Ya iban dos meses. La compañía de mi fiel bola de pelo color canela había hecho más fáciles las cosas. Creamos una amistad bonita y honesta, la cual me incitó a seguir adelante.
Os preguntaréis que hice durante todo ese tiempo. Pues bien. Comer, dormir, llorar, abrazar y mimar a Chopa -muchísimo, demasiado-, ver Netflix en casa -Stranger Things por tercera, y no estoy segura, de si última vez-, visitar la tienda de la señora Jeong a menudo, llorar de nuevo, pasear, reñir a Chopa por comerse las últimas zanahorias congeladas no caducadas... Y volver a llorar.
De vez en cuando, salíamos de expedición por la ciudad, como si fuéramos los inseparables Bonnie y Clyde. Nos refrescábamos en el río y disfrutábamos mínimamente de la tranquilidad y el frescor que nos ofrecía el estar tumbados en el césped, bajo la sombra de un árbol en un bonito parque. Tan sólo se podía oír el ruido del viento, de los pájaros piar, y por las noches, de los grillos, pues... grillar. Como si fueran los únicos sonidos perceptibles.
Alguna que otra vez, cuando el aburrimiento llegaba a tal punto que daban ganas de ponerse a hacer deberes, me colaba en casas ajenas, por mera curiosidad, mientras Chopa me seguía enérgico y olfateaba cada rincón del lugar.
De forma sigilosa -como si el que una vez fue dueño de aquella casa, fuera a aparecer para denunciarme por allanamiento de morada- caminaba por los amplios pasillos y las silenciosas habitaciones. Me gustaba mirar fotografías e imaginarme como había sido la vida de aquellas personas, tan ajenas a mí, tan distantes.
El canino tenía la manía de llevarse todas las pelotas que viera tiradas por el suelo, y aunque ya tuviera el salón de casa lleno -algunas de goma, otras de plástico, e incluso una bola de petanca-, era demasiado débil como para soportar aquellos ojitos brillantes que rogaban con ternura.
×××××
A finales de julio, hacía un calor sofocante, y para colmo, el aire acondicionado de la habitación había dejado de funcionar. Las noches pasaban lentas, y el pelo de Chopa en constante contacto con mi piel -se tumbaba pegado a mí en la cama- no ayudaba en absoluto.
La ciudad, por la noche, me transmitía desconfianza y algo de miedo, por lo que nunca volvíamos a casa más tarde de las ocho.
Uno de esos calurosos días de verano, cuando los poros de mi piel ya acumulaban más agua que el maldito Amazonas, me levanté decidida en ir en busca de un ventilador. De esos con difusor, que echaban agua fresquita y que vendían en cualquier centro comercial de Seúl.
Esta vez no hacía sol, todo lo contrario. Desde la ventana podía ver como un cúmulo de nubes grisáceas y oscuras se acercaban progresivamente a la zona, pero la sofocante humedad era, aún así, persistente y molesta.
- ¡Deja de gandulear y acompáñame! - Lloriqueé. Al parecer, el calor afectaba notablemente a su energía. - Antes de que nos caiga encima la de dios... - Dudé en ir debido a la inminente tormenta, pero mis ganas de dormir cómodamente superaban con creces las de no salir por el mal tiempo.
Éste me miraba vagamente adormilado, recibiendo el frescor que le proporcionaba el parquet del suelo, sin una mínima intención de moverse del lado de la nevera y con cara de 'Estás flipando, humana.'
Tras unas cuantas caricias y un soborno exclusivo basado en jamón dulce, éste ya había abierto la puerta de casa solo, había bajado las escaleras desde el noveno piso -de cuatro en cuatro-, y supuse que estaría esperándome en la planta baja, moviendo la colita y pensando en el festín que se daría al llegar a casa.
Después de vestirme cómodamente con unas mallas cortas y una de las camisetas anchas de Ryu -que a pesar de ser mi hermano menor, tenía más cuerpo que yo-, cogí mi querida mochila de recursos, por si veía algo interesante de camino al súper, y mi preciado Walkman con Bluetooth.
- Aún huele a ti, Ryu...
