Capítulo 1

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Despertó con algo de rabia por no haber podido aprovechar el día de ayer. En aquellos tiempos, el tiempo era oro. Casi literalmente. Debías de aprovechar todo lo que pudieses para hacer encomiendas, cazar para vender pieles o, no en el caso de Anneline, robar.
La pobreza consumía aquella ciudad.

El rey prohibió la magia de curación y todo lo que tenía que ver con ello, por lo que la salud de los habitantes peligraba. Los más sensibles a las enfermedades eran los hechiceros; humanos que aprendieron el dominio de la magia.

Al levantarse, se sentó en la repisa de la ventana. Al alzar su mirada vio estrellas.
Anneline las amaba tanto, que pensaba que capturar una era posible. Por eso, cuando nadie podía verla, se transformaba para usar sus alas demoníacas. Algo idiota, ¡podría ser descubierta! Pero estaba desesperada por capturarla. Por tenerla consigo y brillar como siempre había querido.
Amaba, deseaba y necesitaba aquellos detalles que decoraban el cielo nocturno.
Verlas le tranquilizaba, haciéndole sonreír.

"Si algo tan pequeño puede brillar, ¿por qué no yo?" pensaba continuamente, aunque no sabía qué era lo que quería en la vida.

Solo tenía un hermano el cual andaba desaparecido en sus aventuras y una soledad que la consumía. A pesar de eso, jamás se dejó vencer. "¿Quién quiere compañía? Me basta con tener mi espada". Ese era su pensamiento más cotidiano, y el más melancólico.
Sintió una suave brisa acariciar sus mejillas. Alguno de sus rubios mechones se balanceaban de lado a lado.
De pronto, algo alteró a Anneline.
Más bien, un aroma a canela.

Miró por la ventana, aunque no logró alcanzar a ver nada. ¿Por qué diablos estaba tan centrada en ello?
Quería salir. Saltar por la ventana—no era algo de lo que alarmarse, lo hacía continuamente— y perseguir aquel olor. Tenía un sentimiento parecido a cuando veía las estrellas.

"¿Por qué?" una pregunta que rápidamente tendría respuesta, ya que lo hizo; saltó. Aterrizó con orgullo. Un salto perfecto, y no era difícil, ya que la altura no era muy elevada.

Esnifó algo de aire. El aroma a canela había desaparecido.

"Diablos..." se quejó Anneline. Debía de pensar. Perseguir algo que no tenía evidencia. ¿Era la chica de hace unas horas? ¿Qué era lo que tenía de especial?

—¿C...Chica?— preguntó. Que no se dijese que no lo estaba intentando, ¿no?—¡¿Estás ahí?!

No recibió respuesta, por lo que mordió sus labios. Solía hacerlo cuando se ponía nerviosa.

Quizás debería rendirse. Dejarlo para cuando despertara o simplemente dejarlo.

El frío acariciaba sus descalzos pies, normalmente los tenía así, ya que ella jamás fue de llevar armaduras como toda valquiria. Siempre vestía con ropajes rojos, diciendo que el rojo camuflaba las manchas de sangre, cosa que era muy normal en ella; heridas, heridas y más heridas. Jamás aprendía. Y sí; derrotas y empates manchaban el "perfecto" historial que tenía.

—Anne— una voz que tan bien conocía interrumpió el suspense que ella misma creó en aquellos jardines. Se giró para observar a aquella chica. Era su amiga, bien, más o menos—. Es urgente.

—¿Qué haces aquí de noche? Es peligroso, ya lo sabes.

—Quería visitarte, pero no estabas en tu habitación— Anneline se fijó en su tono de voz; Lenna estaba algo desesperada, por lo que supuso que algo había pasado. Lenna también era un daemon. Quedaban menos de diez ya que estaban siendo exterminados. Asesinados, ahorcados... Normalmente, eran los dragones quienes acataban las órdenes del rey. Aunque algunos o bien no hacían caso o preferían pasar desapercibidos—. Tengo noticias.

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