3.

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A la mañana siguiente, Jimin se levantó temprano. Apenas había podido dormir; demasiados recuerdos.

Había pasado parte de la noche entre las cosas de su hermano: hojeando sus cómics, sus libros del instituto, y contemplando la fotografía que le habían tomado el día de su graduación, apenas un mes antes. Se había sentido tan orgulloso de él: el primer Park que iría a la universidad. Ahora todo eso se había convertido en una bonita ilusión absorbida por la realidad. La gente como ellos no tenía derecho a soñar.

Cuando lo hacían, siempre ocurría algo que les recordaba que las cosas buenas solo les pasaban a los demás. Fue hasta la cocina y se sirvió una taza de café. Oyó a su madre en el sótano, refunfuñando un par de maldiciones.

-¿Necesitas ayuda? -preguntó desde la puerta.

-Lo que necesito es una lavadora nueva -respondió ella con tono gruñón. Jimin sonrió. Era tan agradable escuchar su voz.

Apoyó la cadera en la encimera y recorrió con la vista la cocina mientras daba pequeños sorbos al café caliente. Todo estaba tal como lo recordaba, incluidas las abolladuras en los armarios y las paredes, decoradas por los puños de su padre. Su madre apareció cargando con un cesto de ropa. Jimin se apresuró a ayudarla.

-Deja que yo lleve eso.-Se lo quitó de las manos y la siguió hasta el patio trasero.

Mientras ella tendía la ropa, Jimin contempló la casa. Se fijó en el óxido que recubría las bisagras de las contraventanas y en la pintura desconchada. A la valla de madera le faltaban bastantes listones y a través de los huecos se veía con claridad el patio del vecino. No necesitaba mirar para saber que el tejado pedía a gritos una buena revisión, pues las manchas de humedad que había visto en el techo daban fe de ello. Y el día anterior, al llegar, también se había percatado de lo mal que estaban los peldaños del porche y la puerta del garaje.

-¿Qué miras? -preguntó su madre.

Con las manos en las caderas, Jimin sacudió la cabeza disgustado.

-Mamá, la casa se está cayendo a pedazos.

-Lo sé -dijo ella con un suspiro-. Jiyong hacía lo que podía, pero nunca fue tan mañoso como tú. Además, sus estudios le tenían ocupado la mayor parte del tiempo y... mi sueldo no da como para contratar a alguien que la repare.

Jimin tomó aire y lo soltó despacio: oír a su madre referirse a Jiyong en pasado era muy doloroso. Sus ojos volaron a la puerta. Deseó que se abriera y que el chico la cruzara con su amplia sonrisa, tal y como la recordaba. Pero eso no iba a suceder y debía aceptarlo cuanto antes. Su madre debió adivinar sus pensamientos, porque se acercó a él y le acarició el brazo.
El contacto hizo que tuviera que apretar los párpados para contener unas estúpidas lágrimas. ¡La había echado tanto de menos!

-Tu hermano te adoraba. Para él eras como uno de esos superhéroes que aparecen en los cómics que leía.

-Ya, solo que el héroe no estaba aquí para cuidar de él.

-Jimin, tu hermano nunca te culpó de nada, ni pensó por un solo instante que le hubieras abandonado. Te quería muchísimo y, aunque te echaba de menos, siempre supo que no era fácil para ti regresar aquí. Lo que pasó, lo que hiciste aquella noche... - Respiró hondo-. Siempre tuvo muy presente que fue para protegerle a él. Tú cambiaste su vida esa noche, le diste un futuro sacrificando el tuyo.

-Hice lo que tenía que hacer y, si me arrepiento de algo, es de no haberme cargado a ese cabrón mucho antes - masculló, apretando los puños.

-No te atormentes, por favor. No quiero seguir pensando en cómo habrían sido las cosas si... si... -Se cubrió las mejillas con las manos. Las lágrimas tensaban su voz-. Las cosas simplemente pasan, Jimin. Sé que no es fácil aceptarlo sin más. Tu hermano ya no está. Honra su memoria y sigue adelante. Es lo que él querría que hicieras. No le gustaría que continuaras sacrificando tu vida por él.

Cruzando el Límite [JiKook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora