II - I (2°parte)

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Entra  ARIEL  [invisible] tocando una música solemne.

SEBASTIÁN
Exacto, y con su luz iríamos a cazar pájaros. 

ANTONIO
Mi buen señor, no os enfadéis.  

GONZALO
No, os aseguro que no arriesgaré mi sensatez por tan poco. ¿Queréis dormirme con la risa, que tengo mucho sueño?

ANTONIO
Dormid, y oídnos.

[Se duermen todos menos  ALONSO, SEBASTIÁN y ANTONIO.]

ALONSO
¡Vaya! ¿Durmiendo tan pronto? Ojalá con mis ojos se cerraran mis pensamientos. Creo que quieren cerrarse.

SEBASTIÁN
Entonces no desestimes la ocasión. El sueño no acude al dolor; cuando lo hace,  consuela.

ANTONIO
Señor, los dos os protegeremos   mientras descanséis, y velaremos por vuestra seguridad.

ALONSO
Gracias. Este sueño es asombroso.

[Se duerme  ALONSOSale  ARIEL.]

SEBASTIÁN
¡Qué sopor tan extraño los domina!  

ANTONIO
Es el carácter del lugar.  

SEBASTIÁN
¿Y por qué no cierra nuestros párpados?   Yo ganas de dormir no tengo.  

ANTONIO
Ni yo. Mi mente está muy despierta. Ellos se han dormido a una, como por consenso,  como tumbados por un rayo. ¿Cuál sería, noble Sebastián, cuál sería...? Pero basta.   Sin embargo, creo ver en vuestro rostro a aquel que podríais ser. La ocasión os llama   y mi viva imaginación ve una corona que desciende sobre vos.  

SEBASTIÁN
¿Estáis despierto?  

ANTONIO
¿No oís lo que digo?  

SEBASTIÁN
Sí, son palabras soñolientas, y habláis en vuestro sueño. ¿Qué decíais?   Este reposo es extraño; dormido con  ojos  abiertos: de pie, hablando, andando   y, sin embargo, dormido.

ANTONIO
Noble Sebastián, dejáis dormir   vuestra suerte, o más bien morir.   No veis estando despierto.  

SEBASTIÁN
Y vos roncáis muy claro. Vuestros ronquidos tienen un significado.

ANTONIO
Estoy más serio que de costumbre, y vos,  si me escucháis, debéis estarlo.   Hacerlo os encumbrará.

SEBASTIÁN
Seré un remanso.  

ANTONIO
Yo os enseñaré a fluir.  

SEBASTIÁN
Os lo ruego. Mi indolencia hereditaria   me lleva a refluir.

ANTONIO
¡Ah, si vierais cómo acariciáis la causa   mientras la menospreciáis! ¡Cómo al exponerla   la arropáis aún más! Los que refluyen acaban casi en el fondo por culpa   de su temor o indolencia.  

SEBASTIÁN
Continuad. Esos ojos y esa cara   anuncian que lleváis algo dentro,   aunque el parto se presenta doloroso.

ANTONIO
Oídme: aunque este dignatario de frágil memoria, de quien se guardará   tan débil recuerdo cuando esté enterrado,   casi ha persuadido al rey (él es la persuasión,   lo suyo es persuadir) de que su hijo aún vive, tan imposible es que no se haya ahogado   como que este durmiente esté nadando.  

SEBASTIÁN
De que no se haya ahogado no tengo esperanza.  

ANTONIO
¡Ah! De no tenerla nace vuestra gran esperanza. Que por ese lado no haya esperanza es, por otro, tan alta esperanza   que ni la propia Ambición la vislumbra y aun duda en divisarla. ¿Estáis conmigo   en que Fernando se ha ahogado? 

SEBASTIÁN
Está muerto.  

ANTONIO
Entonces, decidme. ¿Quién heredará Nápoles?  

SEBASTIÁN
Claribel.  

ANTONIO
La actual reina de Túnez, que vive a más  de una vida de distancia; que de Nápoles   no tendrá noticias, si el correo no es el sol   (la luna es muy lenta), hasta que un recién nacido   tenga barba rasurable; por quien el mar nos tragó, aunque a algunos nos ha arrojado,   y de suerte que actuemos en un drama en que el pasado sea el prólogo y la acción   la ejecutemos vos y yo.

SEBASTIÁN
¿Qué decís? ¿Qué os proponéis? Sí, la hija de mi hermano es reina de Túnez,   también heredera de Nápoles, y entre ambos  media gran distancia.

ANTONIO
Y de ella cada palmo parece gritar: «¿Podrá recorrernos  Claribel   para volver a Nápoles? Que siga en Túnez y despierte Sebastián.» ¿Y si fuera la muerte   lo que a éstos ha vencido? No estarían peor de lo que están. Hay quien regiría Nápoles   tan bien como el que duerme, palaciegos que hablan tanto y tan superfluo como este Gonzalo. Yo enseñaría a una chova  a hablar igual de sesuda. ¡Ay, si pensarais   como yo! ¡Cómo os encumbraría el sueño de éstos! ¿Me entendéis?  

SEBASTIÁN
Creo que sí.  

ANTONIO
¿Y cómo responderéis  a vuestra buena fortuna? 

SEBASTIÁN
Recuerdo  que vos derrocasteis  a vuestro hermano Próspero.  

ANTONIO
Cierto, y ved qué bien me sienta mi ropa; mejor que antes.   Entonces los criados de mi hermano eran mis compañeros; ahora son mis siervos. 

SEBASTIÁN
¿Y vuestra conciencia?  

ANTONIO
Sí, ¿dónde queda? Si fuera un sabañón,   me pondría zapatillas, mas mi pecho no siente a esa diosa. Veinte conciencias que hubiera entre Milán y yo, por mí que se hielen y derritan, que no me estorbarán. Vuestro hermano duerme. No valdrá más que la tierra en la que yace si está como parece, muerto, y yo, con este acero, tres pulgadas, le haría dormir por siempre, mientras vos, haciendo así, los ojos cerraríais in aeternum   a este viejo bocado, este don Sesudo, que no ha de censurar nuestra conducta. Los demás lo tragarán como el gato lame leche,   y en cualquier asunto verán en el reloj la hora que nosotros les digamos.  

SEBASTIÁN
Vuestro caso, buen amigo, será mi precedente: igual que vos Milán, yo me haré con Nápoles. Desenvainad: un golpe  os hará libre del tributo que  pagáis  y yo, el rey, os querré bien.  

ANTONIO
Desenvainemos a una, y cuando yo levante el brazo, hacedlo vos contra Gonzalo.  

SEBASTIÁN
Ah, otra cosa.

[Hablan aparte.]

La Tempestad - William ShakespeareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora