Secretos.

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Secreto, adjetivo que pertenece a un dominio reservado, es impenetrable y solo resulta perceptible o asequible para las personas iniciadas.

La mesa está preparada, cubiertos de alta calidad, platos relucientes, cinco copas y seis sillas.

Una silla para mi padre, otra para mi madre, una para mi hermano, una del mismo tamaño para mi hermana, otra para mi abuela y una más baja para mí. Para ese niño de ojos marrones que apenas llegaba al 1,45.

El reloj del salón marca las dos en punto, esa era la hora de nuestra comida reglamentaria de los domingos. El olor a paella con conejo se expandía por toda la casa de 75 metros cuadrados.

Mientras la paella está en estado de reposo, mis padres se encierran en la cocina con mi hermano mayor, Alejandro. Siempre fue un espejo en donde mirarme.

Mi hermana asomada en el balcón es una imagen que tengo guardada en la retina, le encantaba mirar por la ventana. O lo mejor era porque tenía 16 años y esperaba a su novio que viniera del taller para poder tener una conversación sería o lo que nos decía a todos nosotros: le gustaba ver el tiempo que hacía.

Mi abuela, teñida de rojo cereza, era el pilar que sostenía nuestra familia. También la que me traía caramelos todos los domingos a cambio de besos y abrazos.

Nos sentamos a la mesa, aunque ya eran las dos y cuarto pasadas, el arroz no parecía que se hubiera pegado.
Las miradas entre mis padres y mi hermano Alejandro eran continuas, alargadas.

La mirada profunda de mi abuela hacía mi madre, su hija, sabiendo que algo ocurría.

Y la mirada de mi hermana, de distancia corta, a punto de servir la paella.

Mi madre le apartó la mano, le quitó la cuchara sopera que usaba para servir el arroz y la miró fijamente.

En esa comida de domingo, me percaté que la realidad que ocurría en mi casa, como en casi todas las casas, es que estaba plagada de secretos.

Secretos y recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora