II.

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John Laurens.

    Hacía poco que las clases habían iniciado. El tener que iniciar un año nuevo con el mismo curso y las mismas caras, a veces le dejaba un mal sabor de boca. Había compartido todos los momentos que se le podrían ocurrir con aquellos a quienes consideraba "amigos" y, ahora, que no le pasaba nada por la mente, no hacían nada más que caminar y platicar sobre cualquier estupidez.

No es como si la pasara mal realmente, sólo que su interior le dictaba conseguir y probar cosas nuevas. Tenía ansias de conocer gente que le provocara esa insistente curiosidad; era sin duda, de las sensaciones más fascinantes.

Le encantaba experimentar.

Tenía muy pocas opciones para iniciar. Por alguna razón, ése año los cupos habían reducido, por lo que la cantidad de niños que ingresaron no había sido para mayores. Podía contarlos con los dedos de sus manos sin problema alguno, sólo que, por desgracia, su salón sólo había dejado espacio para dos de ellos.

Por una parte, podría intentar algo con esa tal Peggy. Según se rumoreaba, era la hermana menor de las Schuyler e indudablemente hermosa. ¿Y quiénes eran las Schuyler? Tres hermanas, parientes de la familia con el mayor estatus social. Si quisieran, podían literalmente bañarse en dinero, pero no es como si la plata existiera con ese fin tan preciso.
En fin, aunque no era una buena idea, aparentaba ser una chica alegre y amable. Vestía prendas coloridas que, en su mayoría, estaban compuestas por colores amarrillentos y sus derivados. Cualquiera que la viera podría descifrar de inmediato que ese es su color favorito.

Y por otra parte, estaba Hamilton. No dudó en pensar que ambos son extremadamente distintos. Y no sólo por gustos, género o físico, sino por todo. Alexander Hamilton: desde lejos parecía ser callado, tímido y desinteresado.
Vaya fachada para ocultar una mente tan brillante.
Era uno de los más inteligentes en su clase, si se armaba un debate o alguna discusión, no era sorpresa que interviniera de inmediato. Su especialización al parecer era la política, ahí es donde más se esforzaba por defender sus ideales con argumentos de tercer mundo.

Seguía sin poder entender cómo es que no había ganado popularidad. Quizá era pobre; pero poseía una mente abierta, su físico —según las chicas— era envidiable, y está casi seguro de que su personalidad complementaría aquello que cualquier otro encontraría "perfecto".

—¿Te perdiste, eh?

Y de repente volvió al mundo real. Una voz gruesa lo llamaba, mientras que, el dueño de ésta, le daba suaves codazos en su estómago, cual si estuviera desesperado por capturar su atención.

Se dió la vuelta, y ahí estaba.
Lafayette lo miraba con una sonrisa de punta a punta, y en ese momento, no estaba seguro si devolverle el inocente gesto o temer por su vida.
Una sonrisa podía significar alegría en su máxima expresión, más si se trataba de un francés con ligeros problemas de hiperactividad, también podía significar producto de alguna de sus bromas.

—¿Qué hiciste?

Cuestionó Laurens en seco. No estaba enojado ni mucho menos pretendía ser serio, sólo que al concentrarse tanto en sus pensamientos, enseguida le resultaba difícil retomar su actitud risueña.

—El maestro hablaba y hablaba, todos se estaban quedando dormidos, y tú te quedaste mirando a la nada. —Explicó. —Supuse que estabas hablando contigo mismo, ya sabes, como siempre lo haces. Así que aproveché para hacer ésto.

Sus ojos se dirigieron hasta la página actual de su cuaderno. Él repitió la misma acción, y en sus labios se formuló un extraño gesto.

No sabía cómo sentirse al saber que ahora su hoja de apuntes estaba llena de dibujos asquerosos. ¿Qué clase de afición tenían sus compañeros con dibujar penes en el cuaderno de otros? ¿Por qué penes y no otra cosa?

Retuvo las ganas de golpearlo.
Habían de diferentes tamaños y, a propósito, los había hecho con diferentes colores de bolígrafo. Podría sonar repugnante en su mente, pero le sorprendía que se hubiese tomado el tiempo de hacerles detalles.
¡Incluso tenía vellos!

A su costado, se hallaba Alexander. Justamente el chico en el que estaba pensando antes de percatarse de semejante porquería. Estaba recostado contra el espaldar de la silla, sosteniendo un bolígrafo al cual mordía sin cesar. Sí, eso que hacen los niños que tienen nervios.

Cuando volteó a verlo, él quitó la mirada. Pero podría asegurar que por un instante, en el rabillo del ojo, lo vió reír, en respuesta a lo que había hecho Laff.

—No tienes que avergonzarte. A mí también me causa gracia. —Comentó John de una forma tranquila. Era una señal para que intentara acercarse a él y conocerlo, más en lugar de escuchar alguna palabra de su parte, lo observó asentir y encogerse de hombros.

Aquella sonrisa había desaparecido de su rostro, ahora en él, sólo se plasmaban unos labios y ojos serios, concentrados en la clase.
No mentían al decir que el niño nuevo tenía costumbres raras.
No obstante, por esa fracción de minuto en que pudo apreciar su sonrisa, de algún modo pensó en lo lindo y tierno que se vió.

Era casi la primera vez que pensaba en eso al ver a alguien mostrar los dientes.

—Deberías sonreír más seguido.

Añadió Laurens, imitándolo y metiendo el otro extremo del esfero entre sus muelas para empezar a mordisquearlo sin afán.

Sabía que se burlaban de él por ser tan diferente entre tantos "niños ricos", pero de estar en sus zapatos, seguro presumiría su dentadura. Porque a comparación de ésos que tienen la oportunidad de asistir a citas y tratamientos para arreglarla, él, sin esa posibilidad, gozaba de unos lindos dientes blancos bien organizados.

              Punto a favor para el nuevo.

—Patético.
                Dijo Hamilton.

Pequeñas almas. | Hamilton / KidsAU.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora