Prólogo

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Nunca obtuve un reconocimiento de buen promedio. Jamás me la pasé estudiando cuatro años seguidos, de hecho, apenas si terminé la primaria. Mucho menos fui a la universidad.

Pero aquel 2 de octubre no importó quien fueras, cuántos años tuvieras o si merecías estar allí. La muerte simplemente se tapó los ojos y se llevó a cualquiera que se cruzara en su camino....

Y yo le ayudé.


28/julio/68

Los charcos salpicaban las calles, dándole un aspecto aún más sucio. Tan negro como los zapatos que llevaba. Seguí caminando cuesta abajo, sin importar si mojaba mi costoso calzado. Total, si se estropeaban, bastaba con que terminara los "asuntos pendientes" de algún sujeto para comprarme unos nuevos.

Y aquella noche tenía un pendiente especialmente importante. O al menos, eso era lo que me habían dicho.

"Humberto, necesito que les saques información a ésos comunistas hijos de la chingada. No podemos permitir que sigan fregando con sus actos terroristas. Las Olimpiadas NO van a cancelarse por una bola de pendejos"

La noche era silenciosa. Los edificios que me rodeaban lo eran aún más. Sabía que por mucho que me estuvieran observando tras las cortinas de sus casas, la gente no saldría a encararme.

Lugares como esos-barrios de mala muerte- eran mi territorio. Nací en uno de ellos, con una madre prostituta y un padre alcohólico. Créanme, crecer en esas condiciones hace que nada te de miedo.

Después de caminar unas cuantas cuadras más, me metí en un callejón. Al fondo pude divisar tras los montones de cajas de cartón, la puerta que me indicaron. Las aparté sin hacer mucho ruido, y del mismo modo entré al edificio.

Dentro me recibieron la suciedad y el incipiente olor a sangre. Habían comenzado el trabajo sin mí.

A cada paso que daba por aquel angosto y oscuro pasillo, distinguía claramente el sonido de cadenas, los pujidos del esfuerzo al golpear algo y los quejidos de alguien como si le estuviese subiendo el volumen a la radio para escuchar una canción. La canción de la tortura.

Me detuve en el marco de la única puerta que estaba abierta, mientras un hombre arremetía una y otra vez contra la cara de un chico.

-Llegas tarde-hizo notar Juan a su lado. Me volví hacia él con el semblante serio. Juan permanecía con los brazos cruzados, sentado en un banco, observando tranquilamente.

-Tenía otras cosas qué hacer-respondí impasible.

-Pues Roberto ha tenido que hacer la mitad de trabajo-mantenía ése tono calmado, pero sabía de sobra que había algo amenazante tras sus palabras.

Entonces Roberto cesó la golpiza para girarse. Lo hizo despacio, moviendo el cuello de lado a lado con las manos ensangrentadas.

-Estoy demasiado viejo para esto-dijo dejando salir todo el aire de su sudoroso y peludo pecho. Alcé la mano para apartarlo, procurando no tocar donde su camisa desabrochada no cubría su barriga.

-¿Qué ha dicho?-inquirí.

-Nada, absolutamente nada-informó Roberto, irritado.

-Y le hemos preguntado todo-aclaró Juan sin moverse un solo centímetro.

Fruncí el ceño. El chico que se hallaba frente a mí tendría unos diecisiete o diecinueve años, era difícil adivinar con una cara completamente desfigurada por los golpes.

-¿Quién los organiza?-pronuncié las palabras despacio, consciente de que él ya no era capaz de entenderlas a la primera.

Gimió por única respuesta.

-¿Qué planean hacer los próximos días?

-No va a servir de nada-ladró Roberto detrás de mí. Entorné los ojos en blanco, eso era más que obvio, pero era mero protocolo lo que estaba haciendo. Porque ése sujeto estaba más muerto que vivo.

Me llevé una mano a la parte trasera de mi pantalón, sin embargo antes de que pudiera cerrar los dedos entorno a mi pistola, la voz de Juan me detuvo.

-Dijeron que no los matáramos. Fueron muy específicos. Quieren información. Vamos a esperar a que se recupere y reanudaremos el interrogatorio.

Volví a ver al muchacho. Su cuerpo colgaba del techo de un par de cadenas y la sangre le escurría por toda la cara. Milagrosamente reunió energías suficientes para mirarme. Para mirarme con aquellos ojos que suplicaban clemencia.

-Sólo es un estudiante-susurré.

Arrugué la nariz y el disparo fue un estruendo sonoro. La sangre manchó la pared de atrás.

-Hay muchos más-dije, guardando la pistola en su lugar.

Lo que fue del 68 y un crisantemo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora