Abrí los ojos y pude notar un techo diferente al de mi casa, mi espalda dolía fuerte, ardía y no podía moverme con facilidad, miré a mí alrededor y me di cuenta de que, era correcto, esa no era mi casa. Un delicioso aroma a café me llegaba desde lo que parecía una cocina, de repente Emma se asomó con una gran sonrisa.
— ¡Buenos días!
—Buenos días —dije mientras estiraba mis brazos y espalda.
—Anoche te quedaste dormido en el sillón y no pude moverte así que te dejé ahí.
—Te creo, yo peso mucho.
— ¿Quieres acompañarme a hacer unas compras? —miré mi reloj, 7:11 a.m., ya no llegaría al trabajo.
— ¡Claro! Solo voy a hacer una llamada.
—Yo termino el desayuno mientras.
Busqué mi teléfono y llamé a mi jefe, le explique que no podría llegar a trabajar que necesitaba el día libre, a lo cual excedió sin ningún pero, dijo que ya había enviado el artículo del accidente cosa que yo no recordaba haber hecho.
— ¿Emma?
— ¿Sí? —dijo llevando a la mesa de su comedor dos platos con tostadas, frutas y dos cafés.
— ¿De casualidad tocaste mi teléfono anoche?
—Amm... Sí —dijo encogiendo los hombros y con una mueca como esperando un reclamo— lo que pasa es que llego un mensaje de tu jefe, que decía que enviaras el articulo a un correo que venía escrito en el mensaje, así que deslice mi dedo en la pantalla y no tenía patrón, ni contraseña, entonces busqué el artículo en la nube de tu celular y solo había uno, lo abrí y era sobre el accidente, lo leí, supuse que era ese y lo envié al correo —la escuché con atención, observando como su rostro me decía que estaba algo asustada por mi reacción.
— ¡Gracias! Salvaste mi trabajo —le dediqué una gran sonrisa.
— ¿De verdad?
—Sí, te lo juro.
Respondió a mi sonrisa y seguimos desayunando. Al terminar ella se alistó más rápido que cualquier otra mujer que yo conociera, tomó su bolso y puso en el su cartera y su teléfono. Yo solo lave mi cara y mojé mi cabello, por suerte mi ropa no tenía mal olor, podía pasar en la calle como un tipo normal recién bañado. Salimos de su casa y miré mi auto, esta vez no tenía rayones, solo el de la tapa que aún no había podido llevar a arreglar.
— ¿A dónde vamos? —dije mientras abría el auto.
—A la tienda de ropa y luego al supermercado.
—Está bien.
Encendí el auto y empecé a conducir siguiendo las instrucciones que ella me daba. Llegamos a la tienda, estacioné el auto y bajamos, acaban de abrir, eran las 9:30 a.m., casi no había gente. Entramos e inmediatamente empezó a ver blusas y vestidos, para un hombre, esa era la práctica más aburrida que podía existir.
— ¿Cómo funcionas? —pregunté directo y serio
—Esa es la pregunta más extraña que me han hecho, ¿A qué te refieres?
—Tú te acercaste a mí en la librería y me hablaste como si nada, me mostraste tu lugar favorito para comer, me contaste tu historia, dormí en tu casa y soy un completo desconocido ¿No?
—No, por todo lo que acabas de decir, no eres un completo desconocido, además es mi forma de ser, conozco gente y le doy mi cariño. Así funciono.
—Eso del cariño es peligroso, ¿No crees?
—Con la gente tienes dos opciones, puedes elegir no encariñarte con nadie, o puedes elegir encariñarte y hacerte cargo de ello —caminábamos por los pasillos de la tienda mientras ella veía y tomaba algunas prendas que le gustaban— en mi caso, yo elijo encariñarme, porque no hacerlo para evitar que me lastimen me parece muy cobarde. Prefiero vivir el resto de mi vida con cicatrices por haber amado mucho, que morir con la piel intacta y no haber sentido nada.
—Pero duele, a veces duele demasiado.
—Oye, solo puedes dar de tu amor y esperar que la otra persona disfrute de lo que le das, pero no puedes obligarla a que también te de su amor o que se quede para siempre, solo puedes amar incondicionalmente y si tienes suerte, alguien te dará amor también, pero si no es así, el mundo no se detiene y si te sientas a lamentarte se te van a pasar grandes cosas, de eso debes hacerte cargo si te encariñas de alguien, de quien sea.
—Tal vez tienes razón.
La seguí mientras analizaba aquellas palabras. No me di cuenta en que momento llevaba varias prendas a la zona de vestidores. Me senté en un pequeño banco mientras ella se probaba la ropa, me mantuve atento a como se veía con cada prenda, supuse que si me había llevado era porque quería además de compañía, mi opinión. La puerta del vestidor estaba cerrada y ella habló desde adentro.
— ¿Hay alguien cerca? —miré a mi alrededor.
—No. Oye, no vas a robarte nada ¿Cierto?
— ¿Qué me crees? ¡Claro que no! —abrió la puerta, llevaba el mismo pantalón con el que había llegado, no tenía puesta su blusa, sino que llevaba un sostén que había tomado de alguno de los ganchos de los estantes, de color morado y tiras gruesas, me quedé mirándola, su abdomen no era del todo plano, pero eso no me importaba, su piel trigueña se veía increíble con la luz que había en el vestidor, unos cuantos centímetros de sus pechos resaltaban del sostén, traté de no mirarla demasiado, no quería incomodarla— ¡No me mires así!
— ¿Así cómo?
—Como si fuera una chica en lencería en la tienda.
—Eso es lo que eres en este momento —dije encogiendo mis hombros.
—Sí pero la gente de afuera no lo sabe —volví a mirar a mi alrededor.
—No hay nadie aquí.
— ¿Se me ve bien? —solo asentí con la cabeza.
Cerró la puerta del vestidor y a los minutos salió con su ropa puesta y con las prendas que iba a comprar. Caminé detrás de ella solo mirándola, me parecía tan bonita, tal vez debía dejarla encariñarse conmigo, tal vez debía dejarme a mí mismo encariñarme con ella, de forma incondicional como ella decía.
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La última gota
Romance¿Cuantas casualidades pueden ocurrir en un día? No trates de negarte a su existencia, las casualidades exiten, algunas son interesantes, algunas son aburridas y algunas son peligrosas; ten cuidado, no dejes que una casualidad te absorba el alma. Nic...