Capítulo 7

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Habían pasado seis noches desde que habíamos llegado a este mundo y no paraba de pensar en como estaba mi madre, lo preocupada que estaría por mí.
- ¿Por qué estás tan triste?- Irrumpió mis pensamientos el tierno infante.
- Extraño a mi mamá, ella está preocupada por mí.
- ¿No puedes verla?- dijo mientras se sentaba a mi lado abrazando su muñeco de peluche.
- No, está muy lejos de aquí y no tengo como regresar.
- Puedes regresar en una nave espacial, el la televisión hay muchas- dijo animado- ¿quieres que te ayude a conseguir una?
- ¿Sabes dónde hay alguna?- el pequeño siempre me sorprendía con su ingenio y gran corazón, se parecía tanto a nosotros, a mi gente.
- ¡Sí!, en la televisión hay laboratorios ¡gigantes!, ¡naves!, ¡científicos!.
- Pequeño, eres hermoso... tu gran corazón no deja de sorprenderme.
Durante todo este tiempo a lado del pequeño, me dediqué a cuidarle y alimentarlo. Era feliz con cualquier cosa que pusieran cerca de él y siempre hablaba de ser astronauta. Le hablaba de mi hermoso planeta, sus frutos, cielos y mares. Muchas de esas maravillas que tan sólo había podido ver en imágenes que refractaban los recuerdos de los mayores, tratando de compartirnos lo que algún día había sido. La mayor interrogante que existe en todo el tiempo desde la plaga, es cómo llegó a nuestro hogar. Existen infinidad de teorías tratando de averiguar lo sucedido, pero definitivamente ninguno a logrado explicar con racionalidad. Que profunda tristeza el pensar lo que se perdió y destruyó en mi mundo, algo que no podremos recuperar.
Di un suspiro, un aire tan puro y pacífico invadió mi ser.
- Abdera, tengo sueño. ¿Me acompañas?- pregunto el somnoliento pequeñín. Cabe decir, que los días aquí pasaban rápido.

Durante toda esa noche pensé en lo que el pequeño me dijo; naves, científicos y laboratorios. Iba más allá de lo que mi planeta Adeus tenía.
Observando al pequeño dormir, me decidí a regresar al lugar lleno de humanos donde me tenían encerrada. Si el pequeño era tan bueno, alguno de ellos debía serlo, la maldad se había apoderado de sus vidas, de infantes eran como él... como nosotros.

Con pasos apresurados emprendi rápidamente mi viaje al laboratorio. Era rápida, nosotros somos grandes corredores a comparación de estos seres humanos.
Al observar a lo lejos, mire el lugar tan lleno de luces, humanos con armas caminando de un lugar a otro. Cielos, sus rostros eran fríos e indiferentes. Un ruido me hizo salir de mi concentración, eran voces. Rápidamente subí a la copa de un árbol, de un salto. Observe a un par de humanos con rostros fríos hablar entre sí, mencionaban números que no podía comprender.
- Despejado. No hay 412, cambio.- dijo un humano de rostro frío.
- Confirmando, vuelvan a la zona 6.- se escuchó de un aparato.
Los humanos se retiraron y caminaron a la dirección de dónde venían. Los seguí, de copa en copa para lograr pasar desapercibida.
Cuando llegaron, observe un lugar inmenso, ¡gigante! Tal cual había dicho el pequeño. Pude ver a un puñado de humanos científicos observando una nave, no tan grande como en la que había llegado, ¡pero era una nave!.
El par de humanos, que por lo que escuchaba eran guardias, accedían a la zona con un par de tarjetas de identificación.
- Debo encontrar la manera de entrar- dije en voz baja.
Debía conseguir la manera de distraer a cada humano de la zona, no quería lastimar a ninguno, si lo hiciera, ¿no sería entonces uno de ellos?

El sol comenzaba a salir, llevaba toda la noche observando a cada uno de ellos, esos humanos. Todos tenían un semblante de frialdad, sus ojos estaban huecos no había nada dentro de ellos, yo podía sentir cada ser de ellos. La ambición, poder, dinero, placer y egoísmo gobernaba en cada uno de esos seres, pero había uno, un joven al que todos trataban de manera despreciativa, se mofaban de su corazón blando y sus ilusiones. El chico parecía ser feliz de cualquier manera, apesar de toda las burlas, amaba observar naves de cerca y escuchar las teorías físicas y cuánticas. Su corazón estaba vivo, y latía fuertemente, lo podía sentir, cada latido llegaba a mí con fuerza.
- Debes ser tú, sólo tú podrás regresarme a mi hogar- pensé emocionada.

Regrese ilusionada con el pequeñín, tenía que contarle las naves que había visto y los científicos egocéntricos que habitaban ese lugar. Sabía que le emocionaria.  La tristeza me invadió al pensar en que si regresaba a casa, ¿quién cuidaria de él sino yo? No podía permitir que su corazón lleno de bondad y amor terminará como el de esos hombres, no lo permitiría ni lo permitiré.

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⏰ Última actualización: May 31, 2018 ⏰

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