No vi a Chopa al bajar las escaleras. Recordé haber dejado el portal abierto el día anterior, por lo que probablemente estaría correteando detrás de alguna paloma por la calle.
Al salir, recorrí el lugar con la mirada. Ni rastro.
- ¿Chopa? - Alcé la voz, ya que usualmente la reconocía.
Miré bajo los coches de la calle, volví a subir a casa -por si había decido traicionarme y tumbarse al lado de la nevera de nuevo-, y bajé por segunda vez para tratar de llamar su atención con algo de jamón.
Comenzaba a llover, y aunque me había olvidado el paraguas en casa, no quería perder tiempo en ir a buscarlo.
¿Y si se había desorientado?
- ¡Chopa! ¡¿Dónde estás?! - No acostumbraba a desparecer por tanto tiempo. Comencé a asustarme. No podía perderlo.
No lo aguantaría.
Cada vez la tormenta era más intensa. Recorrí calles, avenidas y callejones. Fui hasta la tienda de la señora Jeong, por si Chopa, al alejarse, había decidido cobijarse en ella, pero tampoco.
Corría , ya exhausta, siguiendo el caminito de arena paralelo al río, con el pelo mojado pegado a la piel de cuello y hombros, y la ropa oscurecida por el efecto del agua.
De repente, una serie de ladridos, acompañados de un murmullo grave y lejano, obligaron a mi cuerpo a detenerse de golpe, y a mis ojos y oídos trabajar en equipo en busca de su origen.
Y lo vi.
A poco más de cincuenta metros, cubierto por el techo de una pequeña caseta de madera, un chico de piel clara y pelo castaño, acariciaba sentado al que mi mente ya había dado por perdido.
-Qu... - No pude articular palabra. Comencé a caminar torpemente, con lentitud, insegura de lo que mis ojos me estaban mostrando.
¿Era real? ¿Era una simple ilusión creada a partir de lo que más anhelaba encontrar?
En un intento fallido por mantener la razón, los ojos comenzaron a escocerme. Chopa me vio, e instantáneamente comenzó a correr bajo la lluvia en mi dirección -sin darse cuenta de lo insólito del momento-, y con ello, la mirada perpleja del chico.
Se irguió, clavando su atónita mirada sobre mí con la boca ligeramente entreabierta. Comenzó a acercarse con suma lentitud, dejando atrás la protección que le proporcionaba el techo de madera y dando pasos cortos bajo la lluvia. Como si él también dudara.
Fueron los segundos más largos de mi vida. Los que pasaron desde el instante en que una pequeña descarga eléctrica en mi sistema nervioso, me impulsó de forma involuntaria a recorrer con rapidez la distancia que nos separaba, hasta que finalmente tuve el primer y más suave contacto con la cálida piel de aquel desconocido. Al sentirlo, supe con certeza que estaba igual, o incluso más desconcertado que yo.
Rodeé su torso con mis brazos y escondí mi rostro a la altura de su pecho, tratando de resistir ante el temblor nervioso de mis piernas. Al instante, sentí el delicado apoyo de su barbilla sobre mi coronilla, llevando una de sus manos a mi pelo mojado y deslizándola finalmente hasta la nuca, mientras me estrechaba firmemente con la otra.
No encontré las fuerzas para hablar.
Su respiración agitada, acompañada de un suspiro ahogado, se mezcló por segundos con la mía.
- Gracias... a dios...
¿Cómo podía ser el movimiento nervioso de su pecho y el vibrar grave de su voz entrecortada, la cosa más tranquilizadora del universo?
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PUES YA LO TENEMOS AQUÍ
Por cierto, el nombre del perro de la historia es igual al del que Tae entrenó durante el episodio 23 de Run jej
Me duelen los ojos de tanto escribir :v
Volveré cuando el suero fisiológico haya hecho efecto¡Espero que os guste!
🖤
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ʟᴏɴᴇʟʏ × |ᴋɪᴍ ᴛᴀᴇʜʏᴜɴɢ|
FanfictionMe quedé completa y literalmente sola, o eso creí en un principio. Apareció de la nada, y fue desde entonces, mi todo. ×Ciencia ficción y romance× Heterosexual. Capítulos cortos. Sin periodicidad. ...