“Without pain, we couldn’t know joy”.
--John Green, The Fault in our stars.
Siempre me ha llamado la atención la frase “el tiempo pasa volando cuando te diviertes”. No tengo la mínima idea de por qué, pero creo que es debido a que en mi vida, la he aplicado en momentos pequeños. Ya sabes, como cuando estás pasándola bien con tus amigos y te das cuenta de que ya son las 9:00 de la noche. O como aquella vez en la que hice a mi tía Rita hacer ejercicio, llevándome su maleta por toda la casa como carrito…
Bueno, no es de extrañar que ahora no quiera volver tan seguido para vacaciones.
Mi punto es que nosotros como personas, nos encargamos de disfrutar pequeños y deliciosos instantes en la vida que luego mencionamos como favoritos o geniales, sin embargo, no nos concentramos en las etapas o en épocas en general. No es que esté criticando esto, sería un hipócrita porque yo tampoco lo hacía…
Hasta ahora.
Han pasado —y sé que si esto fuese una historia, alguien se caería de su silla al leer lo siguiente—, 3 meses desde que Elizabeth me contó la verdad sobre su padre y ella. Después de eso, pasamos por todo un proceso de recuperación para sus heridas, tanto físicas como emocionales y aún cuando las segundas no sanan del todo, vamos por un buen camino.
Los primeros días fueron algo difíciles, más para ella que para mí si debo admitir, porque se sentía intimidada por las miradas que recibía en el colegio. No creo que siquiera deba mencionar los muchos rumores que se esparcieron, los cuales llegaron inmediatamente a nuestros oídos. Según la gente, la protección que le proporciono a Elizabeth entre los pasillos es una actuación para cubrir sus altos problemas mentales y, tal vez, los míos propios. Además, por si fuera poco, Liz tuvo que acostumbrarse a recibirme todas las mañanas en el porche de su casa, preparado para llevarla conmigo. Al principio protestaba, diciéndome que no era necesario, que su padre estaba bien, que no le haría nada, sin embargo no le hice caso. No me confiaba. Aún no lo hago. Creo que mi terquedad la frustraba, pero a la vez le gustaba. Lo vi en sus ojos.
Conforme pasó la primera semana —la peor de todas—, las cosas fueron acomodándose en su lugar. Como todas las situaciones en la vida, la gente fue apoderándose de los chismes como abejas necesitadas por miel, pero más tarde lo fueron olvidando. No puedo decir que no me siento observado mientras camino con Elizabeth en el colegio, aunque sí tengo la posibilidad de afirmar que con tan solo una ojeada detrás de mi espalda, tienen el respeto de tratar de verse normales, como si no hablaran de nosotros.
Antes no hacían eso, es un avance.
Liz y yo tratamos de seguir como si no pasase nada extraordinario. Después de clases, la he ayudado con filosofía y ella a mí en matemática. Me siento orgulloso al decir que ha mejorado en su escritura. El profesor la felicitó por su última tarea y hasta le dio un sólido A. Estaba saltando cuando me lo contó y aunque quise acompañarla en sus acciones, no lo hice, porque puede que me viese un poco afeminado brincando y no es la apariencia que busco dar.
Los lunes vamos a tenis y hemos estado trabajando duro para los próximos torneos nacionales. Ambos entramos en la categoría junior, donde solo van los jugadores menores o iguales a 18. Logramos encajar por poco, ya que la próxima categoría es la de “Absolutos” y ellos tienen 19, por lo que obviamente no clasificaríamos. Yo voy por individual masculino y ella por el femenino. Iríamos por dobles mixtos, pero nuestro profesor nos recomendó que por esta vez no lo hiciéramos, ya que nunca hemos jugado en dobles para algo tan grande y, sinceramente, tiene razón.
La mayoría de los días aproveché mi tiempo a solas con Liz para llevarla a comer o simplemente salir a caminar. Dejábamos el carro parqueado en algún lugar seguro y continuábamos a pie, sin la necesidad de una máquina para transportarnos, disfrutando de los grandiosos días que la primavera nos estaba trayendo. Había pasado más o menos una semana y media cuando decidí que tenía que sorprenderla con una cita especial, por lo que el viernes después de clases la llevé a las afueras del pueblo con la excusa de que necesitaba buscar “algo” —lo sé, soy muy ocurrente cuando nos referimos a conversar—. Sé que su mente comenzó a trabajar a mil por hora, algunas veces observando asustada por la ventana, ya que sabía que estábamos lejos de la civilización. Sus ojos iban de un lado a otro, casi temblando en inseguridad.
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Hope is the only thing left...
Roman pour AdolescentsHombres: todos son iguales. Hombres: engendros del demonio. Hombres: La misma mierda de siempre… Él: Un chico diferente, a quien no le importa lo que la gente piense, caballero, dulce y tal vez un tanto loco…Él, que busca el amor verdadero. Ella: ca...