre sus dientes. Apoyó sus codos en la barra para tener una mejor vista de aquella chica pecosa. Sonrió, mirando sus ojos celestes—. No se preocupe; es bella. ¿Por qué no busca trabajo en una casa de señoritas?

La rubia, Anneline, ignoró sus palabras por el momento. A ella no le importaba la maldita cacería que, por supuesto, era falsa. ¿Por qué iba a cazar demonios cuando ella misma lo era? Solo quería vivir en paz, mantener su secreto y ser la mejor guerrera para poder proteger a las personas que amaba.

Mordió sus labios, jugueteando con el asa de aquel vaso de madera. Sus dedos se pasearon con juego mientras miraba al tabernero con algo de gracia.

—Verá, para hacerlo con un hombre primero tienes que perder ante él en batalla— habló con cierto éxtasis; pelear le encantaba, pues era lo único que sabía hacer—. Cualquier persona es libre de retarme si quiere llevarme a la cama.

—¿Y alguno de esos hombres lo consiguió?— preguntó curioso, cogiendo un trozo de tela algo sucio para limpiar algunos recipientes.

—No soy chica fácil. Y supongo que se aplica en todos los sentidos, señor Tabernero.

—Pero caerá ante un hombre; solo espero que no sea uno de esos dichosos demonios. Hay que aniquilarlos, señorita Strange. Contamos con su espada para ello.

—¿Tan idiota me ve como para caer ante un demonio?— habló con sarcasmo. Ya estaba acostumbrada a esos comentarios y, además, tampoco estaba orgullosa de su raza. Quisiera ser una simple valquiria, pero nació entre maldad y pecado; nació para ser exactamente lo que no quería ser—. Tengo un sexto sentido.

—Ya le vale. Desde que supimos que su apariencia es normal, todos sospechamos de todos. Solo los que tienen sangre de dragón son capaces de diferenciarlos.

—Oh, dragones— la rubia dio un gran trago en su hidromiel, mirando con interés al tabernero. Era lo más cercano a amigo que tenía; le gustaban aquellas tardes de lluvia en las que podía enterarse de todo lo que ocurría en la aldea. Todos en aquella posada eran casi como una familia a pesar de ser delincuentes—. Me interesan, hábleme de ellos.

—¿Le interesan?

—He oído que las escamas de dragón son gran mercancía. Pagan por ellas mil monedas de oro.

—Pero no puede— suspiró el tabernero, mirando la palidez de la muchacha. ¿Tanta inocencia era posible? Aunque bien ya sabía que Anneline salía aceptando trabajos de asesinato y, al finalizar, siempre volvía con unas cuantas monedas de oro más en su bolsillo. A veces entrenaba y listo; una vida en la que no hacía falta enterarse de qué ocurría en el exterior—. Los dragones tienen forma humana, no sabrías reconocerlos a no ser que le mostraran sus escamas, sus alas o sus ojos reptilianos.

—¿Son la raza de la realeza?

—Curioso, pero no— siguió el hombre, dejando en paz los recipientes. De esa manera le prestó toda la atención posible a Anneline—. Hay diferentes tipos de dragones, chica. Algunos fieles y serviciales a la realeza y, otros, solo se acercan por interés. Aunque el rey es un dragón.

Una sonrisa se esbozó en la Strange. Quería saber cómo atraer a uno, pues sería un paso más hacia su meta para ser considerada fuerte. Aunque, por supuesto; jamás usaría sus habilidades de demonio. Por eso cada vez que alguien preguntaba, decía que era una simple valquiria; una mujer guerrera.

—Oh, ya conozco ese gesto en usted. Pero debe relajarse... Nadie saldría vivo de una batalla contra un dragón.

La puerta de la posada soltó un gran chirrido. Todos observaron con molestia al causante de ello, observando a una mujer que cubría cada parte de su cuerpo con ropajes ligeros. La muchacha, hizo una reverencia para decir hola; para ella era muy importante la cordialidad. Anneline fijó su mirada en ella por cada paso que daba, sintiendo cuán de diferente era aquella castaña. Supo diferenciar alguno de sus rasgos a pesar de estar tapada con una capucha; una chica que caminaba segura de sí misma hasta la barra, justo al lado de ella. Le echó una rápida mirada; ojos color turquesa, casi como la misma esmeralda.

—Buen día, buen señor— saludó la desconocida, mirando al tabernero—. Por favor, ¿puede darme algo de agua?

—Oh, ¿hum?— soltó una pequeña exclamación, pero qué iba a hacer; el tabernero tenía una debilidad por las chicas bellas. De hecho, agradeció que dos estuvieran delante de él, alegrando su vista algo pervertida—. Tenga— le sirvió un vaso del agua que había, aunque era la misma para fregar los platos. A pesar de eso, estaba limpia.

Seguramente atraería clientes si su rostro fuese totalmente visible.

La rubia la miró sin ni siquiera disimular. Quería observar, sabiendo que había algo diferente en ella. ¿Pero qué? ¿Quizás desprendía bastante poder?
Observó cómo sus labios se apegaban a aquel vaso de madera. Todos los detalles eran visibles ante aquellos ojos analizadores de la rubia, quien era experta en estrategias.

—Disculpe— habló el empleado, llamando la atención de la recién llegada—. ¿Piensa quedarse mucho por aquí?

—Espero que sí, si ese es el caso, significaría que todo va bien.

—¿Es que algo va ma-

—Señor Tabernero— interrumpió Anneline, mirando de reojo a la chica—. Iré a descansar ya— todo fue rápido. Como si necesitara dormir. ¿Por qué? Para ella, el día casi comenzaba.

Levantó su pesado cuerpo y, en cuanto se paró delante de ella, curiosamente notó dos aromas.
Su corazón palpitó por alguna extraña razón, mirando más allá de aquellos ojos turquesas que tenía. ¿Cuál era su nombre? ¿Qué era lo que escondía? Si se quedaba allí, la rubia lo descubriría. O eso querría.

¿Sería bueno pelear contra ella? Anneline quería hacerlo, ver cuál era su raza y comprender porque tenía la sensación de que tenía dos almas. ¿Quizás las devoraba?

Sin querer, un olor a canela se filtró por sus fosas nasales. Las pupilas de la Strange se dilataron y todo su cuerpo se estremeció.

"Diablos..." pensó, aún centrando su mirada en la castaña. "¿Por qué siento que estoy cerca de algo, estando lejos?"


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