I - II (4°parte)

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Entran  FERNANDO y ARIELinvisible, tocando y cantando.

ARIEL 
Canción.  
A estas playas acercaos de la mano. Saludo y beso traerán silencio al mar. Bailad con gracia y donaire; los elfos canten el coro. ¡Atentos!
Coro, disperso:  ¡Guau, guau!  
Ladran los perros.
[Coro, disperso]:  ¡Guau, guau!
Callad. Oiréis al pomposo Chantecler   cantando quiquiriquí.

FERNANDO 
¿De dónde sale esta música? ¿Del aire o de la tierra? Ha cesado. Sin duda suena   por un dios de la isla. Sentado en la playa,   llorando el naufragio de mi padre, el rey,   esta música se me insinuó desde las aguas,   calmando con su dulce melodía su furia y mi dolor. La he seguido desde allí, o, más bien, me ha arrastrado. Mas cesó.  No, vuelve a sonar.

ARIEL     
Canción.  
Yace tu padre en el fondo  y sus huesos son coral.   Ahora perlas son sus  ojos;   nada en él se deshará,   pues el mar le cambia todo en un bien maravilloso. Ninfas por él doblarán.        Coro: Din, don.
Ah, ya las oigo: Din, don, dan.  

FERNANDO
La canción evoca a mi ahogado padre.   Esto no es obra humana, ni sonido de la tierra. Ahora lo oigo sobre mí.  

PRÓSPERO
Abre las cortinas de tus  ojos y dime qué ves ahí.  

MIRANDA
¿Qué es? ¿Un espíritu? ¡Ah, cómo mira alrededor! Créeme, padre: tiene una hermosa figura. Pero es un espíritu.

PRÓSPERO
No, muchacha: come y duerme, y sus sentidos son como los nuestros. Este joven caballero estaba en el naufragio y, si no estuviese alterado del dolor (estrago de la belleza),   podríamos llamarle apuesto. Ha perdido a sus amigos y va errante en su busca.  

MIRANDA
Yo le llamaría  ser divino, pues nada vi tan noble aquí, en la tierra.  

PRÓSPERO
[aparte] Está resultando como lo concebí.  –   [A  ARIEL]  Espíritu, gran espíritu,   en dos días te libraré por esto.  

FERNANDO
[viendo a  MIRANDA]   Sin duda, la diosa por quien suena esta música.  - Ten a bien   decirme si habitas esta isla e instruirme sobre el modo como debo  proceder estando aquí. Mi primera súplica,   aunque última, es: ¡Oh, maravilla!, ¿eres o no una muchacha? 

MIRANDA
Maravilla, ninguna,  pero sí una muchacha.  

FERNANDO
¡Mi idioma! ¡Dios santo! Sería el primero de todos sus hablantes si estuviera allí donde se habla.  

MIRANDA
¿Cómo? ¿El primero? ¿Qué serías si te oyera el rey de Nápoles?  

FERNANDO
Un pobre solitario que se asombra  de oírte hablar del rey. Él me oye, y porque me oye, lloro. Ahora el rey soy yo,   y mis ojos, desde entonces sin reflujo,   vieron el naufragio de mi padre.

MIRANDA  
¡Qué dolor!  

FERNANDO
Sí, y con él el de sus nobles; entre ellos, el Duque de Milán y su buen hijo.  

PRÓSPERO 
[aparte] El Duque de Milán y su mejor hija podrían desmentirte si fuera el momento. No más verse y ya suspiran. Primoroso Ariel,   serás libre por esto.  - Oídme, señor: me temo que os habéis equivocado; oídme.  

MIRANDA
¿Por qué se pone tan áspero mi padre?   Éste es el tercer hombre que he visto y el primero que me hechiza. ¡La compasión   incline a mi padre de mi lado!

FERNANDO
Ah, si eres doncella, y a nadie has dado aún tu corazón,   yo te haré reina de Nápoles.  

PRÓSPERO
Esperad, señor, oídme. [Aparte] Se han rendido el uno al otro, mas yo   frenaré su presteza, no sea que ganar tan fácil   convierta en fácil el premio.  - [A  FERNANDO]  Óyeme, te ordeno que me escuches. Usurpas un nombre   que no es tuyo, y has venido a esta isla   como espía, para quitármela a mí,   que soy su dueño.

FERNANDO
¡No, por mi honor!  

MIRANDA
El mal no puede residir en este templo. Si el maligno viviera en casa tan hermosa, el bien lo expulsaría.

PRÓSPERO  
Sígueme.  -  Tú no le defiendas: es un traidor.  - Te voy a encadenar los pies y el cuello.   Beberás agua de mar; te alimentarás de moluscos de agua dulce, raíces resecas  y cáscaras de bellota. ¡Sígueme!  

FERNANDO
¡No! No voy a soportar este trato   mientras mi enemigo no tenga más poder.  

Desenvaina, y un hechizo le detiene.  

MIRANDA
Querido padre, no le juzgues con tanto rigor, pues es noble, y nada cobarde.  

PRÓSPERO
¡Cómo! ¿Me va a instruir el pie?.   Envaina ya, traidor, que alardeas,   pero no atacas, con esa conciencia  tan culpable. No sigas en guardia,   pues con mi vara puedo desarmarte   y hacer que sueltes la espada.

MIRANDA
Padre, te suplico...  

PRÓSPERO
¡Fuera! ¡No te cuelgues de mi ropa!  

MIRANDA
Apiádate, padre. Yo respondo por él.  

PRÓSPERO
¡Silencio! Si dices otra palabra, te reñiré, y aun te odiaré. ¡Cómo!   ¿Abogada de impostor? ¡Calla!   Porque  sólo has visto a él y a Calibán  te crees que no hay otros como él. ¡Necia!   Al lado de otros hombres, él es un Calibán,   y a su lado, ellos son ángeles.

MIRANDA
Mis sentimientos son humildes. No deseo ver a un hombre más apuesto.  

PRÓSPERO 
[a FERNANDO] Vamos, obedece. Tus fibras han vuelto a su infancia  y no tienen fuerza.

FERNANDO  
Es verdad.   Como en un sueño, mi ánimo está encadenado.   La muerte de mi padre, esta debilidad, el naufragio de mis amigos y las amenazas  del que ahora me somete no son una carga   mientras una vez al día, desde mi cárcel,   pueda ver a esta muchacha. Dispongan los libres  del resto del mundo. En mi cárcel ya tengo bastante espacio.

PRÓSPERO 
[aparte] Surte efecto.  - Vamos.  - Mi gran Ariel, buen trabajo. Sígueme:  voy a darte otra misión.

MIRANDA
[a  FERNANDO] No te inquietes. Mi padre es mucho mejor de lo que parece hablando. Lo que le has visto   es insólito.

PRÓSPERO 
[a ARIEL] Serás libre como el viento de montaña.   Pero mis órdenes cumple con esmero.

ARIEL
A la letra. 

PRÓSPERO 
[a FERNANDO]   ¡Vamos, sígueme! [A  MIRANDA] Y tú no le defiendas.  

Salen.

La Tempestad - William ShakespeareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora