La verdad asoma por la ventana.

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Verdad: conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente.

Los humanos a veces no decimos la verdad por miedo o encubrimiento hacia otras personas que consideramos superiores.
Yo creo que mi familia más bien lo hacía para que ningún integrante de la misma, sufriera. Pero cuando la verdad asoma, hace estragos por todas partes.


Olor a colonia, a laca y a pintauñas. Mi hermana Marta asomada a la ventana como si se le fuera la vida en ello. Y entonces, sonó el telefonillo. Abrió la puerta, bajó las escaleras, y en esa tarde de sol reluciente, desapareció de la nada.

No fue lo único que desapareció de la nada esa misma tarde. ¿Dónde estaba la sonrisa de mi madre?

Esa casa tenía un aspecto distinto, un tono más gris de lo acostumbrado a visualizar.

Un ruido nulo, oído muerto. Tristeza acumulada, y lo peor, que no sabía por qué.
Se me estaba contagiando la amargura que se respiraba en ese salón.
Ya era la hora de cenar, y mi padre tenía que venir ya del trabajo; a las nueve y media siempre estaba sentado en su silla disfrutando del exquisito menú que había preparado horas antes mi madre. 

Ese día, tardó 15 minutos más de los que debería haber tardado. ¿Por qué?
Ese día tocaba lentejas, siempre eran de su agrado. Pero esa noche no le gustaron.

Tampoco le gustó el día que había tenido en el trabajo, ni el sitio para aparcar su Renault, que no apareciera su hija Marta de 17 años y para colmo, que su hijo mayor, mi hermano Alejandro, se fuera a la guerra.

Esa noche, la verdad asomó por la ventana, de una manera brusca, muy brusca.

Pero se asomó. Eso era lo importante.

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